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El humor de un combatiente

JUAN VILLORO

Una noche de 2019, un hombre de 102 años fue asaltado en Polanco. Los ladrones asumieron que no vivía solo y preguntaron quién más estaba en el departamento. Con inquebrantable humor, el involuntario anfitrión del robo contestó: "Mi madre".

¿Quién era esa persona capaz de bromear en un asalto? Fernando Rodríguez Miaja, decano del exilio español en México. Durante la Guerra Civil fue secretario de su tío, el general José Miaja, defensor de Madrid y jefe supremo del Ejército Republicano. Nacido en Oviedo, conservó amistades de infancia más allá de las diferencias políticas. La división de las dos Españas no hizo mella en alguien ajeno al fanatismo, que convirtió el afecto y la comprensión en elevadas convicciones. Su correspondencia con Sabino Fernández Campo, compañero de escuela que perteneció al bando franquista, fue general y, ya en la democracia, asumió la jefatura de la Casa del Rey, es un insólito expediente de la amistad que puede prosperar entre adversarios políticos.

Fernando vivió como si se desentendiera de la edad. A los 102 años me dedicó su libro El final de la guerra civil como "testimonio de una futura amistad". Si le pedían consejos para la longevidad contestaba: "Hacer lo que te gusta". En compañía de un buen vino, rememoraba con minucia sucesos lejanos, pero se negaba a verlo como un mérito: "La memoria es la inteligencia de los tontos", decía.

Rodríguez Miaja tenía 22 años al término de la guerra. En México se desempeñó con éxito como ingeniero, fundó empresas y estuvo a cargo de construcciones como el hotel Elcano, de Acapulco. Pero no olvidó su condición de exiliado. Fue el socio número 1 del Ateneo Español y escribió El final de la guerra civil para refutar infundios sobre José Miaja.

El 19 de julio de 1936, visitó a su tío en su casa de Alberto Aguilera 3 (calle donde hoy se encuentra la Casa de México). Lo encontró ante un telegrama que informaba de la detención en Melilla de su esposa y sus hijos. Ofrecían liberarlos si se sumaba a los golpistas. Miaja permaneció leal a la República mientras el enemigo tenía a su familia de rehén.

Su sobrino sirvió de enlace con el general Vicente Rojo, defensor de Barcelona y tío del extraordinario artista plástico que vive entre nosotros. Volaba de noche para evitar la persecución de los cazas alemanes y fue testigo de la forma en que se derrumbaba el Ejército Republicano. En parte, esto se debió a la descomposición de sus propias filas. El general Segismundo Casado, hombre de un carácter tan agresivo como su úlcera, se sublevó contra el gobierno del doctor Negrín y ofreció a Miaja presidir su consejo de guerra. Una vez más, el general fue leal a la democracia. Años después, Casado trató de involucrar a Miaja en la conspiración. El final de la guerra civil disipa esta calumnia. La verdad no gana la guerra sino la posguerra.

La actuación del general Cárdenas al darles asilo a los republicanos es vista como un histórico gesto de humanismo; sin embargo, en su día fue repudiada por la prensa conservadora. Rodríguez Miaja recrea en su libro el clima ambivalente que recibió a los refugiados. Con todo, muy pronto se enamoró de su país de adopción y entendió que ser exiliado era una forma propositiva de ser mexicano.

El último sobreviviente de los oficiales que defendieron Madrid salió de España sin más pertenencias que Doña Perfecta, la novela de Pérez Galdós, y un puñal de Toledo. Fue amigo de Fernando Rey, el gran actor de Buñuel, y de casi cualquier persona que se cruzara en su camino.

El 16 de agosto de 2019 dialogó en El Colegio Nacional con la poeta Ángela Vázquez González, de 19 años, nieta de exiliados republicanos. En ese encuentro excepcional, Fernando alertó sobre el regreso de la intolerancia en España, tan parecido al clima que precedió a la Guerra Civil. Sus palabras hicieron eco a las de Santayana: quien ignora la historia está condenado a repetirla.

El pasado 27 de noviembre ocurrió algo que ya parecía inverosímil: Fernando Rodríguez Miaja murió en la Ciudad de México, a los 103 años. Fiel a su acompañante de toda la vida, el sentido del humor, dejó preparado el chiste que debía ser dicho en su funeral.

En México el sobrino del general ganó la batalla que había perdido en la lejana tierra del origen, y supo saldar esa deuda con otra: no hay modo de pagarle lo mucho que nos dio.

ÁTICO

Decano del exilio español en México, Fernando Rodríguez Miaja hizo del afecto una convicción. Tenemos una deuda con él.

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Escrito en: editorial JUAN VILLORO

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