Ocurrió lo nunca visto en Estados Unidos: el presidente-candidato Donald Trump descarriló el primer debate presidencial con Joe Biden, quien fuera vicepresidente de Barack Obama y actual candidato del Partido Demócrata. Trump impidió el debate con una serie de interrupciones, insultos y acusaciones, agresiones y violencia verbal. Iniciaron así choques a gritos que limitaron e impidieron exponer y expresarse a Biden, cuyas respuesta más dura fue "cállese". El moderador no pudo detener la frenética andanada verbal a voz en cuello de Trump.
Más allá de la molestia, confusión y francamente miedo de televidentes y radioescuchas, parece necesario puntualizar algunas cuestiones sobre lo ocurrido que no es intrascendente ni mucho menos. No se trató sólo de bravatas, sino del inicio de una violencia inusitada en la elección y de acusaciones que pretenden encender todos los fuegos entre los supremacistas blancos y quienes protestan por el racismo asesino desatado desde el asesinato de George Floyd.
Hay que advertir tres cuestiones: la primera es que lo ocurrido es algo totalmente anormal en los debates electorales en Estados Unidos. Desde el primer debate en 1960 entre John F. Kennedy y Richard Nixon, los candidatos exponían sus proyectos y discutían civilizadamente. La segunda es que ningún candidato jamás afirmó que las elecciones serían fraudulentas como lo ha venido haciendo Trump. Y la tercera es que fue escalando hasta llegar al punto en que se encuentra: llamando a sus seguidores a evitar el fraude y en contra del voto electoral por correo, que por la pandemia es previsible que sea mayoritario. Esto lo está preparando al calentar el ambiente entre sus seguidores supremacistas blancos a quienes llamó, durante el fracasado debate, a estar pendientes y en guardia, lo que querría decir dispuestos a actuar.
Lo que estamos comenzando a ver es que cueste lo que cueste el presidente-candidato no aceptará perder las elecciones. Para ello tendría que preparar al Partido Republicano: ¿se quebraría, se fraccionaría o lo seguiría la mayoría o sólo algunos? ¿No se darían cuenta de lo que podría acontecer? Y la otra interrogante es ¿cuál sería el papel que pretendería Trump que jugara la Corte Suprema, donde tiene mayoría, para apoyar su elección a toda costa? Hay que recordar que ya eligió contra viento y marea, hace unos días, a quien sustituyó a Bader Ginsburg popular ministra liberal.
En los debates entre Trump y Hillary Clinton hubo ya tensiones por los ataques de Trump. Pero por primera vez este miércoles 30 de septiembre en Cleveland Ohio, descarriló el debate entre Trump y Biden. Prácticamente todas las encuestas dieron el triunfo del debate por un porcentaje pequeño, pero importante dadas las circunstancias en que se desarrolló, a Joe Biden. Trump se vio excesivamente agresivo y en el fondo enojado porque se mantiene la tendencia en favor del triunfo de Biden.
La elección del 3 de noviembre se desarrollará en circunstancias extremadamente complejas por la pandemia en que EUA acumula la mayor cantidad de muertes en el mundo, atribuidas a la tardanza en reconocer la gravedad del coronavirus por el presidente Trump; por una recesión en puerta; por la xenofobia y una polarización extrema en la que destacan las protestas por el racismo y las muertes de afroamericanos; por las reiteraciones de Trump en que habrá fraude electoral y él no reconocerá el resultado.
Y para completar el oscuro panorama: con una preparación amplia para desconocer los resultados electorales si son adversos a Trump. La revista The Atlantic analiza: "La elección que podría quebrar a América". Sobre todo "si el voto es cerrado, Donald Trump podría fácilmente empujarla al caos y cambiar el resultado. ¿Quién lo parará?". La interrogante consecuente es: ¿EUA estará preparado?
