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La nariz como frontera de soluciones

ÉDGAR SALINAS URIBE

Platicaba con un amigo acerca del nada extraño fenómeno de la nariz fronteriza. Se trata de la vieja costumbre de dar por sentado que el mundo coincide, milímetros más, milímetros menos, con las fronteras de la propia nariz. En palabras menos plásticas es suponer que lo conocido, lo muy familiar y en muchos casos producto de la experiencia personal es equivalente a toda la realidad. Esto es tomarse literal el adagio de que nada nuevo hay bajo el sol.

Probablemente el fenómeno de la nariz fronteriza no tenga repercusiones cuando se trate de opiniones que solo impactan a las decisiones que atañen a la propia persona, pero resulta una posición tradicionalmente conservadora cuando se trata de asuntos de la polis. Cabe mencionar que lo conservador no es una exclusiva de un segmento social de cierta orientación política o ideológica, sino de todo aquello que invariablemente desestima el fundamento de un discurso razonable porque sencillamente no coincide con lo que cree, y no está dispuesto a razonarlo. De allí que la ciencia haya sido por antonomasia enemiga de las posiciones conservadoras, precisamente porque el motor que mueve a la ciencia son las preguntas y más preguntas, además de complacerse falseando, con razones, aquello dado por sentado.

No quiere decir lo anterior que la ciencia tenga respuestas para todo. Aunque con frecuencia nos sorprende como si así fuera. Tristemente, sin embargo, muchas de las respuestas que la humanidad espera con ansia aún no las tenemos pese a todos los avances, recursos, equipos y personas de extraordinaria capacidad que actualmente hay. Por ejemplo, enfermedades que arrebatan millones de vidas al año aún son incógnitas dolorosas en términos de conocimiento. En contraparte, gracias al saber científico acumulado nos encontramos con sorpresas que bien pueden calificar de milagro, como es el caso de las vacunas desarrolladas contra el COVID-19. En suma, la ciencia suele ser una pesadilla para quienes asumen la condición de nariz fronteriza. Si bien la ciencia no tiene respuestas para todo, se esfuerza por formular preguntas y allí comienza su travesía hacia el conocimiento o a un nuevo conocimiento. Generalmente una mente conservadora tiene más respuestas que preguntas, y una científica al revés, son más las preguntas que las respuestas en su haber. Contrario a lo que comúnmente se piensa, es más difícil hacer preguntas que ofrecer respuestas. O dicho con mayor precisión, lo difícil es hacer las preguntas correctas.

Lo anterior tiene repercusiones cuando se trata del diálogo público, es decir, cuando se trata de discutir y encontrar soluciones a problemas comunes. Cuando participo en reuniones donde el objetivo es llegar a "propuestas de solución" a algún "problema", trato de entender el proceso epistemológico que lleva a tal o cual participante a proponer algo en la mesa. A la fecha me he encontrado con un error frecuente: suponer que el problema está definido y entendido bajo un prisma común por quienes participan del diálogo. Muy a menudo no se discute la definición del problema y, en cambio, se le destina horas de posaderas y ríos de saliva a la discusión de soluciones. El desenlace de este tipo de prácticas puede ser constatado con nada más que salir a la calle hoy.

Aunque sea por método, sería interesante hacer la prueba con alguno de los "problemas" regionales y abordarlo invirtiendo la proporción del tiempo concedido a la definición del problema respecto al dado para su solución. No es perder tiempo de antemano si se consideran costos y tiempo frecuentemente perdidos por aquellas soluciones tomadas sin una apropiada definición del problema y que de repente han "encontrado solución" en una sesión de consejo de cuatro treinta a seis de la tarde.

En última instancia se trata de aprender un poco del método seguido por la ciencia al momento de situarnos en discusiones de temas que afectan a la colectividad. De entrada, valdría la pena hacer un esfuerzo mayúsculo para definir un problema con sus preguntas apropiadas. Seguramente así sería menos cotidiano el fenómeno de la nariz como frontera de falsas soluciones.

@EdgarSalinasU

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Escrito en: editorial Edgar Salinas Uribe

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