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Carta a Tatiana

JULIO FAESLER

Animado por el recuerdo de tu padre, a quien desde la sociedad civil acompañé en su cruzada por llevar decencia y eficacia al Gobierno de México, te comparto con mi felicitación algunos pensamientos que podrías tomar en cuenta en tus nuevas responsabilidades al frente de la Secretaría de Economía en relación con uno de los varios sectores que convergen en ella.

El comercio exterior no solo es intercambio de productos y servicios sino también de empleos. Quien y donde se cultiva o fabrica un determinado artículo es la pregunta toral del comercio internacional. El asunto es de actualidad. La pandemia agrava los problemas estructurales que arrastramos desde hace tiempo, y las decisiones desacertadas tomadas en materia de comercio exterior, afectaron el nivel de vida de los mexicanos determinando la realización del potencial económico de los recursos con los que siempre hemos contado.

Las inquietudes que agitan las mayorías populares y las imprevisibles condiciones mundiales tienen relación con la forma en que ha sido entendido y reglamentado el comercio internacional como factor que contribuye o atrasa el mejoramiento de los niveles de vida de los pueblos. En el caso mexicano el grado de aprovechamiento de los recursos materiales y del factor trabajo en mucho ha dependido de las políticas en dicha materia.

Pasadas las oscilaciones en el trato a las importaciones e intentos de promoción económica de las décadas pasadas, la historia más reciente del desarrollo económico nacional se ha vinculado muy directamente a las políticas de cierre o apertura de nuestro mercado interno.

El México posrevolucionario tuvo buenos promotores económicos. Los planes sexenales asignaron al comercio exterior una destacada función en el desarrollo alentando industrias que atendían necesidades del mercado interno para emplear la mano de obra disponible que la reforma agraria exudó. Se trataba de producir artículos competitivos que atendieran la demanda y limitando importaciones al mínimo necesario.

En el periodo después de la II Guerra Mundial parte de este impulso industrializador se desperdiciaría por confiarse el empresario nacional en la protección de la que gozó. Se multiplicaron productos caros o de calidad insuficiente proponiéndole la adhesión al GATT en 1985 como remedio. Un draconiano desarme tarifario abrió de golpe las fronteras a productos extranjeros que obligó al productor nacional, débil y mal acostumbrado, a competir desprotegido contra una cruda competencia extranjera.

La apertura arancelaria no creó nueva producción. Por el contrario, atrajo plantas extranjeras que armaban componentes importados. La autonomía dejó de ser meta. Los grandes proyectos llegaban de fuera. ALALC creado para extender nuestro mercado en América Latina, quedó reducido a un tinglado de acuerdos de complementación industrial.

En un país que crecía vigorosamente en población las maquiladoras se convirtieron el principal promotor de empleo no para crear nueva industria local, sino para dedicarse a armar ajeno. Su resultado pervive: hoy día el mercado nacional se surte de productos foráneos de todo tipo, llenando los supermercados con importaciones extranjeras diseñadas y fabricadas en países que sí supieron aplicar su ingenio y capacidad de producción en beneficio de su población trabajadora.

Las empresas internacionales no tienen interés en nuestro desarrollo integral y el simplismo de libre mercado sustituye al trabajador nacional por el del proveedor extranjero. Gracias al T-MEC dependeremos cada vez más de un mercado predominante en demérito de la diversificación a la que aspiramos.

En un país de 130 millones de habitantes que necesita superar la asfixiante informalidad que ocupa el 60% de su potencial se acentúa el desigual reparto de la riqueza.

Subir el salario mínimo como se propone el Gobierno sin duda favorecerá el nivel de vida de los trabajadores pero no conlleva ampliar la gama de producción.

A la Secretaría de Economía corresponde corregir la desatención a nuestras pequeñas y medianas industrias que en todos los países están a la base de la economía.

Los 4.5 millones de pymes tienen la función crucial de producir los artículos que importamos y que podemos producir competitivamente así como los insumos y componentes que requieren las plantas armadoras.

Al elevar así el contenido nacional de nuestra producción, las pymes son la clave para ocupar la fuerza laboral desaprovechada cuyos salarios se transformarían en la demanda que ahora urge para recuperar el ciclo económico que perdimos con la indiscriminada apertura.

Muchos de los numerosos acuerdos comerciales que hemos suscrito en los últimos años dieron entrada inequitativa a importaciones sin generar la exportación correspondiente. Estas experiencias justifican incluir cláusulas en esos acuerdos previendo su revisión cuando en la práctica han dejado de ser equitativos.

En el delicado equilibrio entre producción y consumo que a la Secretaría de Economía le corresponde definir, lo más importante es mantener el empleo ya que de este depende la demanda que soporta la producción. En estos tiempos de feroz competencia internacional olvidar esto es exponernos a continuar con el debilitamiento que hoy nos atrasa.

2021 se anuncia lleno de retos de todo tipo. Un comercio exterior promotor, moderno y eficaz, querida Tatiana, es un imprescindible aliado para resolverlos.

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