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El trabajo que mata

CLAUDIO PENSO.-

Mi hijo está en Japón. Comenta que al detenerse a consultar un mapa, algunos transeúntes se acercan a ofrecer su ayuda en forma espontánea. Esto le ocurrió una y otra vez en Tokio, una ciudad en la que viven millones de personas desconocidas.

Los japoneses sonríen, reverencian a otros y hacen del respeto un culto. Sin embargo, en ese país fascinante hay una enfermedad nueva que está matando a más de cien mil personas cada año. Su nombre es karoshi. ¿Qué es?. Exceso de trabajo.

Esos seres amables y sonrientes, mueren sobre sus escritorios, colapsan porque tienen más responsabilidades de las que pueden asumir. No pueden ponerse un límite para que el trabajo no los impregne como un virus.

Esto está pasando en Japón pero también en otros países.

¿Cuántos de los infartos son producidos por el distrés que se acumula como una piedra?

Estudios de salud indican que el trabajo es la principal causa de estrés, por encima del divorcio y el miedo a la muerte.

En EUA se les llama 'workaholicks' o adictos al trabajo. Personas que no pueden parar de trabajar y que cuando están frente a la opción de descansar, continúan frente a las pantallas más y más horas.

¿Es esto una prueba de responsabilidad o un suicidio consentido?

En la extraordinaria película Sueños de libertad, un convicto estuvo medio siglo en la prisión. Su rol era estar a cargo de la biblioteca. Cuando llegó la tan ansiada libertad, intentó agredir a un compañero. ¿Un brote de locura? Entre sollozos confesó que no quería salir. En la cárcel se sentía importante, no estaba adaptado para vivir en libertad, en una sociedad indiferente, para la que no estaba preparado.

En las culturas que pregonan el trabajo como epicentro de la vida de las personas, se están analizando los efectos devastadores que produce la depresión del retiro, en los que muchos sienten el vacío del tiempo libre sin proyecto ni propósito. Trabajar ¿y después?.

El descanso es vivido con culpa. El esparcimiento está tan acotado que no cabe en la agenda de ninguna persona. La mayoría confiesa que no tiene energía para el diálogo con las personas que integran su familia, cuando llegan muy tarde a casa.

Muchos se enferman porque tienen miedo de perder el trabajo o no se atreven a cambiarlo. Adictos a pastillas o al alcohol confiesan que no es el trabajo lo que los abruma sino la insatisfacción o el vacío.

Algunos odian la empresa, pero no aborrecen su trabajo; se sienten cautivos de microclimas de tensión y desánimo.

Cuando se habla de su agotamiento se refieren a la imposibilidad de sostener diariamente relaciones conflictivas y luchas por el poder que terminan con su salud y su cordura.

Pasamos demasiado tiempo viajando y trabajando. Se argumenta que la tecnología solo aumentó la conectividad y las exigencias porque se debe continuar disponible. 'Full time' hoy significa 'full life'.

Nunca conocí a una empresa que tuviera corazón. Esperar que las organizaciones actúen con sentimientos es una utopía. Son maquinarias complejas con fines basados en resultados. A veces se enmascaran detrás de propósitos y programas que contienen un atisbo de espiritualidad. Pero es solo un espejismo.

Cuando las empresas se ocupan de las personas es solo porque saben que lograrán más y mejores resultados. ¿Es esto incorrecto?

Ponerle límites al trabajo es una responsabilidad casi personal. Arriesgado, absurdo, una batalla perdida similar a una conspiración. También es una negociación. Si a todos les importan los resultados, entonces, es casi un desafío, aprender a lograrlos y preservar el espacio de intimidad o descanso.

El hombre se ha transformado en un cazador de su tiempo, en un recolector de su equilibrio. Ya no debe luchar con bestias. Lo amenazan nuevos fantasmas, detrás de los aullidos de la vida civilizada que lo persiguen hasta dejarlo exhausto.

¿No es hora de pensar en nuestra propia actitud frente a lo que nos pasa en el trabajo?

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