
Javier Pérez Rodríguez, Danzón. (El Siglo de Torreón)
Las manecillas del reloj de mano están apunto de encontrarse en el número 12. A esa hora del día el sol resalta y el calor se acentúa. Camino por la calle Mutualismo en Torreón, busco al Rey del Danzón. En mi mano cargo un trozo de papel con la dirección escrita a lápiz, lo coloco frente a mis ojos y me percato que justo estoy frente del domicilio que rastreo. Cuando me dispongo a tocar, la reja que blinda a la vivienda se abre antes de mi llamado, detrás de ella se baja el telón y aparece enfundado en un pulcro traje negro y una gorra inglesa en tono gris, un hombre de bigote rojizo y acentuada sonrisa. No tuvo que pronunciarlo, de inmediato lo supe: él era el Rey del Danzón.
Javier Pérez Rodríguez se acomoda el pañuelo azul que se aloja en la bolsa de su saco mientras da entrada al espacio en el que ha labrado sus años . Al caminar el hombre revive imágenes de su infancia. Desde niño, expresa, transita en este lugar que se asemeja a un callejón sin salida y en el que encontraron alojamiento la mayoría de su familiares. A él, su abuela le acondicionó una casita cuando se casó. Con paso lento, el danzonero y yo nos dirigimos justo hacia esa morada.
Los gatos que controlan los tejados saltan y se escabullen cuando detectan que nos vamos acercando a ellos. Javier es un hombre lleno de recuerdos, le gusta narrar el tiempo pasado. Abre una sencilla puerta de madera con mosquitero y sede el paso a un espacio que ofrece, entre fotografías y recortes de diarios, una narrativa visual que sostiene toda su historia en el baile, mientras, un buen danzón, que se escapa de una pequeña radio grabadora, se ofrece como sonido de fondo. En un vistazo rápido se puede apreciar que las instantáneas tienen un común denominador: Javier nunca sale solo. Si él es el llamado Rey del Danzon, Carmen, su mujer, era la Reina.
Pero Carmen no está más. La silla que ocupaba luce vacía. Y Javier aún no puede explicarse por qué. Dejando descansar su codo sobre la mesa en la que compartió incontables charlas con su pareja de baile y de vida, el lagunero la recuerda, sabe que su historia en la disciplina rítmica no la puede contar sin evocar a su amada.
El 17 de mayo es una fecha que se le marcó a Javier con saña. Ahí, frente él (justo como ahora lo relata) su esposa (en aquel entonces de 67 años) le solicitó un vaso con agua, después de darle dos tragos un paro cardíaco fulminante la descubrió finita. El hombre de 74 años lleva 10 meses lanzando las mismas preguntas "¿Cómo te fuiste?, ¿Cómo le hiciste?, ¿A dónde te fuiste?". Y sólo su voz rebota en las paredes de la pequeña habitación que contiene el nutrido registro visual de su vida con ella.
Javier quedó fulminado con su sorpresiva muerte. Estaban a punto de celebrar cinco décadas de lo que él nombra fue un feliz matrimonio.
"Me encantaba verla aquí. Siempre la admiré, nunca dejó de gustarme, le decía 'mira como estás bonita, fijate, casi 50 años y no dejas de gustarme y eso que te veo a diario'", comparte Javier y avienta un beso a una fotografía en la que se observa a Carmen recostada en una cama con el dedo pulgar de su mano izquierda levantado y de bajo de este unas letras que forman la frase "¡Ánimo viejo!".
Y ese ánimo es el que poco a poco Javier ha tenido que arar, porque como escribió el poeta francés Alphonse Marie Louis Prat "A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en el mismo ataúd", porque irreparablemente algo del bailarín lagunero se fundió con su amada mientras que ésta se convertía en un polvo eterno.
"Conocí a una excelente mujer. Tuve dos hijos con ella y me acompañó 50 años a bailar. Ella me hizo lo que soy en el baile, con su apoyo en pareja. Vea: no hay foto que no salga con ella". Y apunta a su galería de la nostalgia.
El Rey se quedó sin su Reina, pero Javier sabe que el baile será siempre una vía que perpetuará el recuerdo de su esposa, y a él lo mantendrá con el espíritu encendido.
LA ESTRUCTURA DE UN BAILARÍN
Raúl Pérez García llamado "El pasos largos" (por su estilo al bailar), fue el hombre que le sentenció el destino a Javier. Tío y sobrino se entendieron en el lenguaje del baile. Fue el pasillo en el que antes transitamos, el primer lienzo en el que Javier dejó ir sus pies en la exploración de diversos trazos que fueron dibujando el personaje que hasta la fecha él asume: el Rey del Danzón.
Pero ¿por qué Javier se enamoró del danzón? "Todos los bailes nacen del danzón. De éste sacaron el cha cha cha, el mambo, la guaracha... hay muchos ritmos que se desprenden del danzón". Entonces sucedió: desde niño Javier se aleccionó en ese ritmo de origen cubano, después, las posibilidades le resultaron infinitas. El hombre risueño acepta con orgullo que su cuerpo domina todos los ritmos. Manifiesta, que a lo largo de su vida ha permitido que su sangre arda en cada pista en la que proyecta, más que su talento, su pasión.
Y es que el llamado Rey del Danzón es un apasionado, y además un hombre de excelente memoria. Al echar el casete hacia atrás me brinda fechas como en una línea del tiempo: a los 13 años comenzó a bailar instruido por su tío; a los 18 formó parte de un grupo de baile de teatro que ensayaban y se presentaban en el Hotel Río Nazas. Ese momento, comparte Javier: "cambió mi vida porque me enseñaron a bailar como se debe. Me enseñaron las técnicas y lo que es el baile de salón, la coordinación y el poder transmitir. Muchas cosas: los tiempos, ir exacto con la música, los pies juntos, la mirada, no estar agachado".
De esas presentaciones se desprendieron varias solicitudes de personas que querían que Javier los instruyera en el baile. Corrían los años 70's cuando el lagunero inició a dar clases particulares a diversas familias de la región, así como también a instituciones como el IMSS, Peñoles y la SEP.
"Una cosa llevó a otra y de pronto, también, ya estaba poniendo coreografías para 15 años". Aunque en aquel tiempo no era el único maestro, actualmente ya lo es porque, dice, sus colegas ya fallecieron. "Ya no queda nadie, más que yo", pronuncia pelando los ojos y aventando una plegaria al cielo.
Sigue el relato. Fue en el año 2000 cuando Pérez Rodríguez fue invitado por el entonces alcalde de Lerdo para que inaugurara la Escuela Municipal de Danzón en ese municipio, que en primera instancia estaba adherida al Instituto de Cultura y que después se designó al DIF. Hasta la fecha Javier se dedica a dar clases de danzón a adultos mayores en esa institución. Enfatiza que aplica 90 clases por año y sus alumnos son incontables.
"Ahorita está parado por la pandemia. Actualmente a lo único que voy a Lerdo es a grabar los videos que suben en Facebook. Voy y grabo cinco piezas y los van subiendo a la red".
El bailarín aclara que lo anterior es sólo lo relacionado con el municipio de Lerdo, antes, contabilizó más de 7 mil clases impartidas en Torreón. Es decir, su cuerpo en movimiento le ha dado cátedra a infinidad de laguneros que de alguna u otra forma han sido inquietados por el baile, y más, por un ritmo como el danzón.
LA VIDA ES UN BAILE
La bailarina rusa estadounidense Anna Pavlova alguna vez expresó que "un bailarín baila porque su sangre baila en sus venas", Javier sabe de esto, porque sencillamente no concibe su vida sin bailar. Desde los 13 años ha sido su manera de comunicarse con el mundo.
La carrera del 'Güero', como también es conocido en La Laguna, es incansable. Javier comparte que Carmen y él ganaron todos los concursos de baile disponibles al alrededor de la república. Actualmente, con nula ostentosidad, el lagunero reitera que él es el único maestro de danzón en todo México, dice, claro, hay más profesores de baile pero ya no quien se involucre en este ritmo.
Y es que lo de Javier y el baile es eterno. Comparte que si Dios le concede vida, él quiere alcanzar sus 80 años impartiendo clases, por eso, dice, se mantiene en movimiento.
Por último, el Rey del Danzón posa para la que quizá sea la primer foto en la que no salga con su Reina. No lo dice, pero Javier sonríe porque confía que Carmen está ahí, sujetándolo de la mano para enmarcar este momento que seguro figurará en la narrativa visual de su vida.