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'Morir es un alivio', relatos de sobrevivientes del narco

La autora entrevistó a 33 criminales mexicanos en proceso de rehabilitación para ofrecer una perspectiva distinta del narcotráfico

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YOHAN URIBE JIMÉNEZ

Con el objetivo de reflexionar sobre los orígenes de la violencia, para entender desde la voz de sus protagonistas ese fenómeno que ha teñido de rojo el presente de México, la investigadora coahuilense Karina García Reyes se sumerge en las entrañas mismas de la violencia, para publicar "Morir es un alivio", doce testimonios de quienes lograron salir vivos de las garras del narco y comparten la experiencia de vivir de cerca con el diablo.

Bajo el sello editorial de Planeta, la edición reúne testimonios crudos, que van desde un ritual a la santa muerte hasta la forma más fría de ejecución sicarial; pero también retrata el contexto social que ha servido de caldo de cultivo a miles de jóvenes a lo largo del país, quienes por su precaria condición social y una permanente exposición a la violencia y el abuso fueron empujados a las filas del crimen organizado.

La autora entrevistó a 33 criminales mexicanos en proceso de rehabilitación para ofrecer una perspectiva distinta del narcotráfico, esa que indaga en las causas que llevan a un ser humano a pensar que morir es un alivio. ¿Cuáles son las razones para que una persona elija una vida así? ¿Realmente es una elección? La respuesta de la autora es contundente: el crimen organizado se alimenta, en su mayoría, de personas sin oportunidades para mejorar su condición de vida, víctimas de un maltrato sistémico y de expectativas inalcanzables.

-¿Qué tan importante es humanizar a los protagonistas de la violencia?

Creo que precisamente el libro aborda, que además es lo que argumenta, la importancia de reconocer el rostro humano en cada personaje. Es sumamente importante conocer las historias detrás de estas personas, no es importante para justificarlos o victimizarlos, como mucha gente cree, sino para conocer los orígenes de la violencia.

Lo que trato de describir en el libro es que estas personas no eligieron ser criminales, no eligieron ser violentos. Ellos nacieron y crecieron en un medio que los obligó, que los llevó a ser violentos, que es diferente; esto es importante porque pareciera que todas estas personas, las decenas de miles de hombres y mujeres que se suman a las filas del narcotráfico, tienen un perfil sádico psicópata y no es así.

A diferencia de los clásicos casos que conocemos de asesinos seriales en Estados Unidos, en los sesenta o setenta, que efectivamente sí tenían ciertos rasgos de personalidad y que sí eran casos excepcionales, en el caso de la guerra contra el narcotráfico, de los narcos y los sicarios, lo que a mí me parece muy interesante y lo que quiero transmitir con el libro es que estas personas no escogieron estar ahí. Las doce historias de vida que yo comparto son lo que tratan de demostrar: todas estas violencias diarias, violencia intrafamiliar, de pandillas, abuso infantil, un conjunto de situaciones que son sumamente difíciles, deshumanizantes en sí mismos.

Las personas con las que yo hablé sufrieron muchas violencias que las obligaron de cierta manera a normalizar esa violencia, aprendieron a que nadie los iba a defender, ni la sociedad ni el Estado ni la familia, entonces crecen entendiendo y pensando que viven en un mundo hostil donde la única manera de sobrevivir, porque así lo aprendieron y así los educaron, es a través de la violencia; la importancia de ver el rostro humano de la violencia lo puedo resumir con un ejemplo: la violencia del narcotráfico es como la punta del iceberg, las violencias diarias que estas personas han vivido conforman la base del iceberg, que no se ve. Justamente ese es el rostro humano, hay un porqué, una razón, una respuesta de por qué se atreven a realizar cosas tan crueles.

-Entonces, cuando uno lee estos testimonios entiende que las estrategias para contener la guerra están erradas porque combaten violencia con violencia e ignoran el origen; ¿es así?

Totalmente de acuerdo. Precisamente es una de las intenciones del libro: mostrar que esta estrategia de militarizar la seguridad pública, de tratar de combatir la violencia con más violencia, no es la opción, sobre todo cuando hablamos de prevención. Estoy de acuerdo con que el Gobierno tiene que actuar y responder cuando hay enfrentamientos o ataques frontales, obviamente que para eso el Estado tiene el monopolio de la fuerza. Yo no pongo en tela de juicio la respuesta del Gobierno en términos de defensa, de trabajar en las zonas donde existe esa violencia; pero el país es enorme, cada región es diferente y tiene retos y problemas distintos, no es lo mismo combatir la violencia en el norte que en el sur. Cuando leo investigaciones en el sur, Michoacán o Guerrero, honestamente reconozco muchas de las cosas que identifiqué en mi investigación, que está más enfocada en el norte. Ahí es cuando creo que está errando el Gobierno muchísimo.

Tratar de abarcar todo el país con una estrategia que nos cuesta mucho dinero y mucho en términos de daños colaterales, vidas, desapariciones, porque si el Gobierno aumenta la violencia, los cárteles también.

-¿Qué tan desgastante es el ejercicio de recolectar los testimonios, mirar a ese mundo tan difícil a través de sus protagonistas?

Mucho, honestamente. La recolección de datos, no tanto; tengo que admitir que fueron cuatro meses. Yo, como muchos otros investigadores, estaba enfocada en mi trabajo, sobre todo en procurar el bienestar emocional de los entrevistados, porque tocábamos temas muy sensibles; muchos de ellos rompían en llanto en diferentes ocasiones, me preocupaban ellos. Si era necesario detener la entrevista, darles agua, una taza de café, lo que fuera...

En esos cuatro meses no sentí el impacto, fue cuando regresé a Inglaterra y empecé a transcribir las entrevistas, a escucharlas otra vez, yo las conozco de memoria porque las transcribí, las traduje, y tuve que pasar un proceso muy largo y muy detallado de codificación para poder analizarlas y ahí fue cuando me pegó bastante. Sentí una vorágine de emociones, tristeza, desesperanza, rabia, enojo, pero sobre todo mucha impotencia por no poder hacer nada, tuve que trabajar de la mano con terapeuta y ayudas familiares porque de otra manera hubiera sido imposible terminarlo.

-En los relatos hay un común denominador: la palabra familia, y ahora que esa institución se ha redefinido, ¿crees que se tenga que entender de otra forma en la prevención de la violencia?

Eso es completamente cierto. Fíjate que efectivamente es uno de los puntos clave del libro y de mi tesis y justamente ahí está una de las respuestas en términos de prevención, como dices, una de las grandes problemáticas en México es que seguimos aferrados a un concepto de familia tradicional. Lo que yo me encuentro en estos testimonios y en muchos otros que no están incluidos en el libro es que muchos de estos hombres que me dieron su testimonio tienen un complejo de inferioridad y de vacío porque no tuvieron papá.

A pesar de que tuvieron, por ejemplo, una mamá amorosa o unos abuelos cariñosos, ellos crecieron sintiéndose inferiores, con un rencor a veces desproporcionado al padre que los abandonó; lo que yo me encuentro es que muchos no saben lo que es una familia, un niño aprende lo que es la familia. En la escuela muchos decían que les dolía que se burlaran porque vivían con la abuela, porque no tenían papá, o porque la madre era una tal por cual, eso impacta en el carácter y las emociones de estos niños que sienten que no tienen una familia real. Por eso el concepto de familia se tiene que redefinir, para que cualquier tipo de familia sea tan digna como la familia "tradicional".

Una familia homoparental, de solo mamá o papá, o abuelos, debe ser igual de digna y respetable que la tradicional, pero sí, el concepto de familia es un punto clave.

-Si para plantearse una pregunta existencialista se requieren momentos muy extremos, ¿para pensar que morir es un alivio se necesita estar desposeído de todo bien emocional?

Claro que sí. De hecho justamente por eso escogimos esa frase, que de hecho es una cita de uno de los entrevistados: "para mí morir era un alivio". Resume perfectamente bien la filosofía de vida, o más bien de muerte de estas personas, qué tanto debieron haber sufrido, qué mundo vivieron para normalizar tanta crueldad. Me impresiona que estos deseos de morir no empezaron en la adolescencia o ya de adultos, empezaron desde niños, vivían en un mundo tan cruel, tan desprotegidos que obviamente para llegar a esa conclusión pasaron por muchísimas otras etapas.

Pasaron primero por esos momentos de sentir que su vida no vale nada, que su vida es desechable, que no tienen futuro, y como no tienen futuro no tienen nada que perder; todo esto en conjunto lo que va haciendo es empedrando el camino para que cuando se les presente la oportunidad de entrar en una vida criminal como el narcotráfico la tomen. Muchos decían que no tenían el valor de quitarse la vida, pero exponían su vida para que los mataran, se ofrecían para estar en la primera línea de los enfrentamientos y les toco la suerte de sobrevivir; pero me hacían referencia a que se ponían en el frente buscando la muerte. Hasta qué punto hemos llegado; como sociedad tenemos que cuestionarnos qué estamos haciendo para que tantas personas vivan en este tipo de vacío.

-¿Hay un llamado para los que consideramos ser personas de bien, pero que invisibilizamos a las personas que por diferentes razones crecieron marginados y les negamos algo de empatía?

Qué buen punto. Sí, en el libro lo que trato de compartir también es precisamente ese cambio personal que yo tuve. En mi vida hay un antes y un después con esta investigación. No es que necesariamente yo no fuera empática, es que yo ignoraba muchas realidades, gracias a que tuve el privilegio de nacer, crecer y vivir en un ambiente familiar muy sano, muy estable, con mucho amor y mucho apoyo. Yo vivía en una burbuja, a pesar de haber estudiado Relaciones Internacionales, y dos maestrías, me vengo a enterar... O no a enterar, sino a entender la profundidad del problema a través de esta investigación.

Lo que significa vivir en pobreza, lo que significa vivir desprotegido, ser testigo y víctima de tantas violencias... Yo quise compartir mi propia experiencia como una mujer de clase media privilegiada, que aún teniendo las mejores intenciones del mundo y considerarme una ciudadana de bien, pero que muchas veces, como ignoramos estas realidades, no ayudamos, contribuimos o somos empáticos; por eso quise escribir este libro, dedicado a México y a todas esas personas que, como yo, tuvieron esa suerte de no vivir en estos infiernos, para que este libro abra esa ventana al infierno, muy dura, pero que existe.

Es fuerte, no es un libro fácil. Mucha gente me dice que no tiene el estómago para seguir leyendo las historias, ese fue el proceso que yo viví, seis años escuchando y reescuchando estas historias. Y con lo que me quedo precisamente es con un sentimiento de mucha empatía, compasión y la necesidad como comunidad, sociedad, de replantearnos qué estamos haciendo, porque ya no es suficiente que de manera individual cada quien haga sus cosas y ya. Yo tenía la idea de que mientras yo y mi círculo hiciéramos las cosas bien era suficiente, y no.

Aunque el Gobierno reenfoque todas sus estrategias y sus esfuerzos, los problemas son tan diversos y profundos que las acciones del Estado no serán suficientes; necesitamos un cambio en el paradigma de la sociedad, crear nuevos lazos comunitarios, tener más redes solidarias, regresar a esa vecindad fraterna. Precisamente por lo altos niveles de inseguridad nos hemos encerrado cada quien en nuestro caparazón, al menos a mí me deja como lección que ya no puedo ignorar esas realidades y que soy parte de un sistema que permite que cientos de miles de niños y mujeres sean víctimas de violencia y abusos, y quienes queremos hacer un cambio y que las cosas mejoren ya no podemos quedarnos en la pasividad.

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Escrito en: morir es un alivio Karina García Reyes

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