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Las palabras tienen palabra

Los ocho cuartos

Juan Recaredo

Al escuchar: “Qué esto ni qué ocho cuartos”; “Qué aquello ni qué ocho cuartos” no puede evitar uno preguntarse: ¿Cómo estará eso de los ocho cuartos? ¿Por qué se dirá así? Ocho cuartos ¿de qué?

Mi amigo Arturo Ortega tiene la particularidad de que nunca se queda con una duda y no descansa hasta aclararla, sobre todo si es una duda referente a nuestra manera de hablar.

En esos casos, mi amigo saca a relucir sus afanes de investigador, se pone a buscar en Internet, en sus numerosos libros y como le digo, no se detiene hasta que encuentra la respuesta.

En una de sus “cápsulas de lengua”, el buen amigo Ortega nos hace saber que, por muchos años, en España existió el realillo, que era la moneda de uso corriente y equivalía a ocho cuartos de peseta, por lo cual se le conocía como el realillo de a ocho cuartos y que éste —ocho cuartos— era el precio típico de muchos artículos de primera necesidad, o sea que casi todo costaba eso. “¿Cuánto es del pan, Don Miguel?” “Pues ocho cuartos”. “¿Y de la leche?” “Son ocho cuartos también”. Casi todo costaba esos ocho cuartos.

Pero un día vinieron tiempos difíciles y todas las cosas empezaron a subir de precio y a superar la barrera de los ocho cuartos y entonces el diálogo era diferente: “Oiga Don Miguel ¿del pan son ocho cuartos, verdad?” Y el viejo se sulfuraba y exclamaba enojado: “¡Qué pan ni qué ocho cuartos! ¡Rediez! ¡Qué mira que el pan ahora ha subido!” Y ahí empezaban los problemas y las discusiones, como ocurre habitualmente cuando hay un desacuerdo, sobre todo en las cosas del dinero.

Se acordará usted de aquella canción de cuna que dice: “Riqui riqui riqui ran, los maderos de San Juan piden queso y piden pan, no les dan, les dan un hueso en el mero pescuezo…” y también en nuestras mentes infantiles surgían terribles dudas. ¿Quiénes eran los maderos de San Juan? ¿Por qué estaban tan hambrientos que andaban pidiendo queso y pan y quién era tan cruel que en lugar de darles los alimentos que pedían, les daba un hueso en el mero pescuezo?

Dice mi amigo Ortega que cuando el cristianismo se instaló en Europa, nació la costumbre de hacer peregrinación a Roma y que a los que hacían esos viajes, como se dirigían a Roma, les llamaban romeros. Había romeros que venían de Santiago y otros que venían de San Juan y todos ellos, para subsistir, iban por el camino pidiendo vino, pidiendo pan y aserrando madera para construir sus fogatas.

De ahí nació el cantito infantil que al principio fue: “aserrín, aserrán, los romeros de San Juan, unos vienen y otros van. Los que vienen piden vino y los que van piden pan…” y como suele ocurrir con los cantos populares, en cierto momento se cambió a los romeros por maderos y la rima inventó cosas tan absurdas como la del “hueso en el pescuezo”. Soy Don Juan Recaredo… compártame sus dudas y comentarios.

[email protected] Twitter: @donjuanrecaredo.

ME PREGUNTA:

Salvador Rivero: “¿Es correcto que el cajero de una tienda saca el total y me dice ‘serían trescientos cincuenta pesos’?”

LE RESPONDO:

Esa forma de decirlo es algo que se ha difundido mucho y algunas personas la usan como fórmula de cortesía. Debe decirse: “son trescientos cincuenta pesos”.

LAS PALABRAS TIENEN LA PALABRA:

A veces me miro en el espejo y digo: “Deja de comer, Santiago…” y sigo comiendo, porque yo no me llamo así.

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