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Con estos ni a la esquina

JORGE ZEPEDA PATTERSON

Francamente ni a cual irle. El PRI, el PAN y el PRD lejos de intentar lavarse la cara, o incluso pretender que lo hacen, están candidateando para las elecciones de verano a representantes de los mismos grupos que los llevaron a la debacle. Y tampoco es que Morena y sus aliados luzcan mejor, aunque sea por otros motivos. El partido de AMLO se ha inclinado por algunos personajes impresentables; quizá buenos provocadores en la tribuna pero verdaderamente temibles en puestos de responsabilidad. Y el PES ha renunciado a todo intento de representar una corriente ideológica, válida o no, para recurrir a excelebridades venidas a menos en venta al mejor postor.

Comencemos por el PRI. Su presidente, Alejandro Moreno, quien supuestamente sería el reconstructor del nuevo PRI tras la cruda electoral de 2018, se ha dedicado estos dos años a pactar con las mafias tradicionales del tricolor a cambio de afianzar su propio poder. La repartición de las candidaturas lo deja en claro: Rubén Moreira y su esposa, el clan de los Murat, el hijo de Gamboa aparecen en las listas en las posiciones más encumbradas y con mayores posibilidades de triunfo. Y las que sobran están en buena medida monopolizadas por familiares y colaboradores del propio Alejandro Moreno. Quedaron en mera ilusión las promesas de reclutar los cuadros frescos que reinventarían y limpiarían de corrupción a la otrora maquinaria política.

Con Margarita Zavala, Santiago Creel, Cecilia Romero o Gabriel Quadri, en las posiciones más cotizadas de la lista de candidatos, el PAN también recurrió al pasado y olvidó sus promesas de incorporar nuevos líderes extraídos de la comunidad y de la iniciativa privada. Y del PRD mejor ni hablamos; hace tiempo que dejó de ser un partido con alguna base social, para convertirse en un cerrado club de excorreligionarios empeñados en extraer mineral de una mina cada vez más agotada.

En el caso del PRI se trata esencialmente de una disputa entre facciones en el poder, en la cual vuelven por sus fueros los marginados por la preeminencia que alcanzó el grupo Atlacomulco con Peña Nieto a la cabeza, y hoy intentan recuperar el terreno perdido.

En el caso del PAN, en cambio, se trata sobre todo de un sentimiento de inseguridad en sus propias capacidades y sus opciones de triunfo. A diferencia del PRI, no se trata tanto de una imposición de las élites de siempre empeñadas en repartirse el pastel (aunque también algo hay de eso), sino y sobre todo, en su pánico a volver a caer en las elecciones de verano y para conjurarlo no encuentran mejor fórmula que apostar por caras conocidas. Como los entrenadores timoratos de futbol; prefieren recurrir a los jugadores veteranos, aun cuando se encuentren en franco deterioro, que arriesgarse con las nuevas promesas, poco conocidas.

Las dos principales fuerzas políticas de oposición saben que requieren una reconstrucción de fondo para regresar al poder después de haber gobernado y perdido el voto popular. Pero son víctimas de su propias inercias. En el fondo la incapacidad para producir nuevos cuadros es un reflejo de la incapacidad para producir propuestas alternativas a las de Morena frente a la corrupción, la injusticia social o la inseguridad pública. Limitarse a exhibir las fallas reales o presuntas de la 4T o prometer una economía más productiva (cuando no lo consiguieron durante su propio gobierno) es no entender el hartazgo de millones de mexicanos, víctimas del rezago social y las injusticias. Mientras PRI y PAN no tengan propuestas viables y creíbles al respecto, sus triunfos serán marginales. La ausencia de nuevos líderes y la carencia de nuevas ideas se convierten en un círculo vicioso difícil de romper.

Lo de Morena es menos explicable. Ciertamente está tan urgido de ganar los comicios como sus adversarios; PAN y PRI como recurso de supervivencia, los de López Obrador para asegurar un peso decisivo en el Congreso para que sus reformas no sean de cosmético y para garantizar la gobernabilidad en el trienio que falta. Pero en varios casos, en los que tiene todas las probabilidades de obtener el triunfo, parecería estarse inclinando por candidatos impresentables cuyo mayor mérito es un principio de lealtad pero sin los mínimos de solvencia y responsabilidad para gobernar. Félix Salgado Macedonio en Guerrero, Layda Sansores en Campeche y Ricardo Gallardo en San Luis Potosí, por mencionar los más visibles, aunque no exclusivamente. El primero no está en la cárcel por presuntos abusos sexuales ni defenestrado de la política por sus extravagancias, gracias a la complicidad exculpatoria de las autoridades locales. La hija del cacique de Campeche y ex presidente del PRI, el Negro Sansores Pérez, ha transitado por cinco partidos para conseguir escaños, curules y actualmente una Delegación de la Ciudad de México; en su paso por la tribuna pública se ha caracterizado más por el protagonismo histriónico y el escándalo que por su conocimiento de las políticas públicas o la entrega a sus convicciones. Y, por último, lo de San Luis Potosí se cuece aparte. Se disputan la candidatura de Morena varias mujeres, pero muchos temen que sea una figura destinada a perder a manos de Ricardo Gallardo, quien será nominado por el PT y el PVEM (aliados en otras regiones de Morena, pero no esta vez en SLP). Gallardo, miembro de la familia que domina el popular municipio de Soledad Graciano, goza de mucho poder pero poca reputación luego de haber sido juzgado por lavado de dinero y nexos con el crimen organizado en 2015. Con tan poca reputación y tanto poder, que Morena parecería estar apostando a que llegue a gobernador, pero sin hacer visible el rojo marrón en su camiseta. Una apuesta inquietante, que ha levantado resquemores en su propia militancia local.

Es una lástima que la revolución moral que intenta realizar López Obrador en la administración pública pase a segundo plano cuando la "real politik" se impone sobre la ética y conduce a Morena a optar por candidatos que le aseguren lealtad y/o más probabilidades de triunfo. En materia de candidaturas y elecciones nos habría gustado una muestra fehaciente de que "no son lo mismo". Los casos de Salgado Macedonio o Layda Sansores no sé si sean diferentes; ciertamente no son mejores.

@jorgezepedap

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Escrito en: Editorial Jorge Zepeda Patterson

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