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Los circos no bastan

JULIO FAESLER

Basta ya de engaños utilizados como perversas tramoyas que no tienen más objeto que arreglar el escenario nacional para instituir un régimen de corte autoritario.

El último episodio de este que se ha montado esta semana, es un circo que usa como plataforma de despegue los escandalosos abusos de los casos de Odebrecht y sus anexos de Etileno XXI y AgroNitrogenados. Estos casos sirven para remachar la omnipresencia de la corrupción como sello de marca de los regímenes pasados con el fin de destruir las estructuras políticas heredadas pero con ello, instalar el edificio de la 4T.

El patrón que se sigue no puede ser más claro. De no suceder algo inesperado, tiene todas las características de tener un total éxito.

Son sin duda justificadas las acusaciones de AMLO al sistema del capitalismo empresarial en que la Revolución de 1910 acabó estableciendo permanentemente y que se apoyó primero, en el desarrollo estabilizador, sostenido por la coalición de empresarios y políticos para luego confirmarse en los subsecuentes sexenios, hasta alcanzar su repugnante clímax en el gobierno de Peña Nieto, que remató como el sumum de la corrupción.

Si cualquier modelo económico y político tiene como finalidad alcanzar un desarrollo general justo y equilibrado, es obvio que la realidad actual muestra que los gobiernos mexicanos de los últimos años no han hecho más que dejar a las mayorías en condiciones lamentables en materia de salud, educación y justicia social.

Independientemente de cualquier esquema que se hubiera adoptado, la corrupción se adueñó de nuestra sociedad bloqueando toda posibilidad de avance y de desarrollo equitativo. Todo progreso tecnológico y financiero fue solamente aprovechado por el grupo selecto que por cualquiera razón llegó a ubicarse en condiciones de privilegio, dejando a un lado a las mayorías ansiosas de atención.

En esta fórmula no pueden exculparse a los herederos de la Revolución de 1910 que vieron en los subsecuentes cambios la posibilidad de arreglarse con los intereses del alto empresariado identificado en muchos casos con el extranjero en casos como la banca, automóviles, farmacéuticos y energía.

Lo anterior explica que el triunfo de AMLO fue por dos razones: martillar la conciencia popular sobre la penosa realidad nacional y las promesas de remediarla. El tema es familiar para muchos países. El esquema es conocido. Las injusticias prohijadas por los grupos privilegiados provocan la reacción popular en cuyos hombros se alza un nuevo programa que propone soluciones justas y promete los frutos de una utopía difícil de alcanzar.

La historia también nos presenta el nuevo episodio de desorden provocado por la transición y que obliga a imponer disciplinas para asegurar orden en el empeño, lo que implica establecer mecanismos que reprimen la libertad necesaria para la realización personal y triunfar. Una nueva corrupción aparece como accesorio de esas medidas. Nuevos actores ávidos de riqueza se instalan en la sociedad que no es sino campo de experimentación.

Pasan muchos años para restablecer el orden necesario que vuelva a aprovechar con eficacia el potencial de los recursos nacionales. Pero en el lapso transcurrido muchos recursos y hasta vidas habrán tenido que sacrificarse.

La película no termina aquí. La naturaleza humana no aprende del efecto de errores, miopías y egoísmos. Un nuevo ciclo se echa andar para repetir el ciclo.

Hay que entender que la corrupción no es más que uno de los varios vehículos de los que se valen los oportunistas para ganar poder, influencia y favorecer sus intereses y perpetuar su poder para desesperanza de las mayorías.

No hay más, la corrupción surge espontánea de la condición humana. Algunos países han aprendido a controlarla poniendo un dique, implementando medidas de castigos severos, destituciones y encarcelamientos, incautando las riquezas que mal habidas.

Los más recientes estudios buscan el reparto justo de las riquezas a través de medidas fiscales que enderezan las distorsiones e inequidades que de no corregirse detonan el nuevo ciclo que se repetirá cuantas veces los que gozan de privilegios caigan en las mismas irresponsabilidades antisociales.

Lo que estamos presenciando en estos momentos con los escándalos a altos niveles no es "pedagógico". Es acertado en su empeño por acabar con la corrupción, pero no debemos permitir que esta batalla sirva de pretexto para establecer sistemas autoritarios que la experiencia nos muestra su total incapacidad para producir el bienestar y la justicia que es la meta a la que todos aspiramos para nuestro país.

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Escrito en: Editorial Julio Faesler

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