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Moctezuma... en el balcón

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RENÉ DELGADO

Gala de insospechado oficio diplomático deberá desplegar Esteban Moctezuma en Washington ante el gobierno de allá y el de... ¡México! Nada sencillo fijar las reglas de la relación con Estados Unidos cuando éstas cambian unilateralmente aquí.

Menuda embajada la de Moctezuma, replantear y desarrollar la relación bilateral en el marco de un cuadro complejo en extremo.

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De entrada, dos descortesías enmarcan el nombramiento del todavía secretario de Educación.

En cuanto a la designación, el presidente López Obrador invirtió la norma. Primero anunció el nombramiento, y luego (a saber si ya se concretó) solicitó el beneplácito del país anfitrión. Según el protocolo, primero se pide el beneplácito y, hasta obtenerlo, se anuncia. Se cuida así la relación y al probable embajador.

En cuanto al momento del anuncio, no fue el más oportuno. En la víspera, de manera tardía y sobria, el mandatario reconoció a Joe Biden como presidente electo con una felicitación -si así se le puede llamar- acompañada de una presunta certeza: "con usted en la Presidencia de Estados Unidos será posible seguir aplicando los principios básicos de política exterior establecidos en nuestra Constitución: en especial, el de no intervención y autodeterminación de los pueblos".

Una política principista que, pese a lo dicho, no aplicó con Donald Trump; con él dominó la pragmática, así como el entendimiento personal y no el institucional. Escribir "será posible seguir aplicando los principios" suena más bien a un reajuste en los términos de la relación.

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Desde luego, de un lado y del otro de la frontera hay quienes restan importancia a esas dos cubetadas de agua fría.

Detalles desafortunados que, esperan o desean, no impactarán a la postre la relación a desarrollar con el nuevo gobierno estadounidense. Mucha mayor relevancia les conceden a dos acciones legislativas impulsadas aquí durante el periodo de transición de allá.

De un lado, la reforma aprobada a la Ley de Seguridad Nacional a fin de limitar y supervisar la actuación de los oficiales de distintas agencias de Estados Unidos, destacados aquí. De otro lado, la reforma postergada a la Ley del Banco de México que provoca inquietud aquí y allá no sólo por la violación a la autonomía del banco central, sino también porque abre la puerta a la posibilidad del lavado oficial de dólares de origen dudoso. Ambas acciones legislativas se perciben -sobre todo allá- como elementos que podrían afectar la seguridad nacional de Estados Unidos.

Más allá de la preocupación que generan en el país vecino una y otra reforma, alientan una sospecha: si, aprovechando el trompicado periodo de transición entre los gobiernos de Donald Trump y Joe Biden, se quiso dar un madruguete legislativo aquí con efecto bilateral.

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En particular la reforma a la Ley de Seguridad Nacional, algunos congresistas y políticos estadounidenses la leen como una suerte de inesperada hostilidad, sobre todo, después del desistimiento de actuar penalmente allá en contra del exsecretario de la Defensa Nacional, el general Salvador Cienfuegos.

El agravio cometido con la detención y acusación en Estados Unidos de quien fuera el militar de más alto rango durante el sexenio anterior fue reparado con el desistimiento. Entonces si, como secuela de lo sucedido, la intención era replantear la, ciertamente, desarreglada operación de los agentes de la Administración para el Control de Drogas (la DEA) en México, lo mejor hubiera sido negociar y -de ser el caso, pero después- reformar la ley mexicana en materia de seguridad. No la reforma primero y, eventualmente, después la negociación.

Si se quiso aplicar el adagio de "palo dado ni Dios lo quita", estando tan lejos Dios y tan cerca Estados Unidos, a ver si el gobierno de allá no lo devuelve sutilmente con creces.

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A esos problemas se agregan los ya existentes.

La molestia de empresarios y congresistas estadounidenses con los cambios unilaterales operados aquí en la política de energía (petróleo y gas), la lentitud en la puesta en práctica de las regulaciones laborales contempladas en el nuevo tratado de comercio y el desempate entre ambos países en cuanto al desarrollo de fuentes de energía alterna, menos contaminantes, más apegadas a la política ambiental establecida y suscrita en acuerdos internacionales.

Problemas a los cuales se suma la creciente migración de mexicanos y centroamericanos hacia Estados Unidos animada, desde luego, por la recesión profundizada por la pandemia.

Catálogo de problemas agravado estas últimas semanas.

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Esa agenda complicada y difícil de resolver deberá atender Esteban Moctezuma haciendo diplomacia hacia adentro y hacia afuera, cuidando por lo demás el complejo equilibrio de tener acceso directo al Ejecutivo sin lastimar la susceptibilidad del canciller.

Equilibrio siempre en juego, motivo de diferencias entre la Cancillería y la embajada, que ahora se ve afectado por una decisión mal calculada: privilegiar la austeridad sobre la prioridad de contar con una subsecretaría para América del Norte, cuando la sociedad y la vecindad con Estados Unidos reclaman instancias y herramientas necesarias y suficientes para sacar el mayor y el mejor provecho a la relación.

Gala de oficio diplomático tendrá que hacer Moctezuma estando en el balcón, frente al imperio del norte y la osadía, a veces imprudente, de aquí. A ver cómo le queda la levita al anunciado y nuevo embajador.

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En todo caso, no sobra decir que no se puede pretender enganchar el vagón de la economía nacional, fijándole al maquinista de la locomotora por dónde deben correr los rieles, cómo conducir y a cuál velocidad debe avanzar el tren.

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