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Ucrania y Taiwán, polvorines en la Paz Caliente

Urbe y orbe

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Lo que vive el mundo hoy no es una nueva guerra fría. Hay que ampliar nuestro marco de referencia histórico para entender lo que ocurre ante nuestros ojos. La Guerra Fría del siglo XX enfrentó durante cuarenta años a los bloques político-económicos encabezados por Estados Unidos y la Unión Soviética. Las democracias populares socialistas rivalizaban con las democracias liberales capitalistas en su forma de concebir y ordenar el mundo. Al final, en una carrera de desgaste, el orbe soviético se hundió, y las repúblicas socialistas que sobrevivieron se transformaron para abrazar al nuevo capitalismo global liderado por Washington. Es el caso de China. Aunque la URSS y EUA nunca se enfrentaron directamente, patrocinaron o apoyaron a bandos contrarios en distintas latitudes. Lo que hoy atestiguamos no es una nueva versión de la Guerra Fría sino una paz caliente en la que un puñado de potencias mundiales compiten y rivalizan, en un contexto de interconexión global y mercado mundial capitalista, para hacer prevalecer sus intereses geopolíticos y geoeconómicos.

La referencia histórica más afín a lo que hoy vivimos es la Paz Armada (1885-1914), cuando un grupo de potencias colonialistas competían y rivalizaban por hacer prevalecer sus intereses imperialistas. Fueron los tiempos de la caída de la hegemonía británica; hoy los tiempos marcan el declive de la hegemonía estadounidense. La Paz Armada se caracterizó por ser una época de globalización, liberalismo económico, expansión del capital financiero, inversión en armamentos y explotación de territorios coloniales y países no industrializados a manos de potencias imperialistas. Luego de una serie de incidentes y choques menores, y de la estructuración de ejes y alianzas, la rivalidad se hizo insostenible; cualquier chispa podía encender el polvorín. Esa chispa fue el asesinato del archiduque Francisco Fernando, suficiente para que las principales potencias del mundo movilizaran sus ejércitos para librar la peor guerra hasta entonces conocida. Y esa época también concluyó con una pandemia, la mal llamada "influenza española".

Las similitudes de aquellos tiempos con los actuales no significan necesariamente que vayamos directo a una nueva guerra mundial. Mucho depende de la forma en que las potencias de ahora gestionen sus diferencias e intereses. Pero queda la advertencia sobre lo que puede ocurrir si no se construyen mecanismos para dirimir de forma pacífica las rivalidades geopolíticas y geoeconómicas. Un argumento que se utiliza mucho actualmente para aminorar el riesgo de una posible conflagración a gran escala es que el mundo del siglo XXI está más integrado y es más interdependiente que a principios del siglo XX. Contra este argumento operan dos hechos: primero, que el mundo previo a la Gran Guerra también estaba globalizado e interconectado; segundo, que la interdependencia actual está en proceso de desintegración por guerras comerciales y proteccionismos. Hay razones suficientes para preocuparnos, sobre todo por las escaladas de tensión que ocurren en estos momentos en Eurasia, nuevo epicentro económico y político del orbe.

De los focos que acaparan la atención en estos días el más peligroso es Ucrania. El decreto del presidente ucraniano de intentar recuperar Crimea y sofocar la rebelión separatista en las provincias rusificadas del este del país ha puesto en alerta a Rusia, que ha desplegado una gran fuerza militar a lo largo de la frontera con Ucrania, en Crimea y el mar Negro. EUA, Reino Unido y, en menor medida, el eje francoalemán de la Unión Europea, todos miembros de la OTAN, han manifestado su apoyo a Kiev y exigen a Moscú que repliegue sus tropas y conjure así la supuesta amenaza de invasión que denuncia Ucrania. A decir de varios analistas, lo que pretende el Kremlin no es invadir sino mandar un mensaje contundente de que no está dispuesto a renunciar a Crimea ni a permitir que la OTAN expanda el cerco en su contra sumando a Ucrania. Otras voces apuntan a que EUA ha alentado la confianza de Kiev para obligar a Rusia a dar un paso en falso que obligaría a Francia y Alemania, pilares de la UE, a distanciarse de Moscú tras varios años de intentos por mejorar la relación. Más allá de las motivaciones particulares, la escalada de tensión y el despliegue masivo de tropas en Europa del Este aumenta el riesgo de que un error de cálculo, una chispa, desencadene una guerra a gran escala, aunque aún no está claro qué tanto se involucraría Occidente. Por si fuera poco, EUA acaba de aplicar las sanciones más duras contra Rusia por su presunta injerencia electoral y ciberataques a intereses estadounidenses. La posible reunión propuesta por Joe Biden a Vladimir Putin, que pone en ventaja al ruso, es clave para averiguar si el pulso se eleva o decrece.

El otro foco está en el mar de China Meridional, particularmente en Taiwán, en donde aparece nuevamente EUA, pero ahora frente a China. Por una parte, Pekín quiere establecer su hegemonía en las aguas del Sudeste asiático para impulsar su proyecto geoeconómico de la Nueva Ruta de la Seda, para lo cual necesita expulsar a la flota estadounidense que patrulla dicho mar desde hace décadas; por la otra, China pretende afianzar su control sobre Taiwán, lo que incide en el objetivo anterior, y para ello busca aislar al gobierno soberanista de la isla motivando a otros países a que le nieguen el reconocimiento como estado independiente. Washington está desafiando los intereses chinos estrechando vínculos con Taipéi, ofreciendo apoyo militar, político y económico y azuzando a otros países contra el avance de Pekín, mientras se rehúsa a dejar a la flota china el control total del mar del sur. La opinión de algunos analistas es que EUA busca obstaculizar los ambiciosos planes de China metiendo discordia en la recién creada Asociación Económica Integral Regional, la zona de libre comercio más grande del mundo. El principal peligro radica en que la presencia militar china está creciendo en la zona, lo que abre la puerta a un encuentro hostil con las fuerzas armadas estadounidenses ahí desplegadas. Por si no fuera suficiente, Washington mantiene la guerra comercial y tecnológica con Pekín al tiempo que endurece sus críticas por las presuntas violaciones a los Derechos Humanos y libertades civiles en Xinjiang y Hong Kong.

La preocupación crece al observar que el asedio de EUA a Rusia y China está afianzando la alianza de facto que han construido estas dos últimas potencias para hacer frente a la hostilidad americana. En Occidente se observa una clara alineación de intereses entre EUA y RU, mientras Alemania y Francia consolidan su eje para sostener a la UE. Por eso no debemos perder de vista el devenir de las tensiones en Ucrania y Taiwán, turbulentos episodios de la Paz Caliente del siglo XXI, junto con Irán, Siria, Yemen, Libia, Myanmar y Venezuela.

@Artgonzaga

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