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Los sombríos panoramas de la pandemia

JORGE ALVAREZ FUENTES

No obstante que en tiempo récord se ha iniciado en el mundo la ansiada vacunación contra el COVID-19, es entendible un fundado pesimismo y un estado de ansiedad al iniciar este, el segundo año de la pandemia. La Organización Mundial de la Salud y el Secretario General de las Naciones Unidas han hecho llamados a todos los países con capacidad para contribuir, dar y apoyar el acceso universal y el despliegue masivo de las vacunas, para que la comunidad internacional trabaje, en los hechos, no en declaraciones, en un esfuerzo conjunto sólido. Hay que evitar que, en la competencia por la obtención de las vacunas, los países desarrollados dejen de lado las ingentes necesidades de las naciones pobres. Resulta muy desalentador constatar que el 95 % de las vacunas, en estas primeras semanas, estén siendo aplicadas en unos cuantos países. La pandemia ha puesto al descubierto las fragilidades del mundo, -el único que tenemos-, revelando que las vulnerabilidades sociales, económicas y ambientales son mayores a las que consideraban muchos expertos, habiendo empujado a 88 millones de personas a la pobreza; puesto a 270 millones en riesgo de inseguridad alimentaria; afectado la educación de millones de niños y jóvenes al interrumpirse los servicios, habiendo desigualdad de posibilidades y accesos; mientras millones de mujeres quedaron atrapadas en casa con sus abusadores, habiéndose revertido en forma grave los avances en la igualdad de género. La cooperación internacional está en jaque, registrándose un grave retroceso en la solidaridad mundial. A lo largo de la pandemia, ha habido un impacto desproporcionado, terrible, empezando por los pobres y desposeídos, las personas mayores, los niños, las personas con discapacidades y las minorías. La presión sobre los sistemas naturales va en aumento, se está precipitando la pérdida constante de los bosques, de la biodiversidad y la degradación acelerada de los océanos. Los esfuerzos por acabar con la pobreza extrema han sufrido su peor revés y seguramente los efectos de la actual crisis global se mantendrán en la mayoría de los países hasta 2030, lo que aumentará la desigualdad entre las naciones, según algunas de las proyecciones pesimistas del Banco Mundial. Para entonces, entre el 6.7 y el 8.7 % de la población mundial podría intentar sobrevivir con menos de 2 dólares al día, cuando el objetivo formulado expresamente en la Agenda 2030, esa suerte de hoja de ruta acordada para impulsar el desarrollo en el mundo era reducir la población en pobreza extrema a menos del 3%.

Los muertos por coronavirus han superado las 2 millones de personas. De mantenerse las tasas de contagios y de letalidad, aún si se extiende gradualmente la aplicación de las vacunas este año y el siguiente, los fallecimientos podrían alcanzar los 5 millones, un impacto fatal sobre poco más del 0.06 de la población mundial. Por ello debemos tener presente lo señalado por Joseph Stiglitz desde septiembre pasado, en un ensayo sobre el asunto fundamental del financiamiento para el desarrollo: "la pandemia no será controlada hasta que sea controlada en todas partes y el efecto recesivo en la economía [mundial] no podrá superarse mientras no se consolide una recuperación global robusta. Se trata entonces, tanto de un asunto de interés propio como de una preocupación humanitaria, en que las economías avanzadas proporcionen la asistencia que requieren las que están en desarrollo o las emergentes. Sin ella, la pandemia global persistirá durante más largo tiempo, se agudizarán las desigualdades y habrá serias divergencias globales".

Cuando uno analiza la meta acordada en la pasada Cumbre sobre la Ambición Climática de disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 45% respecto de las de 2010, y escucha el reciente llamado del Secretario General, a cinco años del Acuerdo de París, urgiendo a los gobiernos a declarar el estado de emergencia climática hasta en tanto el mundo haya alcanzado un nivel de cero emisiones netas de CO2, resulta por demás evidente que la crisis provocada por la pandemia no debe ni puede hacernos perder de vista la urgencia que reviste frenar, a toda costa, el calentamiento global. Seamos claros: la actual crisis global de salud es antes que nada una crisis climática global, siendo una de sus consecuencias. El director del Programa Mundial de Alimentos, recipiendario del Premio Nobel de la Paz, ha hecho una firme advertencia: sobre la base de lo que se observa, en el año en curso se perfila una catástrofe humanitaria, si como ya está ocurriendo hay una "estampida por las vacunas", en la que los países ricos sobrepasan y relegan a los países pobres. Urge inyectar de manera inmediata 5 mil millones de dólares a un programa mundial incluyente para compartir las vacunas, puesto que se incrementarán en un 40 % las necesidades de ayuda alimentaria, las cuales van a requerir 35 mil millones de dólares. En todos los rubros relacionados con el desarrollo humano puede haber retrocesos de décadas. La especie humana y el planeta hemos entrado en una nueva época, en la que se requieren medidas decididas y urgentes para recuperar el desarrollo de las múltiples capacidades de la población para reducir las presiones sobre la naturaleza y combatir las desigualdades persistentes. No es sólo el temor ante la posibilidad de ser víctimas como consecuencia de esta pandemia el que debe movilizar a individuos y gobiernos, sino el sombrío panorama para la sobrevivencia de todas las especies, incluida la nuestra.

@JAlvarezFuentes

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Escrito en: Editorial Jorge Álvarez Fuentes

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