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El 'moonwalk' nacional

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RENÉ DELGADO

La situación ya es más inquietante que interesante. El menor descuido podría descuadrar la institucionalidad y la civilidad, agotar la política como recurso para conjurar la confrontación violenta.

El Ejecutivo va más allá del mandato recibido al pretender sostener su proyecto pese a la catástrofe sanitaria y económica y al atizar la polarización que lo afecta a él mismo. El Legislativo parlamenta a las patadas y legisla de la patada. La Corte evita chocar o condescender, moviéndose en el lindero de la salvaguarda de la Constitución, y el Tribunal Electoral practica la usura política con sus resoluciones, confundiendo el cinismo con el civismo. Los poderes de la Unión pierden el equilibrio entre sí.

A su vez, los partidos cobran -aún con el descuento de Morena- una cantidad multimillonaria a la ciudadanía por producir una política de nula calidad. Algunos consejeros electorales quieren jugar de contrapeso, no cuidar y preparar la arena donde se ventilarán las diferencias y, en el colmo del absurdo, no apoyan ensanchar, sino limitar la democracia, so pretexto de defenderla.

Además, afloran movimientos sociales -algunos con tinte fascista- sin capacidad de articular, organizar y canalizar su malestar y, en esa condición, los seduce la provocación, la justicia por propia mano o la acción directa no exenta de violencia. Un sector de la prensa ha resuelto dejar de ser medio para volverse parte y a más de una capilla de intelectuales le irrita que el poder ya no la distinga ni le dispense el trato de antes. Y la Guardia Nacional, supuestamente destinada a combatir al crimen, persigue migrantes, contiene agricultores y contempla la extorsión de quienes toman las casetas de cobro de las autopistas o a quienes bloquean vías federales de comunicación.

La clase política, la vieja y la nueva, hace de la exageración de la realidad el argumento de su tozudez. Los actores políticos no saben perder, pero tampoco ganar. Practican con fervor el "moonwalk" de Michael Jackson, arrastran los pies para avanzar... hacia atrás o quedarse donde están. Así no se hace historia, se estanca.

***

El Ejecutivo libra una batalla tras otra, sin discernir cuáles valen la pena y cuáles no.

Al no discriminar lo fundamental de lo accesorio, abre innumerables frentes sin concentrar atención, esfuerzo, energía y tiempo donde debe, según su propio plan. Emprende maniobras distractivas para entretener al adversario, pero él también divaga ante ellas. Presume no engancharse con todo, pero se inserta en pleitos que le impiden concretar resultados. Así, al dispersar los objetivos y la acción, aprieta y afloja el paso, calienta e insulta a los adversarios, suma a ellos a posibles aliados y pierde el tiempo que, según su propio concepto, es clave en la pretensión de transformar al régimen.

De los cuatro factores de poder que, según el parecer presidencial, debe mantener contentos, al lado, a raya o controlados -el gran capital nacional, los Estados Unidos, las Fuerzas Armadas y los desastres naturales-, obviamente ha minimizado la catástrofe sanitaria y la debacle económica desatada por la epidemia del COVID-19. Pese a lo evidente, el mandatario resiste dimensionar el golpe del virus a su proyecto y, cuanto más lo niega o ignora, más aleja la posibilidad de operar los ajustes necesarios para rescatar algo de aquel. No realiza ajustes ni replantea prioridades y, en el ansia por hallar recursos, los busca a troche y moche, reduciendo aún más su propio margen de maniobra y abandonando a sectores que lo acompañaron.

En ese afán se excede en el uso de su fuerza ante los otros poderes y, lo peor, cuando gana una partida no queda satisfecho e insiste en ir más allá hasta verse inmovilizado en el esfuerzo. Como añadido, el envío de colaboradores a ganar posiciones en los estados obligará en más de un caso a repetir la curva de aprendizaje de quienes llegarán a sustituirlos.

Visto estaba, el Ejecutivo no sabe perder, pero al parecer tampoco ganar. Así, es un albur el desenlace de su administración.

***

El estado de los partidos es deplorable, incluido Morena, que ahora ya no sólo litiga quién debe ocupar la dirigencia y conducir al movimiento en las elecciones del año entrante, sino también encarrilar la eventual sucesión presidencial.

Si esa es la condición del partido en el poder, la de los opositores es peor. Pesa sobre algunos cuadros -dirigentes, coordinadores y gobernadores- un pasado que condena su acción presente y, pese a ello, les guardan el lugar. En otros casos, destacadamente en Acción Nacional, la incapacidad y el bajo nivel de la dirigencia, así como de algunos senadores y gobernadores, es proverbial. A excepción de Movimiento Ciudadano, no se ve en ellos una acción concertada y articulada entre los distintos polos de poder que congregan y, por lo mismo, su postura se reduce al testimonio, el desplante o la rabieta.

Las oposiciones saben de la importancia de convertirse en el instrumento de los sectores sociales que quieren plantarle un frente a la administración, pero no quieren eso. No quieren ser instrumento de la ciudadanía, sino hacer de la ciudadanía su instrumento y, así, ni se oponen ni proponen, ni resisten.

Por lo demás, resulta insultante que los partidos mantengan las multimillonarias prerrogativas que, como dicho, arrojan por resultado una política de muy baja calidad. Protestan por el retiro de fondos a otras instancias, pero no sueltan su cartera.

***

En breve se cumplirán dos años del sexenio; la acción y actuación de los distintos actores y factores de poder, lejos de estabilizarse, se desequilibra y, en el rejuego de las provocaciones y exageraciones, juegan con la viabilidad del país.

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