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El quicio del 6 de junio

JULIO FAESLER

No sé si el pueblo sabio tan amigo del presidente de la República esté en la misma sintonía con el resto del país en lo que se refiere a la importancia del momento que México está viviendo.

Las elecciones de este domingo son sobre algo más trascendente que las posibilidades de salir bien de las dificultades actuales que todos experimentamos.

La semana entrante habremos cruzado las mojoneras que dividían al país en mitades: los que estamos viendo la gradual demolición de muchos elementos con que se edifica una sociedad y, por el contrario, los que están de acuerdo con lo que se ha logrado hasta ahora quieren continuar la idílica relación que desde hace dos años cimentaron con AMLO.

Una vez pasadas las elecciones y traspasadas las reacciones que muchos temen pueden ser muy alborotadas en la repulsa de sus resultados, estaremos a punto de emprender la incursión a los horizontes imprevisibles que se extienden hasta 2024.

La historia nos previene que nos espera la parte futurista del sexenio que una imprevisible serie de pretensiones más personales que institucionales que rivalizaran en las facetas del poliedro en que se ha convertido el sistema político actual.

Para todos se tratará de apretar el paso, unos para cumplir mientras otros para desechar el crudo proyecto de nueva Constitución que el presidente, terco al fin, no dejará de insistir en ofrecer al país como su máximo legado.

Se trata de darle vuelta a la cuerda del gran proyecto sexenal de López Obrador para tensar o aflojar.

La preocupación por la coyuntura que vivimos en estas elecciones atraviesa todas las capas y prismas de la sociedad compleja que se ha desarrollado en el Siglo XXI. Hemos dejado atrás la increíblemente prolongada adolescencia política que comenzó hace 100 años. Hasta ahora podíamos dejarnos llevar por las corrientes de cada sexenio porque no presentaban mayores dilemas. Todo estaba enmarcado en un muy relativo respeto, aunque solo fuese discursivo, a las libertades de cada mexicano pero en el entendido de que ni en lo local ni en lo nacional, lo sustancial poco cambiaba. Las aspiraciones siempre frustradas seguían su quejosa ruta, pero el cuadro general seguía.

Gracias a los pasos que ha dado AMLO al llegar a Palacio Nacional, ahora nos enfrentamos en otro escenario que nos divide y como tal es un seco punto de referencia de dimensión nacional e implicación histórica frente al que inevitablemente hay que resolver.

El panorama se complica. Nos encontramos con que la maquinaria nacional está trabada. No camina, y no por la pandemia que es pasajera. Los engranajes del gobierno no tienen ni orden ni cohesión. Se llegó al estado en que el proyecto de la 4T no tiene ya nada nuevo que ofrecer que la creciente pobreza que depende de programas sociales y de una clase media sin apoyo ni aliento que no acaba de lanzar sus energías para tomar las desaprovechadas riendas. La capa privilegiada que no ve en su país más que nichos de mercado para aumentar sus ganancias que amenazan exportar.

La falta de miras confronta a López Obrador. Ni los retos mundiales de la actualidad reclutan su interés. Se limita a una guerra contra la corrupción que ha torpedeado.

El gran proyecto de México de ser ejemplo internacional en lo político, lo económico o lo científico está muy lejos. Sobresale su persistente ensayo de centralizar su poder personal que no articula. Sus planes de apoyo popular remedian lo cotidiano para lo electoral pero no se completan con el financiamiento de Pymes que urge.

Y era de esperarse. Sin más antecedentes que el de un exitoso líder popular su innata astucia no ha bastado para conducir a un país de más de 126 millones de individuos que necesitan algo que los inspire y los retenga o se van como ya lo han hecho por millones.

Por esto es importante que en su segunda mitad de gestión Andrés Manuel de sustancia a su presidencia. No necesitamos por parte de los académicos y empresarios más manifiestos sino que sea el Presidente López Obrador que se decida a crecer a la dimensión que su función exige rodeándose en esta nueva oportunidad, ahora sí, de personas que si le enseñen a gobernar y no sólo tolerar la corrupción que lo infestan, pero que por fin les haga caso. De lo contrario la maquinaria estancada no tendrá remedio.

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