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CURAR AL MUNDO CON EL BIEN COMÚN

ARTURO MACÍAS PEDROZA

La globalización ha hecho de este mundo una pequeña aldea que tiene aún muchas cosas que poner en orden, ya que los problemas se han hecho mundiales.

Los sistemas económicos, con el intercambio de productos a nivel mundial y las finanzas internacionales son poderes que han sabido superar las fronteras en incidir en muchos países; La delincuencia en sus más variadas actividades también ha superado límites territoriales. Los daños ecológicos que ha sufrido nuestra casa común tampoco pueden ser detenidos por fronteras políticas; los conflictos sociales de una región afectan a todo el mundo; la crisis económica, social y política causada por esta pandemia del Covid 19, es también un ejemplo de esta comunión mundial.

El pasado 9 de septiembre el Papa Francisco en su audiencia general, hacía un llamado a "Curar el mundo" con el Amor proyectado hacia el bien común. En ese mensaje comienza por señalar intereses "partidistas" que se apropian las posibles soluciones, como el caso de las vacunas; habla de quienes se aprovechan para fomentar divisiones o buscar ventajas económicas o políticas aumentando el problema; hace también un reclamo a los insensibles ante el sufrimiento, que solo se lavan las manos como nuevos Pilatos.

La respuesta cristiana a esta crisis socioeconómica se basa en el amor: el amor que Dios nos tiene y al que correspondemos con el nuestro. "Amo no solo a quien me ama: mi familia, mis amigos, mi grupo, sino también a los que no me aman, amo también a los que no me conocen, amo también a lo que son extranjeros, y también a los que me hacen sufrir o que considero enemigos." El amor verdadero es siempre expansivo e inclusivo. Incluye las relaciones cívicas, políticas y con la naturaleza, como una de sus más altas expresiones, permitiéndonos construir una "civilización del amor" contra la cultura del egoísmo y de la indiferencia. Construir esta civilización política y social, de la unidad de toda la humanidad.

¿Qué es el bien común? El coronavirus nos muestra que el verdadero bien para cada uno es un bien común y, viceversa, el bien común es un verdadero bien para la persona (cfr. CIC, 1905-1906). Si una persona busca solamente el propio bien es un egoísta. Sin embargo, la persona es más persona, precisamente cuando el propio bien lo abre a todos, lo comparte. La salud, además de individual, es también un bien público.

El nuevo orden mundial deberá ser un amor sin barreras, fronteras o distinciones, y no un dominio de unos cuántos poderosos con intereses ocultos y objetivos manipuladores. El amor solidario puede generar estructuras sociales que nos animen a compartir, más que a competir, y que nos ayuden a expresar lo mejor de nuestra naturaleza humana y no lo peor. Dice el Papa: "Cuando amamos y generamos creatividad, cuando generamos confianza y solidaridad, es ahí que emergen iniciativas concretas por el bien común. Y esto vale tanto a nivel de las pequeñas y grandes comunidades, como a nivel internacional". (Un ejemplo de ello es el programa: "Solidarios en Cristo" de la Diócesis de Gómez Palacio, que, con una mezcla de consumo local, economía alternativa, trueque y poner a disposición carismas y valores, está siendo un ejemplo de soluciones creativas en la promoción del bien común).

Si las soluciones a la pandemia, en vez de construirse sobre el bien común, llevan la huella del egoísmo, ya sea de personas, empresas o naciones, quizá podamos salir del coronavirus, pero ciertamente no de la crisis humana y social que el virus ha resaltado y acentuado. Y esto es tarea de todos nosotros. Cada ciudadano es responsable del bien común.

Las instancias internacionales que idealmente deberían unificar esfuerzos en las diversas problemáticas globales, han dejado mucho que desear, al ser contaminadas por ideologías e intereses mezquinos o de grupo. ONU, OMS, Banco Mundial, Comunidad Económica Europea y muchas otras, tienen aún que superar aún muchos obstáculos para ser en verdad promotoras de una verdadera comunidad internacional respetuosa de la dignidad de la persona y de las culturas. Narcotráfico, corrupción, contaminación, conflictos bélicos y pandemias, necesitan una verdadera comunidad mundial. La Iglesia en el mundo, tiene la misión de promover e inspirar el bien común, siendo ejemplo de esta solidaridad. México con sus religiones, unidad, valores culturales y lugar estratégico en el concierto mundial, debe descubrir su papel protagónico en esta aldea mundial.

Es necesaria una buena política, la que pone en el centro a la persona humana y el bien común. Es posible en la medida en la que cada ciudadano, y de forma particular quien asume compromisos y encargos sociales y políticos, arraigue su actuación en los principios éticos y la anime con el amor social y político.

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