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El rey de los pretextos

Sin lugar a dudas

PATRICIO DE LA FUENTE
"La incompetencia es tanto más dañina cuanto mayor sea el poder del incompetente".— Francisco Ayala

La soberbia, en cualquiera de sus expresiones, es mala consejera y suele conducir a los Gobiernos a escenarios de pronóstico reservado. Ante los sucesos en el Metro de la Ciudad de México no hubo, ni posiblemente habrá, en ningún sentido, admisión de culpa. Además, las pesquisas pudieran encontrarse viciadas de origen, pues quizá afecten a dos posibles candidatos presidenciales.

Al momento en que escribo estas líneas, integrantes de Morena en la Comisión Permanente del Senado, más preocupados por salvarles el pellejo a grupos de interés que en velar por las víctimas y sus familias, frenaron la propuesta para crear una Comisión Investigadora sobre el colapso de la estación Olivos de la Línea 12 del Metro al considerarlo "no urgente y carroñero"; así la clase política que nos representa en tiempos de crisis y luto colectivo: impresentable.

El sello de la casa, como ha ocurrido a lo largo de la historia, se basa en siempre culpar a otros de cada uno de los infortunios que aquejan al país. El actual Gobierno lleva tal práctica hasta el absurdo de haber dividido a la nación, por lo menos en el discurso, en dos bandos con visiones irreconciliables: conservadores y liberales.

Para Gustavo Díaz Ordaz, el movimiento estudiantil de 1968 obedeció a una conspiración internacional para afectar los juegos olímpicos. Luis Echeverría pretendió justificar la devaluación de 1976 echándoles la culpa a los empresarios de Monterrey. Al nacionalizar los bancos privados del país e implantar un control de cambios, José López Portillo lloró a mares y acusó un saqueo planeado por "enemigos de la patria". Según Carlos Salinas de Gortari, la fuga de capitales y posterior crisis económica de 1995 fue culpa de Zedillo.

Tengamos por seguro que, al término de su administración, López Obrador habrá acuñado un rosario de pretextos para justificar que las cosas no hayan salido como él quiso en lo que ya se adivina como uno de los peores sexenios de la historia reciente. Sin distingo ideológico o de partidos, todos los expresidentes de México han pretendido reescribir su legado a conveniencia y justificar sus grandes yerros. Pese a ello, hasta los más fervientes defensores de la actual Administración poco a poco se convencen de que el paraíso prometido no verá la luz del día. El tiempo se agota, también la esperanza de un cambio.

Coincido en la pertinencia de esperar al resultado que arrojen los peritajes e investigaciones correspondientes y en ningún momento politizar la tragedia; sin embargo, es insoslayable afirmar con todas sus letras que el Gobierno federal se caracteriza por eludir su responsabilidad en un gran número de temas, llámese pandemia, crisis económica y de seguridad, falta de inversión, erosión de nuestra imagen a nivel internacional, etcétera.

Pese a ser el responsable de los destinos de la república desde hace casi tres años, Andrés Manuel López Obrador parece haberse convertido en el rey de los pretextos a la hora de explicar por qué las cosas no salen de determinada manera; también, como si todavía fuese candidato, en fabricar conjuras y teorías de la conspiración. Pese a haber decretado tres días de luto nacional, López Obrador volvió a compararse con Madero al decirse el presidente más injuriado de la historia. También, por enésima vez, enfocó sus baterías injuriando a los medios de comunicación porque ya sabemos que siempre, todo, tiene que tratarse de él.

En vez de mostrarse empático y sensible, las energías del titular del Ejecutivo están puestas en la elección intermedia, en cuyo proceso interviene a diario pese a los exhortos del árbitro electoral, y en preservar sus fichas rumbo al 2024. El mismo modus operandi es replicado por sus colaboradores, quienes se mimetizan en la piel del jefe y pretenden debilitar a organismos ciudadanos y entidades autónomas que sirven de contrapeso al presidencialismo excesivo y predicador al que es afecto López Obrador.

Sin embargo, en su fuero interno, el presidente sabe que lo acontecido en la capital del país significa un cisma político que afecta sus planes sucesorios. Tratándose de cualquier otro país con un andamiaje democrático robusto, ya habrían rodado, desde el primer minuto, varias cabezas. El rey de los pretextos y sus defensores batallan para encontrar uno; es difícil culpar a Administraciones anteriores cuando la izquierda ha gobernado a la ciudad desde 1997.

Mucho me temo que tendrán que inventar otra cosa.

Twitter @patoloquasto

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