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Radicalización

Sin lugar a dudas

PATRICIO DE LA FUENTE
"El odio es un pez espada, se mueve en el agua invisible, y entonces se le ve venir, y tiene sangre en el cuchillo: lo desarma la transparencia".— Pablo Neruda

En cuanto al uso de los símbolos y a la hora de distanciarse de otras administraciones, el actual Gobierno ha sido exitoso. En vez de gobernar para todos y velar por el bien colectivo, la administración lopezobradorista divide a la nación en dos flancos, liberales y conservadores, y no admite al pensamiento moderado que ofrece una tercera vía. Sobre la razón y el tan necesario debate de las ideas el presidente, fiel a su estilo pendenciero, cada que se ve acorralado, le apuesta a la radicalización. En la práctica y en los hechos, Andrés Manuel López Obrador sigue comportándose como opositor, al tiempo que busca el debilitamiento de las instituciones y con su actuar errático, erosiona nuestra endeble democracia.

Desde el comienzo del sexenio, mucho tiempo se ha perdido en acciones de relumbrón, con fuerte tufo electorero y populista, que en la práctica no resuelven gran cosa, pero mantienen cautiva y absorta a la audiencia. Estamos ante otro sexenio de pan y circo y escasos, que si no desastrosos, resultados. Por donde se le mire, este gobierno representa una gran decepción para quienes apostaron por un cambio, y de continuar por la misma ruta seguramente será recordado como otros seis años de oportunidades perdidas y promesas que no vieron la luz del día.

El presidente marca y dicta la agenda mediática, a menudo valiéndose de distractores, a efecto de ocultar los magros resultados e inoperancia de su administración a todos los niveles. Esta semana, desde el estrado de la mañanera, López Obrador y su maquinaria propagandística han dedicado horas a revivir el pasado y culpar al periodista Carlos Loret de los males que aquejan al país. Loret, quien mantiene una postura crítica y a menudo de confrontación con el actual Gobierno, ha puesto en evidencia, entre otras cosas, que el fenómeno y las prácticas de corrupción siguen presentes, con la salvedad de que otro es el grupo de poder quien las practica y ejerce con sospechosa impunidad. Ello le ha valido, como a muchos otros periodistas y entidades críticas del Gobierno, una embestida desproporcionada desde la Presidencia de la República. Esta semana los dardos envenenados fueron para Loret, la anterior fue la organización Artículo 19, encargada de proteger a periodistas, seguramente la siguiente vendrán otros. En el marco de las elecciones intermedias, también el INE, una institución que mucho nos ha costado construir, está siendo víctima de ataques que buscan demeritar nuestra confianza en el árbitro electoral e imponer una agenda radical.

Sin embargo, pese a la intentona que pretende dividir al país en dos bandos para así conservar la mayoría en la Cámara e instaurar un proyecto descoordinado que va decidiendo sobre la marcha y la improvisación, la realidad se impone con toda crudeza y permite que salga a la luz lo irresuelto, que por cierto es muchísimo. En su empecinamiento, el presidente ha abierto demasiados flancos de guerra que a la larga le cobrarán la factura de no regresar a una actitud de mayor conciliación y entendimiento con los 90 millones de ciudadanos, quizá hoy más, que no votaron por él.

López Obrador se encuentra distanciado de los empresarios que miran a México con desconfianza y recelo y no se animan a invertir, pues no existen condiciones necesarias para hacerlo. El presidente también está alejado de las clases medias a las que ha agraviado en repetidas ocasiones; en tensión con la Casa Blanca y nuestros vecinos del norte, sin canales de comunicación con la oposición, confrontado con los medios informativos y sin una hoja de ruta ni propuestas para salir de la crisis que hoy vivimos y alcanzar un desarrollo sostenido.

México, además, se ha convertido en ejemplo de todo lo que no debe hacerse a la hora de enfrentar una pandemia. La estrategia de vacunación, por donde se le mire, resulta un verdadero desastre que evidencia la falta de coordinación a todos sus niveles. Salvo la venta de un avión que no ha sido, cancelar el Aeropuerto a un costo altísimo para los contribuyentes, encapricharse con obras que obedecen a vendettas personales (Dos Bocas o el Tren Maya), desaparecer al Estado Mayor Presidencial y trasladarse a Palacio Nacional, todo lo demás se basa en pronunciar discursos huecos y culpar al pasado de lo que no pudo ser.

Perjurar, hasta el cansancio, que abatir la corrupción será la vía para resolver, como por arte de magia, todos los problemas que aquejan al país, habrá sido funcional al principio. Hoy, la cantaleta harta. Desde el inicio, el presidente López Obrador convocó a los mexicanos a un gran proyecto de transformación que a casi tres años sigue sin ver la luz. Al tiempo, el país va a la deriva y en ruta de colisión dada la radicalización de un mandatario que no admite opinión más que la suya y se siente dueño de la verdad y el destino de ciento veinte millones de mexicanos que siguen a la espera de resultados que brillan por su ausencia. Pero en tierra de ciegos, el tuerto es rey.

Twitter @patoloquasto

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