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Vacuna en la ciudad

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LUIS F. SALAZAR WOOLFOLK

La aplicación de la vacuna en contra del COVID-19 en Torreón, amerita comentario que puede ser referido al resto de nuestro país y del mundo, puesto que se trata de una estrategia que concierne a todo el planeta. Lo anterior considerando que el enemigo es el mismo; las vacunas como armas de contención y como negocio proceden de las mismas potencias mundiales; en todas partes el proceder de los gobiernos da lugar a la luchas de poder, con el añadido de que la humanidad como protagonista es la misma, pese a su múltiple diversidad.

Es frecuente escuchar que la estrategia del gobierno de López Obrador ha errado al enfrentar la pandemia, y en el caso de la aplicación de vacunas en nuestra ciudad, se critica que se haya anunciado un plan inicial que ciertamente no fue observado y fue modificado sobre la marcha. La crítica es pertinente, pero para entender ese estilo de gobernar, se debe considerar que en la 4T las proyectos generales suelen ser objeto de ajustes, que en el caso específico responden a la prioridad de decir que si a las personas, y atender a todo aquel que se ponga en la fila en condición vulnerable, aunque tal cosa llegue a desquiciar el sistema.

La inscripción de los mayores de edad en la plataforma virtual que marcó el arranque de la estrategia, seleccionada por código postal, fue dejada de lado y la vacunación inició en dos puntos en los que se convocó a la fila a los mayores de ochenta años. Los pacientes llegaron acompañados de adultos de sesenta o más años pero menores de ochenta, que se ostentaron como cuidadores de los más ancianos y vulnerables; los operadores del programa decidieron vacunar a los acompañantes, lo que hizo que se difundiera la noticia en redes sociales y se dejaron ir en tropel personas sesenta años en adelante.

El fenómeno referido aunado a que la disposición de vacunas y la afluencia de mayores de ochenta años lo permitió, ocasionó que en los días siguientes se modificara el procedimiento y se abriera una segunda fila para adultos de entre sesenta y ochenta años, y se estuvo vacunando bajo esa nueva modalidad. Continuó el proceso hasta que menguó la fila y el último día se presentó un tumulto de mayores de ochenta años, que por temor a la vacuna e indecisión, o por desinterés propio y apatía de sus familiares, dejaron para el mañana, lo que debieron hacer en su día.

A reserva de lo que depare el futuro la estrategia parece funcionar, puesto que la letalidad ha disminuido sensiblemente y la capacidad hospitalaria se encuentra desahogada. Es cierto que la enfermedad no ha sido erradicada, pero tampoco lo ha sido en el resto del mundo, y mientras no se erradique el COVID-19 en nuestro país, lo conveniente es que la ciudadanía continúe vigilante, y haga los señalamientos y reclamos que se justifiquen en contra del Gobierno Federal o de cualquiera otro de los órdenes de gobierno, pero no como mera descalificación, sino de modo responsable, en forma de exigencia y propuesta.

En tal escenario llama la atención la actitud lacrimosa con la que el Gobierno de Coahuila ha insistido en que fue marginado de la vacunación sin embargo, esa supuesta exclusión no fue obstáculo para que el Secretario de Salud Roberto Bernal, haya declarado a los medios la semana pasada, el falso fallecimiento de un hombre mayor de edad que habría sucumbido en la fila de vacunación, debido al desorden y la falta de atención. El rumor fue recogido por la prensa y los noticieros de radio y televisión y en las redes sociales, corrió como reguero de pólvora; para abonar al escándalo, el Presidente de la Comisión de Derechos Humanos de Coahuila confirmó la falsa noticia y anunció la apertura de una investigación.

Un día después se retractó Bernal, pero intoxicó el ambiente e infundió un temor que se suma a la desconfianza que de por sí existe en el mundo, frente a la vacuna. El lunes pasado al concluir la vacunación en esta etapa, Bernal vuelve a los medios, asegurando con temeridad que el operativo se cerró a pesar de que "se tienen en los congeladores miles de vacunas" en existencia. Si el gobernador Miguel Riquelme y su Secretario de Salud se sintieron excluidos, pudieron haber organizado siquiera un operativo de transporte para llevar a los adultos mayores hasta los centros de vacunación que operaron en esos días; en vez de haber hecho eso o cualquiera otra cosa positiva, ambos optaron por enrarecer el ambiente y torturar la mente de una ciudadanía agobiada por la tragedia.

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