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Para restaurar los ecosistemas aún hay tiempo, muy poco, para actuar

JORGE ALVAREZ FUENTES

Mientras la mayoría de los países se encuentran inmersos en complejos procesos políticos internos y tratan de superar las dificultades y los impactos negativos de la pandemia, al reconocer la urgencia de emprender la reactivación económica y social, los más apremiantes desafíos globales parecen estar entrampados en las múltiples agendas bilaterales, regionales e internacionales. En las agendas de EUA, Naciones Unidas, el G20 y el G7. Si de pronto si todo es prioridad, nada lo es. Cunden las diferencias, las contradicciones y la falta de coordinación. Trátese de las dificultades de la cooperación internacional para el acceso y distribución de las vacunas; la gestión humanitaria de los flujos migratorios transfronterizos; el acuerdo de los países desarrollados sobre un nuevo régimen fiscal para las grandes empresas transnacionales tecnológicas y farmacéuticas, teniendo presente las exacerbadas confrontaciones geopolíticas y los desacuerdos comerciales. Apenas el sábado pasado la Asamblea General lanzó el Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración de los Ecosistemas 2021 - 2030. A pesar de ser un explícito grito por parte de más de 70 países a cerrar filas, un llamado urgente para sanar nuestro planeta, los propósitos y objetivos de prevenir, detener y revertir la degradación de los ecosistemas en todos los continentes y océanos, podría quedar relegado en medio del maremágnum de asuntos que reclaman la máxima atención dada su relevancia y urgencia.

A nivel global, una prioridad es muy clara y evidente: el cuidado de las personas y del planeta es la única manera de salvar y garantizar el futuro de la humanidad. Celebrar cada 5 de junio el Día Mundial del Medio Ambiente no puede limitarse a una jornada para recordar lo que no hemos hecho: cuidar nuestro hábitat común. Debe tornarse en un reclamo mediático masivo, en una tarea permanente, diaria, en un movimiento mundial de miles de millones de personas para restaurar el planeta, del que se apropien con tenacidad y esperanza tanto individuos como organizaciones, empresas y gobiernos haciendo posible que todos, desde nuestras distintos quehaceres, responsabilidades y capacidades, podamos fincar rápidamente las bases de otra convivencia humana, evitando a toda costa que continúe la pérdida masiva de la biodiversidad y se produzca un cambio climático catastrófico, como el que ya vemos venir. Todos, absolutamente todos, tenemos que poner nuestros mejores empeños. En esta columna no dejaremos de insistir en que la humanidad tiene que hacer posible un plan de paz con la naturaleza. Hoy no nos queda de otra sino actuar juntos, ya que como bien sabemos desde hace más de cuatro décadas, de la salud de nuestros ecosistemas depende el bienestar de nuestro planeta y de cada uno de sus habitantes. La humanidad ha transgredido los limites ecológicos planetarios conocidos.

Contamos con poco tiempo para encaminar firmemente al planeta hacia un futuro sostenible. Ello implica restaurar lagos y ríos, reforestar y preservar los bosques, detener la erosión de tierras y prevenir la desertificación, rescatar y contrarrestar la pérdida de la biodiversidad, "hacer olas" para salvar mares, océanos, humedales y manglares, restaurar las selvas tropicales y las praderas naturales, reconectar los ecosistemas con las comunidades rurales y prestar máxima atención a los pueblos originarios, prevenir y combatir los incendios, transformar las industrias extractivas, reinventar las ciudades y volver más habitables las grandes urbes. Se trata pues de una última oportunidad y solamente tenemos unos cuantos años. Es el mismo plazo fijado precisamente para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible, el cual no podemos postergar, a pesar de la magnitud de la crisis y de los colosales esfuerzos que reclama.

Muchos países van a necesitar apoyo para alcanzar la neutralidad de carbono en 2050 y uno de los retos más importantes será que las empresas evalúen y den a conocer el impacto financiero y los alcances de sus riesgos climáticos, los de sus emisiones de CO2 y de sus proyectos de inversión. Para lograr una pronta y efectiva transición energética, con nuevos paradigmas, se requieren acuerdos sobre el desarrollo de normas y reglas comunes. Debemos reconocer que falta aún mucha claridad respecto de la llamada economía sustentable, sobre la gobernanza social y medioambiental, por lo que se tendrán que establecer definiciones y estándares para regular los llamados bonos verdes y poder asegurar la rentabilidad de las inversiones y confirmar los beneficios ambientales, los cuales tendrán que sujetarse a verificaciones y certificaciones. Efectivamente los mercados financieros tienen el potencial para hacer una contribución muy importante para ayudar en la transición rápida hacia una economía baja en carbón, pero las soluciones basadas en la naturaleza no deben tornarse en "negocios" para restaurar los ecosistemas en perjuicio de muchos y en beneficio de unos cuantos. Sin duda debe haber incentivos para reducir las emisiones, pero debe evitarse el desvío de objetivos en las propuestas para una acción coordinada a nivel local y mundial.

Las soluciones están en miles de proyectos participativos, experimentales y autosuficientes. Ahí están, por ejemplo, los esfuerzos de la empresa Coca Cola para limpiar 15 ríos principales en los siguientes 18 meses, involucrando y movilizando a las industrias y a las personas en todo el mundo para detener la contaminación de los mares con desechos plásticos. O los de la empresa relojera Breiting, empeñada hace un par de años en reforestar mediante mini bosques urbanos, a fin de recrear ecosistemas naturales con una alta densidad, con base en un método japonés.

@JAlvarez Fuentes

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Escrito en: Editorial Jorge Álvarez Fuentes

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