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PEQUEÑAS ESPECIES

MÁGICO MES PARA CELEBRAR

M.V.Z. FRANCISCO NÚÑEZ GONZÁLEZ

Transcurría el mes de agosto de 1973, cuando llegue a la ciudad de Durango para matricularme a la escuela de veterinaria, contaba con diez y siete años de edad, había pasado los exámenes de admisión, me sentía muy orgulloso de pertenecer a la carrera que había sido mi sueño estudiar. Que difícil fue el primer año, sobre todo las asignaturas de anatomía, fisicoquímica y bioquímica, por más que las estudiaba eran de difícil entendimiento para una cabeza dura como la mía, y tal vez para otros compañeros, pues solo permanecimos el treinta por ciento del total de alumnos que ingresamos ese año a la escuela. Vivía con un compañero en la casa de asistencia, dedicábamos la mayor parte del día a estudiar anatomía, recuerdo que me robaba dos horas del día para entrenar futbol americano, el deporte nos enseñó una gran amistad grupal, a levantarnos de todo tipo de caídas y jamás darnos por vencidos, nos alejó del alcohol y de las drogas, además de no enfermar con regularidad. Para el tercer año de la carrera, nos sentíamos más adaptados, había una agradable sobrepoblación de bellas estudiantes en toda la universidad, el cortejar una chica implicaba, visitarla, transporte, invitaciones, obsequios, perder la cena en la casa de asistencia. La carencia de efectivo, y el exceso de tareas escolares eran motivos desalentadores para pensar en un noviazgo de estudiante, aunque se haya presentado con una bella candidez, era prohibido en nuestras condiciones, recuerdo el dicho desde entonces, "Novia de estudiante, jamás esposa de profesionista". Pasaron los años y a la edad de veintidós me encontraba con trabajo y soltero. Tenía algunos meses de haberme titulado y me encontraba trabajando de veterinario rural de gobierno en el municipio de Súchil, Durango. El padrino de Generación nos ofreció empleo, siempre y cuando aprobáramos los exámenes para el programa de extensión agrícola en la secretaría de agricultura, las plazas estaban distribuidas en todo el país, y como incentivo los mejores promedios escolares serían para trabajar en el estado de Durango, fuimos treinta los graduados y quedamos dispersos por toda la república. Durante la semana permanecía en el pequeño poblado de Súchil, atendiendo a todas las especies de animales que enfermaban, para las nueve de la noche me encontraba en cama descansando, los viernes me dirigía a Torreón para regresar de nuevo los lunes a mi trabajo. Cuando pasaba los fines de semana en casa, quería disfrutar lo que no hacía en el pintoresco poblado. Fuimos cuatro hermanos varones, en ocasiones me invitaban a sus fiestas, no era muy aficionado a las discotecas que se encontraban en auge en los años setenta, el volumen de la música no permitía conversar, tal vez por eso mis hermanos no me invitaban seguido a sus reuniones. En una ocasión el amigo de mi hermano con quién siempre salía, me invitó a la boda de su prima, ellos disfrutaban de fiesta en fiesta, al no encontrarse a gusto, se pasaban a otro evento hasta sentirse complacidos. Aún recuerdo esa invitación que cambiaria mi destino para siempre. Me llamó la atención una linda chica en especial, había sido mi vecina hace años, pero nunca cruzamos palabra alguna. La invité a bailar y charlamos agradablemente durante la noche, entonces me di cuenta del tiempo maravilloso que había dejado pasar al no haberla conocido con anterioridad, bailé con ella toda la fiesta, mi hermano y su amigo que resultó ser también primo de ella, se fueron a otro evento y me dejaron felizmente abandonado, horas después regresaron para llevarme a casa, me fui a regañadientes. Fue así como encontré a la mujer que cambiaria mi vida y pusiera fin a mi soltería, pasaron cuatro años para desposarla a partir de esa fiesta de ensueño. Desde entonces hemos disfrutado la vida felizmente unidos, con aquel pacto de amor que hicimos frente al altar que continúa siendo la base de nuestro viejo hogar. El Señor me envío la mejor esposa que un veterinario pudiese tener, en las duras y en las maduras he contado con su apoyo para salir adelante en mi profesión que no ha sido fácil, ha sido mi compañera de toda la vida, formadora de dos generaciones, ahora abuela consentidora, columna vital de la familia.

Cuantos agradables recuerdos guardo de este mágico mes de agosto; Celebramos nuestro aniversario de bodas, el nacimiento de la primogénita de mis cuatro hijos, festejamos una de las bendiciones más grande de la vida, el día de los abuelos, y para cerrar con broche de oro, el festejo del veterinario, que en casa somos cuatro, mis tres hijas veterinarias y un servidor, todos dedicados a perros y gatos.

Solo resta decir, que mis treinta y ocho años de matrimonio. "Han sido como un cuento de hadas", donde afortunadamente, me casé con la princesa y no con el dragón.

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