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Presidencia desatada

JESÚS SILVA-HERZOG

La crisis ha radicalizado o, más bien, desatado a la presidencia. Si durante el primer año podían detectarse mecanismos de contención y puentes de diálogo, hoy no subsisten. No son visibles los cordones de prudencia que podían advertirse en un inicio. Los moderados que el candidato ofreció para formar un equipo ambicioso y, al mismo tiempo, comedido, se han ido o se han nulificado. Sabiéndose inútiles en el gobierno de un solo hombre, decidieron irse o borrarse. Quienes se fueron no ganaron el oído del presidente como seguramente no lo tiene ninguno de los sobrevivientes. A diferencia de éstos, no estuvieron dispuesto a servir de adorno. El hecho, a mi juicios incontrovertible es que se rompieron, poco a poco, las cuerdas que ofrecían sensatez técnica a los afanes del presidente. Se gastaron los hilos de la comunicación. Al empezar el segundo tercio de su gobierno, el presidente carece, en su espacio inmediato, de consejo y de advertencia. El presidente que no sabe mantenerse callado no tiene quien arrastre al lápiz. Por eso puede ser, al mismo tiempo, un gobernante popular y, al mismo tiempo, solitario. Un gobernante aislado de su propio equipo por efecto de su desinterés en la administración propiamente dicha. Un presidente tan encerrado en los ritos de su ocurrencia cotidiana que no se da tiempo para el estudio, para la planeación o para el trato con los interlocutores indispensables.

La base política del presidente se estrecha porque se radicaliza. No tiene ninguna intención ya de aparentar esa moderación que fue la pieza clave de su campaña. No busca generar confianza entre los escépticos, pretende intensificar el apoyo que tiene entre los suyos y de ellos, solamente de ellos, quiere rodearse. Su crítica a la tecnocracia ha sido consistente y, en muchos casos, justificada. Era necesario renovar los cuadros de la administración pública con perfiles distintos a los que habían predominado en las últimas décadas. No habría sido aceptable que el cambio político del 18 no hubiera provocado un cambio en la filosofía de la administración y en los bancos de reclutamiento. Pero lo que hemos visto en días recientes lleva el cambio a extremos alarmantes, si no es que grotescos.

El gobierno se rellena de leales sin siquiera un barniz de competencia. Se sabe que al presidente la preparación académica, lejos de significar una recomendación, es sospechosa. Para el romántico que es, los estudios técnicos ensucian, envanecen, alejan del pueblo. Tener buen corazón es lo que en verdad importa. Y el buen corazón, lo sabemos bien, se demuestra como lealtad al "proyecto". Habría que decir que el presidente inició su gobierno con cierta timidez. Invitó a personajes a pesar de que tenían experiencia y que algunos cargaban la vergüenza de sus diplomas. Había además, cierta conexión entre la formación académica, la biografía administrativa y la responsabilidad que se les confió. En los últimos nombramientos, el presidente se ha liberado de esos comedimientos. Nombra a quien la da la gana a los cargos que se le antoja.

Si la presidencia termina el 2020 sin plomada es también porque las columnas centrales del gabinete han quedado derruidas. Las dos piezas fundamentales de todo equipo gubernamental, la que conduce la política interior y la que diseña política económica, son irrelevantes. Quien en principio debería coordinar la política interior y encauzar el diálogo con los poderes públicos, quien habríamos imaginado aportando un sólido criterio legal para la actuación del Gobierno observa las aberraciones legales de la presidencia sin mover un dedo. No hay buen diálogo con los estados y en el congreso imperan los cacicazgos del oficialismo parlamentario. Estamos al garete no solamente de las ocurrencias tempraneras sino también de las maquinaciones de los ambiciosos que controlan la producción de las leyes. Quien debería ser el arquitecto de la política económica aprendió que no podía seguirse la ruta de dignidad de su antecesor. Decidió convertirse en el personaje espantadizo que retrató Paco Calderón: un secretario temeroso que no ve, que no oye y que no dice nada. Flotar y sumirse: esas son las instrucciones del presidente a sus colaboradores.

Desde luego, el gabinete no es un mecanismo de control presidencia, pero sí debería ser un espacio de prudencia y de racionalidad. Ni lo uno ni lo otro hay en ese ámbito al que el presidente no le ha encontrado utilidad.

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