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Manzanero y su tregua

Sin lugar a dudas

PATRICIO DE LA FUENTE
"Has visto cómo pierde su alegría una fuente ya vacía cuando el agua le faltó. Es la cosa más triste de este mundo y así me siento yo por ti, solo por ti. No escuches el lamento de las aves cuando ven con amargura que su nido se perdió. Es la cosa más triste de este mundo y así me siento yo por ti, solo por ti".— Armando Manzanero. El Ciego.

28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, pero muy pocos tuvieron el ánimo dispuesto para bromas y chascarrillos, porque hoy la realidad y su crudeza superan cualquier narrativa emanada de la ficción. 2020 nos golpeó sin misericordia al punto de casi habernos arrebatado el humor precisamente a nosotros, los mexicanos, un pueblo resistente que suele bromear y mofarse de cosas tan serias como la muerte y sus misterios o la desgracia colectiva.

Quizá sobre la muerte cada vez bromeamos menos porque este año todos la hemos visto demasiado cerca. Tan cerca que el simple hecho de sobrevivir y mantenernos de pie se convirtió en nuestro más ferviente propósito de cara a fin de año.

Fue justo hace algunos días, un 28 de diciembre, cuando la vida nos arrebató a Armando Manzanero, recordándonos que este 2020, hasta sus últimos instantes, supuso un rosario de emociones fuertes y desgracias al por mayor. Pese a todo, la partida de Manzanero implica una tregua que nos permite hacer un alto en el camino y acordarnos de lo importante, lo extraviado y fundamental; entre ello, nuestra capacidad innata de amar con locura y desenfreno. 

No me refiero solamente al amor de pareja, sino a todo aquel amor que se manifiesta sin reservas: amor a la vida, amor con locura hacia nuestro prójimo, familia y amigos. La muerte de Manzanero nos ofrece tiempo y tregua para recordar que cuando amamos, hay que hacerlo sin condiciones, desde la comprensión, la ternura y el perdón. La tregua que con su partida física nos regaló Manzanero supone alejarnos, aunque sea por unos instantes, de diferencias que hoy parecen insalvables. Hasta los medios de comunicación, tantas veces ocupados en ahondar en todo aquello que nos divide, se unieron en una expresión de luto colectivo.

Entre muchos dolientes, Consuelo Sáizar supo plasmar con primor su luto, le bastaron unas líneas que dicen así: "Si José Alfredo nos dio el grito; Juan Gabriel, el baile; y Agustín Lara, la nostalgia; Armando Manzanero nos dio el amor". También Julián Andrade, periodista de excepción, expresó con certeza lo que implica ser yucateco y habitar un cosmos distinto, entrañable, como lo es la vida peninsular: "heredero de la trova, conservó la misión de contar historias, de hacer un relato musical del tiempo que le tocó vivir. Es por ello que no podemos separarlo de Yucatán y del significado que tiene su tierra en su obra, en su presencia y en su manera de ser".

Armando Manzanero representó, para muchos de nosotros, un oasis y paréntesis. Personalmente, el hilo conductor más poderoso que me une con mi irrepetible abuela materna es precisamente Manzanero y sus canciones. Cuando a muchos de sus admiradores, en palabras de Adela Celorio, la vida nos apretaba o quedaba demasiado ancha, siempre recurríamos a sus letras y evocábamos, más que el desamor y la tristeza, el sabernos profundos enamorados de la vida.

Recuerdo y abrazo el privilegio, hace alrededor de veinte años, de haber acudido a escucharlo. Junto a Tania Libertad, otra presencia musical que me acompaña desde niño, don Armando se presentó en un conocido centro nocturno y ahí justamente nace La Libertad de Manzanero, quizá el mejor compendio no solamente de sus composiciones, sino también de otros autores que evocan la maravilla del sureste mexicano y otras latitudes que trascienden fronteras.

Esa noche, recuerdo, apareció Manzanero y comenzó, junto con Tania, a contarnos una historia de amor que se prolongó por más de dos horas. Una historia de amor cual símil de la existencia y nuestra condición humana y el arte que implica vivir la vida: con altas y bajas, desencuentros, lejanía, certezas, dudas, miedo, esperanza, calma, tempestad y treguas.

"Sin saber que existías te deseaba, antes de conocerte te adiviné, llegaste en el momento en que te esperaba, no hubo sorpresa alguna cuando te hallé", comenzó a entonar Armando Manzanero y por espacio de dos horas él y Tania Libertad nos regalaron la más maravillosa de las treguas y una noche que jamás olvidaré.

Hasta siempre, maestro. La inmortalidad existe y está en sus letras. Gracias por la tregua…

Twitter @patoloquasto

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