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Vértigo y movimiento

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RENÉ DELGADO

VÉRTIGO HAY, MOVIMIENTO TRANSFORMADOR QUIÉN SABE.

La obsesión presidencial por avanzar en su proyecto a como dé lugar por la vía de hechos, no de derechos; de distraer, no de concentrar la atención; de provocar, no de conciliar; de dividir y confrontar, no acaba de resolver la ecuación de su problema que, sobra decirlo, no sólo estriba en la pertinencia y la viabilidad de sus ideas, sino también en evitar que la epidemia las arrase y arrastre al país a una peor situación.

Ahí, quizá, se explica por qué el compás de la actuación presidencial lo marcan a veces la velocidad o la desesperación, la osadía o el miedo y la decisión arrojada o la arbitrariedad grosera. Cierto, no hay un manual para cambiar de régimen con indicaciones para llevarlo a cabo sin errores, pero de eso a privilegiar la improvisación o el ingenio como herramienta, hay una distancia. Un trecho abismal sobre todo cuando no hay claridad sobre el régimen que se quiere modelar.

Por eso hay vértigo y -de acuerdo con el diccionario- ese vocablo significa trastorno del sentido del equilibrio caracterizado por una sensación de movimiento rotatorio del cuerpo o de los objetos que lo rodean; turbación del juicio, repentina y pasajera; apresuramiento anormal de la actividad de una persona o colectividad. Falta por ver si, de superarse ese mal, se transforma o no el régimen.

***

Semana a semana algún asunto colocado en la palestra por el Ejecutivo sacude las buenas conciencias, incendia las redes y confronta a actores y opinadores... y el tiempo transcurre en medio de fuegos de artificio o de a deveras, pero dejando ver falta de maduración del proyecto lopezobradorista, sea por los tropiezos en su instrumentación o las zancadillas impuestas por la resistencia.

Asuntos superficiales y sustanciales que, al centro de la discusión polarizada -no del debate serio-, amplían un poco el margen de maniobra del mandatario. Un espacio reducido en extremo por la incertidumbre económica generada por los cambios operados sin seguro ni paracaídas y agravada por la epidemia que, pese al reconocimiento presidencial, el mismo mandatario no acaba de aceptar y asumir como el mal fario de su anhelo.

Cada uno de sus asuntos acapara la discusión pública, pero sin agotarla ni resolverla y, en medio del vértigo, se niega así la posibilidad de entenderlos en su justa dimensión y trascendencia.

Este fin de semana, la resolución de la Corte validando la consulta pública, pero modificando la pregunta, derramó tinta, apoyando o condenando a los ministros. Pero, antes o a la par, igual polémica desató la intención de extinguir los fideicomisos; el desafío presidencial de irse si, quienes lo quieren ver fuera de Palacio, reúnen a cien mil personas y las encuestas reportan rechazo a su presencia; la falta de empatía presidencial con las feministas; el conflicto del agua en Chihuahua; la toma de vías férreas o de plazas de cobro de peaje; o el desentendimiento de la Federación con los gobernadores...

***

El absurdo de discutir esos asuntos en los términos que la polarización propone es que se borran los matices, se exige tomar postura en uno u otro extremo y jugar al todo o nada.

En esa lógica, se condena a los ministros que aprobaron la realización de la consulta pública a partir de la modificación de la pregunta -ahí, el matiz-, olvidando una cuestión: los mecanismos de participación directa en la democracia, garantizados en la Constitución, fueron anulados en la reglamentación. Tanto así que, de realizarse la consulta de marras, se estrenará ese recurso, tras más de seis años de haberse establecido. Enriquecer la democracia, agregando a la representación popular la participación ciudadana, jugando en el lindero del derecho y el hecho ¿es un error?

¿Gusta el modo en que el Ejecutivo puso contra la pared al Judicial? No, desde luego. Sin embargo, con frecuencia la máxima de llevar a cabo toda acción con-estricto-apego-a-derecho, ha sido la fórmula para denegar justicia, dejar las cosas como están y reducir la democracia al juego electoral.

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Igual ocurre con los fideicomisos. O todos desaparecen o todos prevalecen. ¿En serio, así tiene que ser?

Dicho lo anterior, no puede ignorarse que ese instrumento frecuentemente sirvió al propósito de opacar el manejo de recursos y no rendir cuentas. Incluso, fue demanda constante de quienes hoy resisten la extinción someterlos a control y transparentarlos. ¿No resultaría de utilidad llevar a cabo un debate serio y no una discusión sin matices?

Como esos dos asuntos, hay otros. ¿Exigir el pago de impuestos a los grandes corporativos es, en verdad, terrorismo fiscal? ¿No se reclamaba eso? ¿Reducir el gasto corriente no era bandera de quienes hoy demandan soltar el gasto y, si es menester, contraer deuda?

Ciertamente, inquieta que los recursos de fondos y fideicomisos, impuestos, recortes o austeridad vayan a gastarse o invertirse en programas u obras no productivos y, entonces, el brutal esfuerzo con un alto costo humano sirva de poco, sobre todo, teniendo enfrente la segunda ola de la epidemia, cuando la primera no concluye ni se domina.

***

Hay vértigo y no se advierte movimiento transformador seguro, siendo que sería una pena perder la oportunidad de replantear al Estado o dejar igual o en peor situación al país.

Las condiciones políticas no ayudan, aun cuando se suponga lo contrario. El movimiento en el poder ha perdido la brújula. La oposición inútil sirve al Ejecutivo, del cual se queja sin atinar qué hacer. Los focos y grupos de resistencia se muestran reactivos, pero no proactivos. Y, de nuevo, brotan inquietantes muestras de malestar social.

El tiempo transcurre, es hora de dejar de darles vueltas a los asuntos y abordarlos en serio.

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