Alguna vez leí un texto de Fernando Savater cuyo título tomo para nombrar esta colaboración. Aquel escrito del pensador vasco aludía a la oleada de populismo de derechas que marcaba una oscura tendencia en Europa y que en Estados Unidos prosperó con la elección del expresidente Trump. Se me quedó grabada la definición que entonces dio Savater de populismo: la democracia de los decepcionados. En su crítica señalaba cómo la decepción, alimentada por tintes nacionalistas, asumía sin reflexión la posibilidad de soluciones instantáneas a los males que la democracia no había resuelto en décadas. El presupuesto falaz de que la voluntad popular podía ser unificada y la crítica autónoma asimilada o simplemente no tomada en cuenta no solo era parte de este pensamiento mágico sino que se constituía, de raíz, en un planteamiento opuesto a las bases del ejercicio democrático donde el arreglo de las diferencias implica contrapesos institucionales y conlleva el debate racional.
El atrevimiento de tomar prestado aquel título obedece a que, a menos de una semana para las elecciones "más grandes" de la historia en México, llegamos a esta jornada con muchos signos de empeoramiento en la democracia local. Parte de la historiografía política del país señala que la conformación de un partido nacional, como en su momento fue el Partido Nacional Revolucionario, permitió dirimir los conflictos por el poder de manera que estos encontraran un arreglo sin tener que llegar a las armas. Las condiciones del entorno fueron perfilando al partido como un monopolio para acceder al poder nacional y regional, al grado que la participación de la oposición lucía más como rebeldía de alto riesgo o, en el mejor de los casos, concesiones del supremo gobierno. Ante esta situación y los abusos subsecuentes la inconformidad fraguada por décadas derivó en la necesidad de apertura democrática a partir de la elección parteaguas que significó la de 1988. Poco después, quedaría en manos de un organismo ciudadanizado la organización electoral en México a fin de dar certeza democrática a las elecciones.
¿Dónde nos encontramos ahora? En una realidad atroz en la que cualquier aspirante a un puesto de elección popular puede recibir una descarga de balas en pleno acto de campaña sin que haya posibilidad de detener ni castigar a quien cometa el agravio. Es una realidad en la que la antigua disciplina férrea del militante, o la cercanía total al dedo decidor permitía tejer una carrera política, se ha cambiado por los alcances disciplinarios y de favores otorgados por el dinero. Los arreglos no son más ideológicos o de proyecto político, sino de intereses mutuos cuyo puente de entendimiento lo dan los ceros a la derecha del uno. Es una realidad en donde el monopolio de acceso a las posiciones de poder político en todos los niveles no lo tiene un partido, pero sí el sistema de partidos, lo que ha orillado nuevamente a la ciudadanía a una condición satelital de espectador y proveedor de sufragio. Es una realidad, en suma, donde el sistema democrático ha sido pervertido.
¿Quiere decir esto que la democracia es inútil o quiere decir esto que precisamente es el régimen capaz de generar contrapesos a las tentaciones de poder que de facto ejercen diversas facciones incluido el crimen organizado y por eso es un sistema tan atacado? Por la vía que vamos, socavando la confianza y fracturando la democracia, solo aceleramos la llegada al precipicio. Más allá de las diferencias que tengan partidos y gobiernos, no se puede tolerar que una candidatura se convierta en potencial sentencia de muerte. Tampoco abona a la democracia que sea imposible para el ciudadano común aspirar a un cargo de elección popular ante el peso que de facto tiene el dinero para favorecer candidaturas. Tampoco nutre al ejercicio democrático la perversión total del sentido de los partidos políticos al convertirlos en meras franquicias electorales. Otra vez, como Sísifo, será tarea ciudadana impedir que estos males se normalicen y atrofien la posibilidad de pilares básicos para un México consistentemente democrático. Por ahora, podemos afirmar que, en materia de democracia, hemos aprendido a empeorar.
@EdgarSalinasU