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CIRCUNSTANCIAS

La odisea de un infortunio

Francisco Pineda

La semana pasada me trajo dos experiencias que me hicieron reflexionar sobre la existencia humana. Una fue la pérdida de una buena persona que conocí durante mi época peveciana en la década de los setenta, quien sucumbió a los síntomas del COVID-19. La otra fue la experiencia complicada de un buen amigo de la universidad, quien aún padece los vestigios de un virus muy agresivo, después de más de dos semanas intensas de padecimiento de la enfermedad. Circunstancias en las que una persona sufre experiencias desagradables y peligrosas como resultado de un virus que sigue afectando a mucha gente a nivel global. Es decir, la experiencia de una odisea de infortunio o calamidad.

Mi compañero universitario, a quien llamaré Carlos, es una persona bien informada, sensata, y muy consciente sobre las medidas de precaución necesarias para prevenirse de una infección viral. Durante nuestra conversación Carlos comentó que después de sentir dolor de garganta y de cabeza, y de haber tenido contactos sociales con ciertos grupos que consideraba seguros empezó a sospechar que algo no estaba bien con su salud. Después de consultar con los médicos y de resultar positivo en una segunda prueba de COVID-19, Carlos prepara una habitación de su residencia para enfrentar la enfermedad con apoyo y supervisión médica. Su reacción inicial había sido de incredulidad, pero a la vez de optimismo de que el impacto no sería serio debido a la buena condición física en que se encontraba. El estado de su condición física fue irrelevante, ya que poco después empeora en su salud.

A los pocos días, los síntomas a nivel físico y psicológico habían señalado lo que llamo el "inicio de su odisea. "A medida que los días pasaban, los síntomas se agravaban a niveles de requerir cuidados de un hospital, sin embargo, la recomendación médica fue de recibir tratamiento en casa. Los síntomas físicos de acuerdo a Carlos fueron agobiantes. El dolor de garganta, fiebre, y un dolor de cabeza intenso y difícil de soportar son seguidos por dolores de cuerpo y articulaciones, pérdida de los sentidos del gusto y el olfato, fatiga, dolor y presión en el pecho con dificultades para respirar, lo cual creó la necesidad de ser conectado a una máquina de oxígeno. Según Carlos, las experiencias más angustiosas habían sido los dolores intensos de cabeza, la sensación de agitación y aceleramiento en su corazón, y sobre todo las dificultades para respirar, las cuales no le permitían tener la suficiente energía ni para satisfacer sus necesidades básicas. Carlos estaba físicamente enfermo, pero también había un impacto en el aspecto psicológico.

La experiencia de Carlos no es única. De acuerdo a un estudio hecho con pacientes hospitalizados debido a COVID-19 (Elsevier Public Health Emergency, agosto 2020), la exploración de la parte psicológica no está ampliamente documentada. Según este estudio, pacientes de COVID-19 generalmente están en estado de estrés, ya que sus condiciones mentales están alteradas con emociones negativas. El aislamiento requerido puede generar altos niveles de depresión, ansiedad con desesperación y pánico en grados extremos, además de otras ideas y actitudes que incluyen negaciones, miedo a lo desconocido o a la muerte, culpas, etcétera. En otros casos se puede presentar confusión, estados conscientes y pensamientos alterados, por ejemplo, delirios o alucinaciones. Por otro lado, también pueden existir condiciones mentales positivas las cuales son de mucha ayuda para enfrentar las emociones negativas. Por ejemplo, pensamientos positivos como resultado de orar a un dios, estar en contacto con familiares y amigos o soporte de tipo psicológico o espiritual, cuidado médico de confianza, y sobre todo, la experiencia de ver la enfermedad como una oportunidad de crecimiento personal. En el caso de Carlos, la experiencia desesperante de no poder respirar le causaba ideas de morir; en momentos se sentía desorientado, con pensamientos de no saber si estaba vivo o muerto como resultado de una pesadilla o alucinación, y sentimientos de culpa debido a las ideas de no haberse cuidado suficientemente, y haber expuesto a otros al contagio, particularmente a su familia.

A pesar de los estragos que la pandemia sigue generando en la forma de muerte, temor, ansiedad, stress, e incertidumbre, mucha gente, desafortunadamente aun permanece incrédula e irresponsable, y sigue cuestionando su existencia buscando refugio en teorías conspirativas, que en mi opinión son totalmente improductivas y decepcionantes, o no seguir medidas de protección. Espero que la experiencia de Carlos sea lo suficientemente convincente, y ayude a generar conciencia sobre las posibilidades de contagio en situaciones donde se está alrededor de otros, y así prevenir la experiencia innecesaria de la odisea de un infortunio. Gracias por su interés en esta columna.

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