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El puente colapsó

JULIO FAESLER

El tiempo se acorta. En un mes decidiremos el curso de nuestro país. No estamos ni mucho menos contentos con la situación en que nos encontramos. La pandemia agudizó el dilema que hay que resolver el seis de junio de continuar en la dirección que desde el inicio de esta administración nos marcó Andrés Manuel López Obrador o virar hacia el camino que afirme nuestro potencial ejercido en libertad y autonomía personal lejos de la propuesta actual sin más sostén que una difusa meta.

Nuestro futuro colectivo, y más que todo el personal, y el de nuestras familias, depende de nuestra voluntad de mantener y mejorar lo bueno y útil de las instituciones que a lo largo de muchos años nos abrieron la ruta de superación de los retos del desarrollo. Órganos diseñados para ofrecer servicios sociales de toda índole necesarios para el pueblo, entidades creadas para dar la confianza en la capacidad de avanzar ordenadamente hacia mejores niveles de vida y con respeto a las garantías de cada mexicano.

En el relato del México anterior al presidencialismo actual, la sociedad se nutrió del constante empeño por realizar el ideal de una patria integrada, próspera económica y espiritualmente, que brilló en las palabras perdidas de José Vasconcelos o de Gilberto Valenzuela. Aunque lastrado su aliento por una corrupción enquistada, nunca faltaron figuras que estuvieron muy por encima de los abusos de un sistema político que encubría sucesivas cleptocracias públicas y empresariales.

Hoy día, ayunos de señores funcionarios no pasa momento en que, la más alta autoridad cívica, terca en apoyarse en los conocidos vicios del pasado, remacha una y otra vez la versión de un país escindido en grupos, uno sano y sabio que se enfrenta a la maliciosa caterva adversaria que se resiste a que amanezca una comunidad nueva liberada de organismos corroídos y dispendiosos, que son, precisamente, los que venían atendiendo las aspiraciones más básicas del pueblo.

Ese discurso presidencial, lejos de inspirar siembra inseguridad. Las recetas que el gobierno aplica no vencen la violencia sin control instalada por doquier. Los programas que sustituyen acreditadas instituciones de salubridad se hunden en penosas carencias dejando estelas de dolor, el tan publicitado apoyo económico se limita al nivel individual o familiar pero desatiende la urgencia de revitalizar las PYMES que son la base del empleo y del consumo. Para colmo de males, el presidente de la República descarga golpes aviesos a las instituciones autónomas electorales, el INE y el Tribunal Electoral, con el declarado propósito de invalidar, llegado el momento conveniente, su crucial cometido de vigilar y validar la veracidad de los comicios.

La inconstitucionalidad de muchas estrategias mencionadas no detiene a López Obrador. Remacha con una bizarra fracción transitoria su reforma del Poder Judicial, suspende obligadas licitaciones de obra pública, tuerce esquemas aeronáuticos y margina a Muñoz Ledo de la redacción de una nueva Constitución, versión suprema de su Cuarta Transformación que lo inmortalizará.

Los hombres proponen y la realidad dispone. La sinfónica marcha hacia el pleno dominio político de Morena, o el de AMLO, tiene bemoles que desafinan. Poco a poco se revelan resistencias a sus programas favoritos. El Tren Maya atraviesa tierras mayas, la inoportuna refinería se inunda en pantanos, combinar Santa Lucía con otras terminales es un acertijo aeronáutico no resuelto. La Unión Europea duda de la convicción mexicana en la campaña climática, el Sembrar para el Futuro explora un patrocinio financiero en el presupuesto para Centroamérica del presidente Biden cuyo gobierno sintoniza con las severas censuras de los inmisericordes industriales de su país.

El ambicioso proyecto presidencial de López Obrador es, sin embargo, extensión de la misión que hace años se impuso en la vida. Sin mayor instrucción, atenido a su natural perspicacia, la obra será suya. En ella todo se centra. No necesita más. Sus planes magnetizan al gran pueblo sabio. Habrá coincidencias con los de otros países progresistas pero tuvieron fallas. Deben evitarse. Desde el trópico la aventura se sublima a las grandes decisiones.

Pero la suerte no embona con planes carentes de los elementales métodos de aplicación que deciden su éxito. Emprenderlos sin respaldo es exponer a inocentes. Para gobernar con acierto se necesita: Instinto para ser oportuno. Técnica para coordinar y acertar. Honradez para cumplir.

En la Línea 12 del Metro se desplomó una "ballena" entre dos columnas. No estaba bien amarrada. No la sostuvieron. Serias fallas. Error de diseño; falta de mantenimiento. 25 muertos. La bandera nacional ondea a media asta… No la vayamos a dejar así por falta del trascendente voto ciudadano el 6 de junio.

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