Un día un joven frustrado acudió a un sabio en busca de ayuda:
Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo ganas de hacer nada, me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto.
¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro sin mirarlo le dijo: Cuánto lo siento, muchacho, no puedo ayudarte, ya que debo resolver primero mi propio problema, quizá después.
Y haciendo una pausa agregó: Si quisieras ayudarme tú a mí yo podría resolver este problema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
El joven, como quería resolver su problema, accedió a ayudar al sabio, así que le preguntó de qué se trataba su problema.
El sabio se quitó un anillo que llevaba en el dedo meñique de la mano izquierda y dándoselo al muchacho añadió:
Toma el caballo que está allá afuera y cabalga hasta el mercado, debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda, es necesario que obtengas por él la mayor suma posible y no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.