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Joseph Biden, ¿un nuevo encantamiento democrático?

JUAN RUSSO

ué impacto tendrá el triunfo de Biden sobre el actual avance de los autoritarismos, amenazantes también en América Latina? La pregunta no busca una respuesta precisa, sino acercarnos al contexto de los cambios políticos en curso y, en ese marco, analizar las consecuencias del giro electoral en la democracia más poderosa del mundo.

Difícilmente la presidencia Biden podrá revertir el declive de Estados Unidos. Se trata en parte de un declive relativo, por el reposicionamiento frente al crecimiento de otros polos, en especial China. Después de más de 80 en los que EUA fue predominante, primero en un orden de guerra fría (post segunda guerra a 1989), donde el mix de efecto de amenaza potencial entre las superpotencias y estabilidad interna de cada polo, aseguraron un sistema que duró más de cuatro décadas, y el breve periodo, con el desplome de la Unión Soviética, de unipolarismo americano (1989-2001); hoy el liderazgo estadounidense es seriamente contestado. Los últimos gobiernos, de Obama, y en particular de Trump, han implicado respuestas (muy diferentes) al fenómeno del reposicionamiento americano. Ninguno ha logrado evitar la conformación del nuevo espacio multipolar ni el declive relativo de la potencia americana. Hasta el momento China resulta indetenible, y en este siglo ha avanzado sobre todo durante las crisis globales. En 2009, la economía china creció alrededor de 10% en plena crisis económica, mientras la Unión Europea cayó 4.5% y Estados Unidos 2.5%. Y el año pasado (2020), el crecimiento de China ha convivido con la pandemia, llegó a 2.3%. Por el contrario, la Unión Europea cayó a -7.5% y Estados Unidos a -3.7%.

¿Vendrá mayor inestabilidad? ¿Qué reglas regularán el nuevo sistema? Por el momento, EUA llegó con Trump a una inestabilidad interna riesgosa. Por otra parte, la reciente advertencia del dictador Xi, en el Foro Económico Mundial, de la necesidad de aceptar "la nueva realidad", es un mensaje sobre la inminente traducción política que tendrá el avance económico de China.

La administración Biden está planteando de un modo frontal el parteaguas de la política actual: democracia liberal vs regímenes autoritarios y órdenes híbridos iliberales. Viktor Orban en Hungría (caso paradigmático, como el de Chávez-Maduro en Venezuela, de líderes que han mutado intencionalmente una democracia) planteó de modo explícito el divorcio entre democracia y liberalismo, esto es, de construir un orden con soberanía popular en detrimento de las libertades. Esta propuesta implicó la degradación de la democracia húngara, primero en un sistema político híbrido y después en la caída de la democracia. Como ha mostrado este caso, cavar la tumba de las instituciones liberales (justicia, prensa) implica el sepelio de la democracia.

Biden propone una alianza internacional entre las democracias. Hacer una defensa clara de la democracia liberal es hoy una encomienda urgente, pues los neonacionalismos no juegan frontalmente, usan la ambigüedad de extender derechos sociales a sectores postergados, mientras erosionan derechos civiles y políticos. Desde Bismark, se conocen los resultados autoritarios de esta estrategia de engaño.

El paquete inicial de medidas del presidente, con cambios importantes en políticas de salud, migración y ambiente, así como su reacción ante la detención del líder de la oposición rusa, Navalny, y la crítica directa al gobierno de Putin, por la represión a las manifestaciones públicas en defensa de Navalny, reconstruyendo la consonancia con los tradicionales socios interatlánticos, constituyen un primer mensaje aclaratorio a quienes preveían en Biden un mandatario débil.

La historia de la nueva administración recién comienza. Los desafíos son enormes, por la complejidad de cada tema y por el escaso tiempo para mostrar resultados. Biden así lo ha entendido, y en tres días ha firmado 30 decretos contundentes. En términos políticos no falta mucho para las próximas legislativas, elecciones en las que generalmente el partido de gobierno es derrotado. La radicalización de la última elección es una advertencia sobre los riesgos del futuro. Y aquí viene el mayor desafío de la nueva administración: reconstruir las relaciones entre sociedad y política. ¿Podrá curar la herida en la representación política que abrió la crisis económica (y el tipo de resolución dado por los gobiernos) del 2007-2008? ¿Podrá recuperar la confianza perdida? Biden es el presidente de mayor edad de la historia americana, y representa como nadie al establishment político. Su éxito sería todo un símbolo, y podría implicar el inicio en la recuperación de lazos entre gran parte de la sociedad y el Estado. Sobre la confianza, Biden deberá trabajar cada día para hacerla posible. A propósito, es útil el discurso de Armin Laschet, recientemente elegido presidente del Partido Cristiano democrático alemán y uno de los candidatos fuertes a sustituir a Angela Merkel. En la toma de posesión de la presidencia, señaló que la confianza no puede ser un regalo, no puede ser un bien hereditario: se la debe ganar.

Volvemos a la cuestión inicial, ¿cuánto detendrá el triunfo de Biden el crecimiento de los autoritarismos? La pregunta es enorme y la respuesta pequeña. La democracia no es un resultado automático de condiciones externas. Por su naturaleza, la participación de actores internos es decisiva. Como ha ocurrido desde los años 80 en América Latina, la democracia ha sido un resultado colectivo de cada país. La suerte de nuestras desafiadas democracias liberales, basadas en la soberanía popular y en procedimientos garantes de las libertades, dependerá de que estas predominen como ideales mayoritarios. Es crucial recuperar el debate sobre la democracia en América Latina, y en tal caso, el papel de los intelectuales es crucial. La mera intervención estatal no es garantía de políticas beneficiosas para los ciudadanos. Así lo muestra el caso de la Rusia autoritaria de Putin, donde la intervención estatal convive con políticas hiperliberalistas respecto de los trabajadores. La región no es un espíritu romántico que debe permanecer unido per se. La unión latinoamericana deseable es de una región con países democráticos con imperio de la ley. En esa dirección, la presidencia Biden implica viento a favor, pero la supervivencia y el rumbo que tendrán las frágiles barcazas de la democracia estarán dados por la vocación y la calidad de los capitanes y tripulaciones a bordo.

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