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Muerte

Diálogo

YAMIL DARWICH

Llega un nuevo día del año para recordar a la muerte; tiempo en que añoramos a seres queridos y festejamos, curiosamente, estar vivos y pensando en ellos.

La pregunta viene a la mente: ¿Qué hay después de la muerte?, uno de los dos cuestionamientos que nos hacemos todos los humanos que poblamos al mundo; la otra: ¿De dónde venimos? Sobre ello tenemos diferentes versiones.

Desde el punto de vista religioso, cuando llega el momento de morir, empezamos una nueva vida, la eterna, que la representamos de diferentes maneras, según enseñanzas de creyentes.

Las tres religiones monoteístas -Judaísmo, Cristianismo y el Islám- hablan del encuentro con un ser creador, Dios, que nos dará lo merecido; de ahí el nacimiento de la creencia del cielo y el infierno.

Otras, también hablan de un lugar especial, dónde "viviremos" gozando el estado de felicidad. Pocas hablan de castigos eternos y, de entre ellas, algunas empiezan a dudar de la sentencia infinita, con o sin fuego. ¿Usted qué cree?

Igual problema irresuelto nos presenta el ¿De dónde venimos?, duda que ha ocupado a filósofos y otros pensadores, sin que nos den una respuesta convincente a nuestro cuestionamiento.

Curiosamente, nos insisten de estados espirituales en donde el cuerpo no existe y, consecuentemente, no hay sufrimiento físico, aunque tampoco nos responden a la interrogante: ¿Si no hay vida corporal en el más allá, entonces cómo puede haber dolor físico?

La respuesta más simple está centrada en el dolor psíquico, pero… y continúan las dudas.

Hace tiempo, un amigo de café, químico de profesión, oyó al profesor Pedro Rivas cuestionar y disertar sobre el tema, fundamentando su postura cristiana. Se preguntaba a viva voz sobre la muerte y hacía el cuestionamiento abierto a sus escuchas.

El químico, que oía desde otra mesa, no resistió hacerle la broma y respondió:

-Profesor… después de la muerte… viene la escalera, el borracho y el cantarito. ¡Claro! que con carcajadas se rompieron las sesudas reflexiones del inspirado profesor.-

La duda continúa y el reinterrogatorio reaparece, al menos cada "Día de los Muertos", que habremos de conmemorar en unos días.

Ahora, con la "nueva normalidad" no asistiremos a los panteones para disfrutar de esa tradición de alegría y recuerdos dolorosos, todo mezclado; no se lavarán las tumbas ni colocarán flores -según capacidades decorativas y económicas- tampoco habrá música en honor del difunto y seguramente ni se instalarán puestos de comida, pero ¡qué caray! encontraremos formas creativas de conmemorar el día.

Lástima que no reviviremos nuestra tradición, con antecedentes desde la época prehispánica, cuando nuestros indígenas tenían un ceremonial de especial tributo a sus familiares difuntos, quienes se encuentran en la región de los muertos (Mictlán); en el centro del cosmos (Tlalocan); o el lugar donde vive el Sol, a donde se dirigían los espíritus de las madres que mueren en trabajo de parto, las Cihuateteo o divinas, que viajan al cielo llamado Cihuatlampa, o la "casa del maíz"; los Cuauhteca o "gentes del águila", guerreros muertos en batalla que iban a Cincalco y quienes, luego de cuatro años, regresaban convertidos en colibríes.

Unos y otros, acompañaban al sol en su recorrido por el firmamento. Hermosa mitología.

Con la mezcla de las culturas indígenas y españolas -fusión o encuentro- que no justifica exigir nos pidan perdón, el homenaje a los difuntos se fortaleció, quedando como una de las tradiciones más festejadas por los mexicanos que presenta diferentes matices, según la región en que vivamos.

Michoacán, sobresale en el festejo con su tradicional día de finados en que mezclan las tradiciones indígenas con los usos y costumbres adoptados de los españoles; los altares de muertos, difundidos incluso en escuelas y universidades, cuando aprovechamos la oportunidad para recordar a algún personaje -importante, familiar o cercano- que influyó en nuestras vidas. Cabe aquí la mención para recordar a Pascual, amigo recientemente fallecido.

No olvide las catrinas y las tradicionales "Calaveras", rimas en broma, para personas aún vivas, quienes tienen buena o mala influencia en nosotros. Ni dudarlo, como cantaba José Alfredo a los mexicanos: "la vida no vale nada".

El reto es resguardar la tradición desde casa y con los cercanos, siempre cumpliendo las reglas de cuidado contra el coronavirus.

Comer en familia, instalar un altar, -por pequeño que sea- con poca o mucha comida elaborada para el finado, según sus preferencias, quien en el hipotético caso solo podrá olerla desde el otro mundo; sobre todo: recordar y ganar en alimento espiritual y de identificación familiar con la convivencia que genera los recuerdos.

No todo es malo o bueno al estar encerrados, por ahora; espero que sea de beneficio para rescatar nuestras tradiciones y descartar las ajenas adopciones del Halloween, que poco aporta a la autoestima personal y la identificación como mexicanos.

¿Cómo piensa memorar ese día?

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