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Voluntad y realidad

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RENÉ DELGADO

Separar el poder político del económico y reivindicar así al Estado ante el mercado, al tiempo de atemperar impunidad, inseguridad y desigualdad, exige no sólo voluntad, resolución y velocidad. Demanda cumplir en paralelo con otras precondiciones: diagnóstico certero; estrategia refinada; claridad sobre el alcance del mandato; así como conciencia cabal de los recursos, el tiempo disponible y, sobre todo, de las circunstancias en las cuales se emprende el osado ensayo.

Si esas precondiciones no se satisfacen, revisan con constancia y conjugan con destreza y flexibilidad, el resultado -pese a la nobleza del propósito- puede ser terrible, contrario al pretendido: engendrar una situación peor a la anterior y, así, no sólo frustrar la posibilidad de darle perspectiva al país, sino borrarla. Dicho en breve: provocar una ruptura sin cambio, en vez de un cambio sin ruptura.

Las elecciones en puerta que pueden modificar o no la correlación de fuerzas y el inicio del último periodo de la actual legislatura presionan a la administración y, al parecer, ésta ha resuelto hacer un "sprint" -aceleración repentina y poco duradera, dice el diccionario- a fin de asegurar el proyecto original que impulsa. Un esfuerzo vano si insiste en desconocer un hecho ineludible: la urgencia de operar un ajuste serio del proyecto, dado el giro drástico de las circunstancias.

El lopezobradorismo se juega por adelantado su destino imprimiendo prisa, pero no inteligencia a la actuación.

***

Varias de las precondiciones requeridas para emprender una transformación de la talla pretendida no fueron satisfechas. Se dio por sentado que bastaba la fuerza del mandato recibido para intentarla y se privilegió entonces la voluntad, la resolución y la velocidad, sin atender ni cuidar los otros no menos importantes requisitos. Así, se dio oportunidad de crecer como enredadera la resistencia de importantes sectores de la sociedad, pese al pasmo de la oposición partidista.

Se topó con la resistencia, no con la oposición, y absurdamente se prescindió de la política, de la conveniencia de negociar, acordar y conciliar. Esa omisión con tintes de soberbia y temeridad combinada con el incumplimiento de aquellas otras precondiciones acarreó problemas extras y superiores a los que naturalmente engendraría un cambio de la magnitud planteada y, en medio de esa dificultad, llegó el virus. La epidemia que, además de enfermedad, sufrimiento, muerte y dolor, hundió la economía sin dejar ver hasta hoy, con todo y los pronósticos, su inconmensurable efecto devastador.

Tras los errores cometidos, las circunstancias cambiaron drásticamente y, algo peor, la peligrosidad y letalidad del virus no fueron debidamente calibradas. Cuando se tomó nota de ello, se jugó a minusvalorar la amenaza hasta profundizar la dimensión de la crisis sanitaria que, por naturaleza, provocaría el mal. De la voluntad se hizo dogma; de la resolución, necedad; de la velocidad, desbocamiento; y de la necesidad del cambio, temeridad.

Al sello de adversidad impuesto por la epidemia, la administración agregó la rúbrica del desdén por el giro de las circunstancias.

El país no vive una nueva normalidad, padece una nueva anormalidad.

***

Si la epidemia lesionó gravemente la posibilidad del proyecto lopezobradorista, la llegada de Joe Biden al gobierno estadounidense incorporó otros ingredientes al giro de las circunstancias. Posturas e iniciativas que chocan frontalmente con las políticas lopezobradoristas en el campo de la energía y el medio ambiente, justo cuando se requiere entendimiento con el vecino para reimpulsar la economía.

Acelerar el paso sin reparar en los obstáculos no resuelve el dilema ante el cual se encuentra la administración del presidente López Obrador. No lo resuelve y sí, en cambio, puede vulnerar los logros conseguidos, particularmente, en el campo fiscal, laboral, político-criminal y en el reposicionamiento del Estado, así como anular por completo la posibilidad de darle perspectiva al país.

Por fortuna, el Ejecutivo supera la enfermedad que muchos mexicanos no pudieron remontar. Recuperada la salud, el mandatario no puede regresar a lo de siempre. La convalecencia y el reposo deben -deberían, es más correcto- llevarlo a replantearse el alcance del proyecto, fijar prioridades y, sin caer en el ejercicio del gradualismo a paso lento, mesurar qué es posible transformar y qué no. Reconsiderar recursos, capacidades, tiempo y, sobre todo, elaborar una estrategia sin ignorar que no el respaldo popular, pero sí las circunstancias limitan su mandato y excederlo significará tropezarse.

Cada vez es más evidente la imposibilidad de atender todos y cada uno de los frentes abiertos. Querer no siempre es poder. La voluntad no doblega por sí sola a la realidad. El dramático giro de las circunstancias demanda concentrar el esfuerzo en recuperar la salud y rescatar la economía, coordinar en serio qué iniciativas y acciones son imprescindibles y cuáles no, además de cuidar que el pragmatismo político no hunda los principios. Ahí está el agravio de postular a Félix Salgado Macedonio en Guerrero, de apoyar vergonzosamente a Ricardo Gallardo en San Luis Potosí, de tolerar actitudes de gobernadores de Morena propias de sátrapas o caciques, de sostener en el gabinete a quienes deberían irse a su casa, que bien podría ser la cárcel.

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