El anciano padre prior les contó a los novicios del convento algunos de los milagros que había hecho San Virila.
Una mañana de invierno vio a un perrillo callejero que temblaba por el frío, e hizo que un rayito de sol lo calentara y fuera con él a donde iba.
En otra ocasión hizo que hablara un mudo y luego -milagro aún más grande- hizo que callara un ampuloso predicador.
Cierto día un incrédulo le pidió que detuviera el Sol.
-Eso es muy fácil -le dijo el frailecito-. Lo difícil sería detener a la Luna, que es femenina.
Preguntó uno de los novicios, sabedor de las cosas del mundo:
-¿Habría podido hacer que se detuviera la corrupción?
-Hijo mío -suspiró el padre prior-. San Virila hacía milagros, no imposibles.
¡Hasta mañana!...