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El menú de galimatias

JULIO FAESLER

El tormentoso e inconcluso primer "debate" entre los dos contendientes a la presidencia de Estados Unidos el pasado martes por la noche en Cleveland, reveló las semejanzas actuales entre Trump y López Obrador.

En primer lugar, los temas en que ahora centran los empeños de ambos tienen por hilo conductor la terquedad por mantenerse en sus cargos, contra viento y marea, imperturbables ante las olas de desaprobación a sus desempeños, que crecen en las avenidas y parques en cada vez más ciudades. Ambos mandatarios están resueltos a ir hasta inéditos extremos para llevar adelante sus proyectos de transformación de la vida nacional de sus países.

Sus razones parten de conceptos bien distintos. Por una parte, Donald Trump venció los altos riesgos de la política para llegar a la presidencia de Estados Unidos para apostar a allanar todo lo que se le atraviesa en el camino a un hombre de negocios. Vistas de cerca, sus decisiones obedecen a un solo propósito: ceñir circunstancias para facilitar el éxito económico personal. De ahí, el alejarse de todo lo que huela a enredos parlamentarias o a los intrincados escenarios internacionales que no son sino trampas y distractores. La grandeza de la "América" empresarial es su obsesiva guía que todo supedita. Su crasa ignorancia de historia y falta de confianza en otros arman su propósito.

La composición mental de Trump, y su conocida prepotencia, estallaron públicamente en el debate de candidatos presidenciales con una agresividad más allá de lo que le convenía. Buscaba noquear en el primer round a su contrincante Biden.

AMLO, por su parte, exhibe una personalidad con esa misma tenaz energía que dirige a todo lo que pueda oponerse a su proyecto de cambiar a su sociedad a profundidad. La intención es más drástica que la de Trump. Éste, no busca cambiar el esquema que lo sostiene mientras que AMLO si quiere transformar a su país promoviendo cambios diseñados para acercarlo a un impreciso paraíso no necesariamente la versión del socialismo comunista tantas veces fracasado en el pasado y ahora en la lacerante realidad de Venezuela.

Pero hay que tomar en cuenta las diferencias entre las historias y las estructuras políticas de Estados Unidos y México. Trump se empeña en hacer que las instituciones oficiales norteamericanas se amolden a sus decisiones y que frecuentemente se refiera a las graves fallas en la operación cotidiana de los departamentos y secretarías que constituyen su gobierno. Para la visión de López Obrador nutrido, por el contrario, de los dramáticos episodios de la evolución política mexicana, no le resulte ajeno el recetarle a México una cuarta vuelta de tuerca que purgue los nocivos elementos que se instalaron en su cuerpo social. Es una revolución no solo administrativa sino en principios fundamentales.

Hay en la estructura institucional de nuestro vecino al norte una inercia democrática que permite augurar que los cambios de Trump acabarán siendo digeridos en lo que de útil contengan por la multivariada sociedad a la que van dirigidos.

El caso mexicano pide un diagnóstico distinto. Las acciones recientes del presidente de la República tocan los tendones más importantes de la estructura política nacional, como es la pretensión de someter las sentencias del Poder Judicial a los programas del que encarne por el momento al Poder Ejecutivo. Su insistencia en este preciso sentido pareció cumplirse el jueves de esta semana. Caído en la involuntaria paradoja de que la Suprema Corte no se doblegase a su visión de la consulta sobre el enjuiciamiento de los expresidentes, López Obrador amenazó "desligarse" de la Suprema Corte, dejándola seguir su propia responsabilidad, lo que por cierto debe ser conforme a la separación de poderes. A final de cuentas la pregunta esencial de la consulta quedó en un inextricable galimatías.

Todo lo anterior luce menos que la desaparición de los 109 fideicomisos que desempeñan tareas especializadas en los campos de la salud, la cultura, la investigación científica y la educación que son vitales para el país por una primitiva sospecha de malos manejos, dispendios económicos y preferencias inaceptables y sin analizar las razones que motivaron su creación y consultar con los beneficiarios su evaluación sobre su eficacia. La propuesta de AMLO, detenida por una coalición de diputados de oposición, deja al arbitrio oficial evaluar la utilidad del servicio prestado por un fideicomiso y expone los servicios en cuestión a la decisión burocrática. Es irónico que de los 68,478 millones de pesos que motivan la codicia oficial habría que quitar una buena parte que proviene de fuentes privadas y de instituciones internacionales.

Estos galimatías ocultan temas trascendentales. Trump con sus supremacistas blancos y AMLO con sus asambleas populares pretenden cambiar el rumbo de la maltrecha Democracia que ahora nos llega buscando refugio.

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