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'No queremos más niñas embarazadas'

HAROLD ROBINSON

La maternidad es un motivo de celebración y realización para muchas mujeres. Sin embargo, hay un momento para ser madre. La adolescencia no es el momento adecuado. La maternidad en la adolescencia, en la mayoría de los casos trae consecuencias negativas e irreversibles; todo el proyecto de vida de la adolescente cambia, su dependencia económica se incrementa y sus perspectivas educativas y laborales se evaporan.

La región de América Latina y el Caribe ocupa el segundo lugar en cuanto a maternidad adolescente con 62 nacimientos por cada mil niñas adolescentes entre 15 y 19 años y quienes por lo general viven en situación de pobreza y con un limitado acceso a servicios sociales básicos.

No debe sorprendernos que la situación se haya agudizado por la interrupción de los servicios de salud sexual y reproductiva causada por la pandemia del COVID-19. En muchos países los centros de salud cerraron y la disponibilidad de recursos financieros para la ejecución de programas de salud sexual y reproductiva para adolescentes y jóvenes, quedó restringida.

Para muchos la situación es preocupante, no sólo por las consecuencias inmediatas que esto trae para las niñas y adolescentes, sino por la pérdida de sus oportunidades de desarrollo, así como por los altos costos económicos que tiene el embarazo temprano para el Estado y la sociedad.

El costo de cada embarazo adolescente en América Latina y el Caribe alcanzó, en 2018 en promedio, el equivalente a mil 210 dólares anuales. Este número considera lo que las mujeres dejan de ganar porque trabajan menos, porque trabajan en empleos peor remunerados y porque, al ganar menos también pagan menos impuestos. Multiplicado por el millón y medio de embarazos adolescentes anuales esto equivale a pérdidas de oportunidades para las madres jóvenes y para los Estados superiores a mil 800 millones de dólares anuales.

Reconocemos los esfuerzos que han hecho los países en la formulación de planes nacionales de salud reproductiva y desarrollo en América Latina y el Caribe; sin embargo, es muy importante monitorearlos y evaluarlos, con base en la evidencia disponible.

Esto nos permitirá revaluar las intervenciones que no funcionan, incluidas las campañas, y reforzar aquellas que han arrojado resultados positivos para llegar, de un modo eficaz, a los adolescentes que viven en condiciones de vulnerabilidad, especialmente aquellos pertenecientes a comunidades más pobres, indígenas, afrodescendientes y migrantes.

Tenemos frente a nosotros el desafío de atender una de las más severas crisis que hemos vivido, pero también la gran oportunidad de encontrar nuevos caminos de desarrollo humano y económico. El llamado es a no quedarnos inmóviles y no dejar a nadie atrás. Nuestras niñas y adolescentes necesitan que las apoyemos y les ofrezcamos oportunidades reales. Ellas, como todos, merecen gozar del ejercicio pleno de sus derechos y libertades fundamentales.

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Escrito en: editorial HAROLD ROBINSON

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