Durante buena parte del siglo veinte, exceptuando al PAN, nuestro país no contó una verdadera oposición que hiciera contrapeso en las urnas ni mucho menos desde el poder legislativo.
Como sabemos, elegir al presidente resultaba un mero trámite de donde el PRI salía vencedor con márgenes insultantes en un país supuestamente democrático. Además, las listas de diputados y senadores se definían desde Los Pinos según el humor e intereses del inquilino en turno. En vez de legislar para los ciudadanos, el Congreso fungía como oficialía de partes del Ejecutivo Federal y desde ahí se aprobaba cualquier ocurrencia con sólo ordenarlo el mandatario.
Basta recordar que en las elecciones de 1976 José López Portillo fue candidato único a la Presidencia de la República. Acción Nacional, sumido en una profunda crisis interna, decidió no participar en dicho proceso. Sin embargo, ante tiempos cambiantes y frente a un sistema de partido único que resultaba insostenible después de 50 años, hacia 1977 el entonces secretario de Gobernación Jesús Reyes Heroles, una de las mentes más brillantes y preclaras de la historia y quien es considerado el ideólogo del sistema político mexicano, propuso una reforma política de gran calado -la LOPPE- que de una vez por todas reconociera de manera oficial a distintas expresiones políticas existentes en aquellos tiempos.
A partir de tal reforma comienza un largo y sinuoso camino hacia la transición democrática. México pasó de contar con un partido hegemónico sometido a los caprichos y designios del titular del Ejecutivo en turno, a un modelo pluripartidista. A fin de otorgarle validez y un marco legal a distintos partidos que operaban en la clandestinidad -especialmente aquellos simpatizantes de la guerrilla y otros movimientos sociales de la década de los setenta- la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LOPPE) promulgada en diciembre de 1977, permitió no sólo que obtuvieran el registro, sino que también dichas organizaciones contaran con recursos a efecto de participar en los distintos procesos electorales.
La Loppe también contemplaba la figura del registro condicionado y la adición de un centenar de nuevos diputados que hoy conocemos como de representación proporcional. Puede decirse que fue hasta 1988 cuando el país vivió un proceso electoral donde se presentaron candidatos verdaderamente competitivos que articulaban el sentir ideológico tanto de izquierda, como de derecha y también de centro. Claro está, en 1988 la secretaría de Gobernación seguía siendo el árbitro electoral de las contiendas. El IFE vino después gracias a un esfuerzo institucional y ciudadano para que fuesen organismos independientes quienes se encargaran de organizar y calificar las elecciones. Para alcanzar una verdadera democracia, el Gobierno no podía ser juez y parte y fungir como árbitro electoral.
Por desgracia, el pluripartidismo rápidamente se pervirtió pues con base en meros cálculos de aritmética electoral, tanto el PRI como su presidente en turno entendieron que promover y financiar nuevos partidos satélite para así pulverizar y diluir los votos, representaba un negocio redondo.
De todos los partidos satélite que han existido en México producto de la simulación característica en la política, ninguno tan acomodaticio y oportunista como el Partido Verde Ecologista de México.
Hacia 1994 su fundador el empresario farmacéutico Jorge González Torres, se presentó como candidato a la Presidencia más queriendo afianzar sus negocios personales y alianzas con el poder que otra cosa. Desde entonces, el Verde vende caro su amor y sus votos desde el Legislativo. Carlos Salinas de Gortari, quien enfrentó una elección muy cuestionada en 1988, le dio al Verde todo el apoyo posible para contrarrestar a la oposición y hacerse de un nuevo aliado.
Muy pronto, el Verde comprendió que su misión era ponerse en venta y al servicio del poder en turno. En 2000, los votos ecologistas fueron decisivos para el triunfo de Vicente Fox. Hacia 2012, el Verde apostó por Peña Nieto pero 5 años después su primer gobernador, Manuel Velasco, operó electoral y financieramente para apoyar la campaña de López Obrador. Velasco y el Verde jugaron a dos bandas: formaron parte de la alianza que pretendía llevar a José Antonio Meade a la presidencia, pero también Velasco apuntaló el proyecto de Andrés Manuel López Obrador con una cantidad hasta ahora desconocida de recursos.
Valga recordar que los González Torres, propietarios del partido, representan importantes intereses en la industria farmacéutica. Como dato curioso David León Romero, el personaje que aparece en el video entregándole 2 millones de pesos a Pío López Obrador y que además es cercanísimo a Manuel Velasco, iba a ser por lo menos hasta la semana pasada, el encargado de presidir la empresa estatal de distribución de vacunas y equipos médicos del gobierno.
Curiosas coincidencias que se prestan a distintas suspicacias. Aunado al pluripartidismo que deriva en partidos que como el Verde se ponen al servicio del mejor postor y poca cosa aportan, el manejo de dinero en efectivo sin fiscalizar como norma en la política es algo que merece ser atendido si se pretende acabar con la corrupción. Aunque digan que se trata de aportaciones a la causa y que no es corrupción, dichos actos son violatorios del marco legal vigente y por supuesto que representan actos turbios que dejan mal parado a un proyecto que dícese ser impoluto. Casi todos nuestros representantes cojean del mismo pie aunque digan ser aves de distinto plumaje.
Twitter @patoloquasto
