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Los muros sí caen

Sin lugar a dudas

PATRICIO DE LA FUENTE
"Gracias por haber pasado por mi vida, por engañarme y decepcionarme, así aprendí a no ser como tú…"— Anónimo

En palabras de Pedro Kumamoto: los muros sí caen. En 1989 cayó el Muro de Berlín; antes y después se derrumbaron otros porque el fanatismo, en cualquiera de sus expresiones, siempre fracasa. Los muros donde habitan y florecen radicalismos de izquierda o derecha terminan marchitándose y a la larga caen.

Los muros caen porque hasta nuestras más hondas diferencias -en apariencia insalvables- pueden solventarse pese a que, en su eterna mezquindad y afán de perpetuarse, los malos gobernantes insistan en confrontarnos para así sobrevivir ellos.

Los seres humanos no estamos diseñados para vivir en permanente estado de guerra. Aunque en nuestra desesperación y angustia vayamos de un extremo a otro, es en el centro de las cosas donde encontraremos el equilibrio extraviado. Ahí, pese a las desviaciones naturales, siempre regresamos.

Cayó el muro del discurso que fomenta el odio y la división, aquel que se pronuncia desde los púlpitos de poder sin adivinar las consecuencias que devienen cuando dichas palabras salen de la boca de un presidente.

Cayó el muro del acoso y el estilo pendenciero; cayó el muro del insulto recurrente; cayó el muro que le apuesta a la denostación; cayó el muro donde el amor por las palabras y el cuidado con el que debemos pronunciarlas sencillamente no existía.

Cayó el muro que normaliza la mentira y los datos alternos; cayó otro muro que abría la puerta a lo injustificable, a que un jefe de Estado y la horda de fanáticos que lo siguen quieran engañar sistemáticamente a la opinión pública.

Cayó el muro que permitió agresiones constantes a los medios de comunicación, ese muro que dificulta la sagrada tarea de informar, defender los intereses comunitarios, llamar a cuentas al poder, arrojar luz a la ciudadanía y defenderla contra y pese a todo.

Cayó el muro de quien creyéndose eterno abusó y quiso violentar el orden constitucional vigente. Cayó el muro de aquel que buscó debilitar el equilibrio y la división entre poderes y silenciar a aquellas voces que se atrevieron a disentir, señalar despropósitos y evidenciar la injusticia.

Cayó el muro de quienes lucraron con la ignorancia y buscaron réditos políticos en las urnas.

Cayó el muro que hizo posible que un hombre acomplejado y vengativo condujera los destinos de toda una nación. Cayó el muro que dio paso a un equipo de gobierno improvisado y a merced de los vaivenes anímicos de alguien que durante cuatro largos años se comportó como un monarca.

Cayó el muro de quien sistemáticamente violó la ley y trastocó a los otros poderes colocando ahí a incondicionales dispuestos a festinarle todo y que, con la misma facilidad, intentó tirar por la borda a la Constitución cuando así le convino.

Cayó el muro que fabrica culpables domésticos y hacia el exterior. Cayó el muro que no entiende cómo funciona el mundo; cayó el muro arcaico que ignora cómo piensan los jóvenes y no comprende sus sueños y añoranzas. Cayó el muro que, aferrándose al poder, no le apostó al relevo generacional.

Cayó el muro que festina a los mártires y culpa a terceros de infortunios y desgracias; cayó el muro que no admite yerros ni fracasos ni errores. Cayó el muro que criminaliza a la riqueza y le hace creer al humilde que su postración es responsabilidad de terceros.

Cayó el muro que capitaliza los sueños truncos de una sociedad rota y busca fomentar el miedo para así perpetuarse. Cayó el muro que deplora el matiz y todo lo interpreta en términos de negro o blanco; cayó el muro que habla desde la altanería y la superioridad moral; cayó el muro que se ufana de ser dueño de la verdad absoluta.

Cayó el muro que hasta el hartazgo habla de héroes y villanos, vencedores y vencidos y divide su minúsculo cosmos en dos bandos. Cayó el muro que repite la cantaleta del estar conmigo o contra mí; cayó el muro afecto a sembrar odio y confusión en las redes sociales; cayó el muro que, víctima de egos e inseguridades, no permite que otros brillen.

Cayó el muro que exige sumisión, conciencias abyectas y lealtades confundidas. Cayó el muro que equipara bondad con estupidez; cayó el muro que nos hace creer que la decencia no tiene cabida en el servicio público.

Cayó el muro de la misoginia y el machismo, ese que reduce y condena a la mujer a ser un objeto decorativo.

Cayó el muro sin perspectiva global de futuro, el muro que no cree en el cambio climático ni en las energías limpias y desdeña acuerdos internacionales. Cayó el muro que imposibilitaba un mañana menos turbulento para las siguientes generaciones.

Que caiga el muro que divide a una sociedad rota como pocas veces en su historia; será la más titánica de las tareas, pero todo tiene un principio. Joe Biden comenzó con un discurso que le apuesta a la unidad nacional y nos recordó algo que quizá hemos olvidado en México: cómo debe comportarse un presidente.

Los muros sí caen. En nosotros está.

Twitter @patoloquasto

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