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La burbuja igualitaria

JORGE ZEPEDA PATTERSON

Hace una semana un jardinero que viene a casa de tanto en tanto y a quien conozco desde hace años me dijo que él no pensaba vacunarse. Lo tengo por alguien razonablemente informado y dotado del buen sentido común que suelen poseer las personas que comprenden la naturaleza y saben trabajar con ella. Intrigado le pregunté sus razones. "Dicen que puede producir reacciones y no quiero exponerme; yo, del COVID-19 puedo cuidarme y de mi depende, pero si mi inyecto ya no depende de mí si caigo enfermo". Traté de desmontar su lógica, creo que sin éxito, argumentando que la posibilidad de contagiarse, incluso cuidándose, era altísima comparada con la escasa probabilidad de que fuese uno de los casos extraños que reaccionan gravemente a la vacuna. De lo primero podía morirse, insistí, de lo segundo difícilmente.

Dos días más tarde el abarrotero de la esquina, quien escucha tertulias de radio todo el día, me preguntó si yo quería ponerme la vacuna y me externó sus dudas. Luego leí el curioso caso de un municipio de Chiapas, San Juan Cancuc, que tras hacer una encuesta, rehúsa ser incluido en alguna campaña de vacunación.

Comencé a preguntarme si hay un sentimiento anti vacunas que hemos subestimado, si tal repudio es espontáneo o es instigado, si obedece a preocupaciones fundadas o a la desinformación y la ignorancia. Quizá algo que dábamos por descontado no lo es tanto. Después de todo, la información que ha estado circulando nos habla de un mundo en rebatiña para hacerse de las vacunas, de que los millonarios de México viajan a Estados Unidos para ponerse una, de directivos y administrativos de hospitales que arriesgan su empleo para meterse en la fila. Y sin embargo, ahora que la posibilidad de una vacunación universal comienza a hacerse factible, paradójicamente surge una reacción en contra que parece no ser tan marginal.

En un mundo en el que la mayoría de los republicanos sigue creyendo que Donald Trump ganó las elecciones y fue víctima de un fraude electoral, no es imposible que un buen número de personas decidan llevar la contraria a la ciencia, al sentido común o la evidencia histórica sobre lo que las vacunas han representado en otras enfermedades en el pasado. Tampoco es extraño que la pasión por las teorías complotistas lleven a algunos a creer que la vacuna es en realidad un chip diseñado para controlarnos. Pero, extravagancias y síndromes confabulatorios aparte, la desconfianza a la vacuna es un sentimiento que podría estar más extendido de lo que habíamos pensado.

Este viernes The Economist sistematizaba algunas de estas actitudes que, desde luego no son privativas de México. Solo en Inglaterra, uno de los países más adelantados en la campaña de vacunación, se registra que un 15% de los oferentes han rehusado ser inoculados; es decir, millones de personas, lo cual revela que no se trata de una reacción marginal o extravagante. Y en países como Francia o Estados Unidos más de un tercio menciona tener algún tipo de reserva sobre las vacunas. Esto podría llegar a ser un problema si la meta de las autoridades de salud es alcanzar la inmunidad rebaño, lo cual supone inocular a una proporción entre 70 y 80 por ciento de los habitantes. Esto explica por qué en otras epidemias en algunas naciones la vacuna haya sido obligatoria en el pasado.

Lo más sorprendente es el reporte de varios países del primer mundo que revela la resistencia que existe entre personas vinculadas al propio sistema de salud. En Alemania, se advierte, podría alcanzar hasta un 40% de enfermeras y doctores.

En muchos casos más que una oposición se trata de mera desconfianza o algo de precaución. Muchos responden que eventualmente lo harán pero prefieren esperar a ver la reacción de la vacuna en otras personas.

Algunas de estas reservas obedecen a la suspicacia que provoca la rapidez con la que los laboratorios generaron las vacunas contra el COVID, un proceso que suele durar años, varios de ellos dedicados a la observación de sus efectos en la población voluntaria, y que ahora tomó unos cuantos meses. Tampoco ayuda la acelerada aprobación por parte de las autoridades de cada país, urgidas de activar la economía.

Y con todo, es evidente que el mundo necesita de las vacunas para no repetir el apocalíptico 2020. La desesperación por introducir una solución que erradique al COVID ha llevado a los países a emprender una guerra comercial ante los laboratorios, para asegurar cada uno sus propias necesidades. La disputa por abastecerse es explicable, pero en última instancia absurda. Alcanzar la inmunidad rebaño en los países del primer mundo (gracias al acaparamiento que están en condiciones de imponer), sólo les permite ganar tiempo. Pero no olvidemos que el virus salió del Extremo Oriente y en materia de semanas se generalizó en el resto del Planeta. Lo mismo podría pasar con alguna mutación del bicho que resulte invulnerable a las vacunas. Mientras el virus siga vivo y transmitiéndose en los países pobres, ninguna nación puede respirar tranquila. Ya ha surgido una media docena de mutaciones, algunas de ellas más infecciosas que la original, pero al parecer todavía vulnerables a las vacunas hasta ahora diseñadas. Eso podría cambiar, a menos que aseguremos que esa inmunidad rebaño sea planetaria. La aldea global es también una aldea en materia de salud.

Las campañas de vacunación unilaterales y en parcelas territoriales divididas por fronteras artificiales acaban siendo una ficción, porque operan ignorando que en realidad vivimos en una burbuja planetaria. También es ficción la noción de vacunación universal cuando un porcentaje de la población no desea vacunarse. Todo ello plantea difíciles dilemas entre lo individual y lo colectivo, entre la libertad y las necesidades del conjunto, entre el "sálvense cada quien como pueda" y la dependencia a la que nos condena el hecho de que estadounidenses, africanos, mexicanos o alemanes, vacunados y no vacunados, estamos juntos en esto. Un tema más a reflexionar, de los muchos que la pandemia ha hecho estallar en nuestra cara.

@jorgezepedap

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Escrito en: Editorial Jorge Zepeda Patterson

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