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Los dos tableros de ajedrez

JULIO FAESLER

En el dintel de las elecciones del próximo 6 de junio los asuntos internacionales parecerían palidecer en importancia.

Pues no. Tanto lo sucedido en los Estados Unidos con el cambio de estafeta a Joe Biden y lo que ello implica en cuanto a ajustes en su relación con México, como los escenarios asiáticos, particularmente chinos o las fraternales relaciones con América Latina, se convierten en factores que pueden influir en nuestras vidas.

Empecemos con Estados Unidos. La primera conversación entre el señor Biden y el presidente de México hace una semana no aportó más que un asomo de una parte de la vasta agenda de temas que están pendientes de atención una vez desaparecida la pesada carga de Trump.

No es de creerse que por eso Biden deje atrás el nacionalismo necesario para alentar y defender su agricultura y sus industrias. La clarinada de Biden "America is Back" es a su auditorio mundial y quiere decir que su política es la de recuperar el terreno perdido en todos los sentidos y que, espera de sus dos socios del T MEC la cooperación adecuada para cumplir la meta de hacer de Norteamérica el eje económico, financiero y energético indiscutible para asegurarle el liderazgo en un todo, incluso en lo ambiental.

La salvaje invasión del Capitolio a principios de enero fue un fenómeno de momento que de ninguna manera resta impulso a la misión democratizadora que ha animado a ese país y apoyar a todos los que sigan el modelo washingtoniano de libertades individuales y sociales. Para los que así lo entiendan, la amistad del gobierno de Biden es segura.

La aplicación del tratado trilateral T-MEC en materia laboral será monitoreada por un comité. Para México esto se prevé avances en libertad sindical y aumento en niveles salariales que no afecten la ventaja del bajo costo de nuestra mano de obra. La creación de un comité para vigilar daños a la capa de ozono introduce la cuestión de combustibles contaminantes. El efecto en las políticas energéticas es inevitable; Estados Unidos que se reintegra al protocolo de París quiere que Norteamérica como región, reduzca sus índices de contaminación y controle desperdicios tóxicos.

México ha de ceñirse a lo que Peña Nieto, en los últimos días de su sexenio y Trump firmaron con la festinada participación del entonces subsecretario para América del Norte, Jesús Seade, representante de López Obrador, el presidente mexicano entrante.

Norteamérica como bloque de claro perfil económico, político y militar se blinda contra eventualidades que pudieran retar su objetivo. En un escenario internacional tan diverso y confuso como la actual la cláusula 32.10 del T-MEC, aceptada por los negociadores mexicanos, previene que la parte contratante que quiera firmar un tratado de comercio con un país que no sea de economía de mercado, debe consultar su contenido a las otras dos. Queda fuera de toda duda que se trata de forjar un eje que se enfrenta a China que es ya lugar común identificar como el único y verdadero rival en todos sentidos de Estados Unidos.

El presidente mexicano que se había acomodado al resbaloso e impertinente trato con el presidente Trump, ahora encontrará que el nuevo gobernante norteamericano es de una suave formalidad, políticamente experimentado y astuto en estrategias legislativas. Puede esperarse que Biden, muy consciente de los intereses y riesgos que se juegan en todas las regiones del mundo, será exigente en temas donde va de por medio el peso y el prestigio internacional de su país.

La solidez de la alianza norteamericana ya la adoptó como tarea López Obrador al decir al día siguiente de la entrevista, que México es la chispa que la hace posible. Mientras no cambien las cosas, el papel de López Obrador no será otro que el de continuar con la misma docilidad que ofreció a Donald Trump.

La alternativa de lanzarse tercamente a una vía de decisiones autárquica en asuntos de conducción técnica y económica siempre contrarias en las que siempre concuerdan Washington y Ottawa sería empeñarse en nadar contra todas las corrientes lo que requeriría más apoyos que los que pudieran ofrecerle sus leales bancadas morenistas en el Congreso.

México no tiene porqué ausentarse de sus dos tableros de ajedrez, el nacional y el regional. López Obrador no ha unido las fuerzas del país bajo una estrategia sensata y convincente para propios y extraños. Hay que luchar el próximo 6 de junio por una Cámara de Diputados bien balanceada, no de monopolio, en la que empezaría el líder local por fin aprender a jugar ajedrez como un verdadero líder nacional.

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Escrito en: Editorial Julio Faesler

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