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YAMIL DARWICH

Para los cristianos, el 24 de diciembre es fecha sobresaliente entre las demás: festejamos el nacimiento de Jesús, el Hombre-Dios, quien verdaderamente cambió al mundo, al menos rompiendo sus creencias paganas y concientizando el respeto al ser humano y su vida. Que atendamos al llamado es otra cosa.

La festividad coincide con el solsticio de invierno, época en que diferentes pueblos de la historia del mundo reconocen a sus dioses.

Entre los pueblos antiguos se creía que sus dioses solares renacían para los últimos días de diciembre, caso de Horus en Egipto, Mitra en Persia e India, Dionisio o Baco en Grecia, Adonis en Fenicia, Tamuz o Durnuzi en Babilonia.

La fecha cambia por aspectos históricos-políticos entre jerarcas de la Iglesia Católica y gobiernos de Oriente y Occidente, creando confusión por la diferencia entre los calendarios romano y gregoriano.

El Imperio Romano, influenciado por los usos y costumbres del oriente conquistado, tomó para festejo las Saturnalias, en honor de Saturno, dios de la agricultura; los nórdicos festejaban al sol y los Persas al dios Mithra, divinidad que representaba al astro.

Los aztecas, creían que, durante el solsticio de invierno, Quetzalcóatl -el dios sol- bajaba a la tierra, por eso preparaban su llegada con rituales que culminaban con el sacrificio de un cautivo, al igual que el nacimiento de Huitzilopochtli; los Incas, festejaban el Cápac Raymi, el renacimiento del dios solar.

En todos los pueblos antiguos, buscando explicar la vida y al creador de ella, encontraban en el sol la fuerza de la creación, así que no es de extrañar su divinizaciòn, fenómeno del que no se excluyó América.

A partir del año 300 d.C., se institucionaliza la celebración el 25 de diciembre en la Iglesia Cristiana y fue en 1587, cuando el Papa Sixto V, otorgó un permiso al superior del convento de San Agustín de Acolman, Fray Diego de Soria, para realizar la celebración de unas misas llamadas 'de aguinaldos', del 16 al 24 de diciembre.

Son datos históricos interesantes que, en la Baja Edad Media, la imagen la virgen estaba acostada, acompañada por dos comadronas y a partir del siglo XIV, fueron eliminadas ya que se predicaba que el parto de María había sido sin dolor; luego, con la Reforma Protestante, a partir de 1517, dirigida por Martín Lutero, se prohibió en algunas iglesias esta práctica, ya que estaban relacionadas con el paganismo antiguo; y en Inglaterra, siguiendo el mismo pensamiento, también se prohibieron los festejos y hacer maquetas de nacimientos.

En 1524, la llegada de los 12 franciscanos, entre los que estaban Motolinia y Martín de Valencia, contribuyó a la difusión del catolicismo y, con el paso del tiempo, fueron agregándose rituales al festejo, incluidos los rosarios, procesiones, fiestas con rompimiento de piñatas y, ante todo, representación del evento con maquetas alusivas, trabajos llamados "nacimiento", que se fueron sofisticando hasta llegar a los de la actualidad, incluso con tecnología electrónica y mecánica. Las pastorelas fueron el medio ideal para evangelizar a los indígenas.

Ha sido imposible confirmar la fecha exacta del nacimiento del Hombre-Dios y las hipótesis son variadas: van desde el 24 de diciembre, hasta meses después, todas con argumentación lógica e interesante.

Lo importante es la coincidencia de que nació y existió Jesús, que predicó y fue crucificado por propagar ideas revolucionarias orientadas a promover el amor.

Desde el siglo anterior, como parte de la aculturación anglosajona padecida, somos bombardeados con mitos y leyendas ajenas a nuestros usos y costumbres, incluso creencias míticas -Santa Claus- orientadas a promover el consumo.

Es triste saber que nuestros descendientes no llegaron a vivir, ni conocen la temporada de "las posadas tradicionales", que desde el 16 al 24 de diciembre se festejaban masivamente en México.

Fiestas en que la comunidad -por barrios- recordaba el nacimiento de Dios, con una fiesta abierta a todos, que iniciaba con la procesión y cánticos de "peregrinos" pidiendo posada a los anfitriones, quienes les esperaban alegremente, recibiéndoles con estrofas de respuesta; luego rezaban el rosario, frente al nacimiento -que eran verdaderas competencias de creatividad- para culminar con la gran reunión popular, incluyendo comida tradicional: tamales, atoles, buñuelos, ponches y algunas bebidas espirituosas.

Lo más importante era recordar los fundamentos de nuestra fe; la alimentación espiritual; el reencuentro con familiares y amigos; el festejo mismo, que dejaba sensaciones de bienestar pleno. Debo agregar que no pocos noviazgos iniciaron en esas fiestas.

Este año será diferente y podremos festejar la navidad en familia, entre los integrantes del primer círculo, buena oportunidad de revivir tradiciones, compartir recuerdos y fortalecer lazos de unión basados en nuestros valores mexicanos.

Le deseo lo mejor y le aseguro que es verdad aquello que dice refrán: "no hay mal que por bien no venga" proponiéndole saquemos partido a nuestra realidad del presente.

Feliz Navidad.

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