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CERRAR CICLOS

MARÍA DEL CARMEN MAQUEO GARZA

Me siento frente al monitor. Tengo tres horas para terminar la colaboración semanal y estoy en blanco. Pocas veces me sucede, pero (a diferencia de las anteriores) la condición actual se debe a un sentir personal, un apabullamiento que no me permite acabar de procesar lo que llega a través de mis sentidos. En poco más de una semana han partido tres médicos y una enfermera a quienes conocí muy bien; todos ellos a causa de COVID-19 por razón de su trabajo. Encuentro hasta absurdo que la vida cobre tan caro el cumplimiento del deber, el apego a la profesión, la consecución de los sueños propios. Han fallecido otros médicos en distintas localidades; igual lo han hecho familiares de algunos amigos, ajenos a la medicina. Todo esto sucede a unos pasos de la llegada del otoño. Esto último me da de donde tomarme para no caer abatida por la desazón. Al mismo tiempo que lo anterior una colega pediatra, colaboradora de mi blog desde hace varios años, anuncia su retiro de la vida profesional. Lo hace en plenitud de facultades, como una decisión personal; satisfecha de haber cumplido con sus pacientes y dispuesta a plantearse nuevos desafíos. Ya con esto último acabé de sentir que entendía una gran verdad que a ratos olvidamos: Todo en esta vida tiene una razón de ser; tiene un tiempo, tanto de inicio como de terminación. A nosotros -humanos-- toca avanzar al ritmo que la naturaleza marca, aprovechar el tiempo que se nos presta, y convertir en algo útil y trascendente ese pedazo de vida que el cielo nos ha concesionado.

Desde que comenzó la contingencia he tenido oportunidad de profundizar en temas de creación literaria. Con relación a la novela he aprendido que, para favorecer el desarrollo de ésta, de entrada debo plantearme un final. No importa si conforme avanza la obra cambia el rumbo de la historia y el final es distinto al que me había planteado. Para emprender el viaje de la escritura, tenemos que saber hacia donde vamos, de otra forma no avanzaremos. Hoy quiero aplicar tan sabia idea para el asunto de vivir la vida: cuando nacemos nadie puede conocer si viviremos más allá de unas horas, unos días o muchos decenios. En un principio no está en nosotros plantearnos un final para la historia de nuestra vida. Ello depende de nuestros padres, de la voluntad que pongan en orientar nuestra pequeña nave en algún sentido particular. A través del conocimiento, la formación en valores y el desarrollo de la autoestima, nuestros mayores comienzan a escribir esa historia que, después de algunos años, tocará a cada uno de nosotros seguir escribiendo. El tiempo corre y no para; no sabemos cuánto más continuará para cada uno de nosotros. Mantengamos en mente escribir la vida, no dejar de hacerlo, siempre revisando nuestro compás de navegación, para conocer la ruta que llevamos.

A todos los que hasta hoy estamos con vida, nos toca presenciar una situación compleja, misma que nos desnuda de manera abrupta, y evidencia nuestra vulnerabilidad frente al mundo. A ratos caemos en el pasmo, otras veces nos invade la ansiedad o el desánimo. Es entonces cuando nos corresponde hacer un alto, respirar hondo, mirar al cielo, sacar nuestra brújula y verificar la ruta.

No hay manera de bajarnos de un tren cuando se halla en movimiento. Hemos de aprender entonces, la mansedumbre de la naturaleza; entender el compás con el que avanza cada uno de sus elementos, digamos, las estaciones del año. Mi favorita es el otoño: el calor mengua, el paisaje se pinta de distintos tonos de ocre, los árboles pierden su follaje… Lo que nunca dejará de asombrarme es la caída de las hojas. Cada una de ellas acoge lo que le toca hacer, lo acepta, se desprende y cae girando. Se despide dando pequeñas vueltas, en una danza que rinde tributo a su origen desde la belleza de su final, antes de llegar al suelo y confundirse con el resto de las hojas, en una alfombra ligera y crujiente sobre la que nuestros pasos, al igual que ellas, están invitados a hacer divertidos giros que nos alegren.

Cerrar ciclos: Terminar la tarea que nos corresponde cumplir. No sabemos en qué momento vayamos a tocar puerto. Como quien escribe una novela, desde el inicio nos planteamos un posible final hacia el cual orientamos nuestra ruta. Vendrán tormentas que podrán desviar la nave, o tal vez hallemos corrientes marinas sobre las cuales la navegación sea más fluida. Tal vez dejemos las previsiones iniciales y lleguemos antes a puerto, como lo han hecho los caídos en esta pandemia. Hoy podemos descubrir que sólo atienden el compás que la vida marca. Porque así estaba señalado desde un principio por una fuerza superior a la humana. Parten como hojas de otoño. Me anima asumirlo así. ¡Feliz nuevo viaje, amigos!

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