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El México de López ante los EUA de Biden

Urbe y orbe

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Aunque cueste reconocerlo, lo que ocurre en Washington DC suele tener más impacto en nuestro país que lo que sucede en la Ciudad de México. Las decisiones políticas y económicas que se toman del lado norte de la frontera más dinámica del mundo, tarde o temprano determinan las decisiones que se toman del lado sur de la línea divisoria. Es la realidad de un estado nacional periférico y emergente que guarda vecindad con una potencia central y hegemónica. Si bien el declive del liderazgo estadounidense en el mundo ha abierto posibilidades de un desarrollo menos vinculado al gigante americano para otros estados en distintas latitudes del globo, en el caso de México no ha sido así. Desde el siglo XIX, la República del sur del río Grande forma parte de los intereses geopolíticos y económicos de la Unión Americana.

Las debilidades estructurales de nuestro país frente a la fortaleza de los recursos políticos, industriales, tecnológicos y militares del vecino del norte nos colocan en una situación más desventajosa que la que tiene Canadá, el otro vecino de Estados Unidos, que, por cierto, hasta muy entrado el siglo XX se mantenía en la órbita del Reino Unido. Otro aspecto importante es la ubicación y la posición cultural de México como puerta de entrada a América Latina y puente con países de habla hispana. Por su dependencia económica y su relevancia estratégica, la República Mexicana está dentro de la órbita de EUA, y parece imposible que en el corto plazo pueda salirse de ella. El resultado es una relación bilateral profundamente asimétrica que provoca que México la tenga como prioridad número uno de su política exterior, mientras que para EUA no sea así.

Las consecuencias son evidentes y se reflejan en los temas más relevantes de la agenda pública mexicana: economía, seguridad y migración. No importa tanto lo que sobre estos asuntos se decida en México como lo que acerca de ellos se determine en EUA. Por ejemplo, si nuestro país estaba o no conforme con las condiciones vigentes del TLCAN resultó insignificante frente al impulso del presidente Donald Trump de renegociarlo en condiciones más favorables para EUA. En cuestión de seguridad, lo que pueda o no hacer el Gobierno mexicano para combatir el poder de los cárteles de la droga tiende a la irrelevancia si en Washington no toman la decisión de establecer mayores controles en la venta de armas y el lavado de dinero, así como medidas para disminuir el mercado de narcóticos.

Qué decir de la migración, principal válvula de escape de la tensión social de México y, debido a las remesas, principal fuente de divisas del país ante la parálisis del turismo y la debacle de Pemex. En este tema baste decir que la estabilidad y seguridad de millones de emigrantes depende de los ajustes que se lleven a cabo en EUA y los lineamientos que nos dicten desde allá en este sentido, tal y como vimos en el cambio radical de postura del presidente Andrés Manuel López Obrador frente a la migración. Por supuesto que no podemos obviar la parte de responsabilidad que le toca al Estado mexicano al no generar las condiciones de vida necesarias para poder retener a su población, aunque aquí también encontraríamos vínculos e influencia con las decisiones que se toman en EUA.

Antes de analizar los tópicos principales en los que pudiera cambiar la relación bilateral con la llegada de Joe Biden y Kamala Harris, debemos tener en cuenta el contexto y los antecedentes descritos, los cuales no son óbice para buscar la negociación. Es de esperar que la agenda siga dominada por comercio, seguridad y migración. Los primeros cambios podríamos observarlos en el orden de prioridades y en la visión que los futuros presidente y vicepresidente tengan de estos asuntos. No obstante, cabe esperar un viraje radical en las formas, lo cual pudiera ser positivo para México. La prudencia y consistencia de Biden contrasta sobremanera con la estridencia e impredecibilidad de Trump. Y esto puede traducirse en una relación más estable, lejos de penosos exabruptos temperamentales.

Más allá de las formas, es importante destacar que, contrario a Trump, Biden no hizo de México un tema central de su campaña. Y esto tiene que ver con la necesidad del republicano de activar a una base electoral conservadora propensa a aceptar el discurso xenofóbico y racista del miedo o repudio al inmigrante. No obstante, es prudente esperar un cambio por lo menos moderado en las políticas migratorias y más notorio en la retórica oficial. Por ejemplo, es seguro que en 2021 quede atrás la constante demonización de los inmigrantes mexicanos desde la investidura presidencial. También, es casi un hecho que se dé marcha atrás a los vetos y decretos antimigratorios aplicados por el magnate republicano, aunque no podemos olvidar que cuando Obama era presidente y Biden vicepresidente, las deportaciones se mantuvieron en un nivel elevado.

En seguridad, lo deseable sería observar un compromiso mayor por parte del Gobierno de EUA en el control de la venta de armas y la colaboración para desarticular a los cárteles de la droga que tienen redes de complicidades también en el vecino del norte. No obstante, Biden podría enfrentar en este tema serias resistencias del bloque republicano que defiende la libre venta y portación de armas de fuego, sobre todo, si el partido conservador logra mantener el control del Senado. Y en la relación comercial, no hay que descartar una posible revisión de algunos puntos del nuevo TMEC, principalmente en materia laboral y medioambiental, dada la postura manifestada por Kamala Harris como senadora. En este aspecto, el tema energético puede generar fricciones ya que Biden es partidario de la exploración de fuentes renovables, contra la visión de López Obrador de impulsar la industria petrolera, uno de los varios puntos en los que coincide con Trump.

Pero al margen de los cambios políticos en EUA, de este lado cabría esperar que el Gobierno mexicano partiera del reconocimiento de las desventajas y dependencia de nuestro país con la primera potencia, no para someterse aún más sino para negociar mejor, de manera más franca y con responsabilidades compartidas. Si hoy el Gobierno de López Obrador presume una negociación diplomática "firme" con el Gobierno de Trump para que se liberara al extitular de la Sedena, acusado de vínculos con el narco, debemos exigirle que con la misma firmeza que defendió a un particular defienda los intereses de millones de mexicanos a ambos lados de la frontera con el soporte que le pueden dar una visión más abierta hacia el mundo y una mayor diversidad en sus relaciones internacionales.

@Artgonzaga

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