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La de Estados Unidos vs. China no es cualquier confrontación

JORGE ÁLVAREZ FUENTES

Suma atención hay que prestar a la confrontación entre Estados y China. Creer que procede de las necedades de Trump, de su obcecación por recrear un enemigo externo para obtener réditos electorales, imposibilita comprender los antecedentes y oculta las razones y alcances de una nueva y desconcertante guerra fría 2.0, muy distinta de la anterior. Las impredecibles consecuencias de esta confrontación están afectando al mundo. Por ello, preocupa, y no únicamente a sus protagonistas. Para México y su Gobierno, entender perfectamente lo que está sucediendo es fundamental. Como han señalado diversos analistas, la confrontación va más allá de una guerra comercial y de una lucha por la supremacía tecnológica. Las primeras dos economías del mundo se ubican en polos geopolíticos distintos y han entrado en competencia por tener una mayor influencia, peso y poder en los asuntos mundiales. La confrontación ocurre, además, en los cinco continentes. En las últimas semanas la imposición de sanciones, amenazas, roces y choques han ido en ascenso, incluyendo el cierre de consulados, acusaciones y detenciones por espionaje, aún mayores restricciones de viajes. Es una pugna en diversos planos y dimensiones, con la pandemia como trasfondo, la cual ha venido a suspender abruptamente la actividad económica en el mundo y los negocios. En 2001, con el ingreso de China a la Organización Mundial de Comercio, se registró un avance fundamental del régimen multilateral de comercio. La OMC se tornó, efectivamente, en una organización global. Y en 20 años, gracias al boom de sus exportaciones basadas en una extraordinaria movilización de su fuerza de trabajo y de capitales, China se consolidó como la segunda economía en el mundo.

El Gobierno estadounidense llevaba 10 años, desde Obama, reconfigurando y recalibrando sus relaciones con China. Pero la llegada de Trump a la Casa Blanca dio al traste y Washington se ha empecinado ahora en sabotear a la OMC, al no haber conseguido, falazmente, frenar el ascenso de China. Misma actuación ha seguido EUA con la Organización Mundial de la Salud, en medio de la pandemia. Estados Unidos registra el creciente rol de China en el mundo como un conjunto de amenazas. Ello sucede cuando su papel hegemónico va en franco retroceso. El dominio unipolar de EUA fue quizás una de las razones que permitió el ascenso de China, en un sistema económico y de seguridad internacional concebido en forma desarticulada por los estadounidenses. China dejó de ser un jugador fundamental para tornarse un rival, del mismo modo que Rusia, se volvió un serio contendiente, a pesar de sus notorias limitaciones económicas, lo que no ha sido óbice para acrecentar su importancia militar y relevancia geopolítica. Para las elites conservadoras estadounidenses ha ocurrido un indeseable y frustrante desbalance geopolítico, no previsto. El liderazgo chino reitera con hechos su visión de Made in China 2025 y proyecta, sin titubeos, una política de defensa a escala global, mientras Trump parlotea de America First y el Pentágono debió apresurarse a reconceptualizar los fundamentos económicos de la seguridad nacional. Quizás, después de las elecciones de noviembre, con el triunfo de Biden y los demócratas, las tensiones internacionales que giran en torno a Estados Unidos, empezando por China, podrían ser el mejor estimulo y la razón más eficaz para emprender una profunda transformación económica interna que le dé nuevo sustento al rol indispensable de nación líder en el mundo pospandemia.

No creo en la explicación retórica de que están confrontados una democracia y un régimen autoritario. Las finanzas y la producción industrial de EUA y China están profundamente interconectadas. Resulta imposible desacoplar las cadenas de suministro que tienen una dimensión global. Apenas en enero pasado, ambos Gobiernos habían acordado poner fin a sus desacuerdos y resolver, en una primera fase, su guerra comercial. Seis meses después, las tensiones, la rivalidad y la desconfianza mutua han escalado. Ambos compiten, también, en el campo armamentista, tanto nuclear como convencional y naval, y mantienen diferencias por el asedio sobre la autonomía de Hong Kong y respecto la creciente beligerancia de Beijing en el mar del sur de China. El llamado Diálogo de Seguridad Cuadrilateral que vincula informalmente las políticas de defensa de EUA, Japón, India y Australia provoca un hondo recelo. Persisten factores de irritación constante: el bloqueo estadounidense a Huawei, que exige a países aliados, empezando por los europeos, el rechazo de la empresa china que está a la vanguardia en el desarrollo de la red 5G, aun cuando existe una innegable interdependencia tecnológica; o la persistente política de protección estadounidense de la llamada República de China. Ambos Gobiernos utilizan narrativas nacionalistas con discursos populistas recalcitrantes. Del lado del Atlántico existe una profunda desconfianza respecto de China. La Unión Europea tiene el temor fundado de terminar atrapada en la pugna. Asimismo, la imposición de aranceles y sanciones a China ha golpeado duramente a las empresas y los consumidores estadounidenses, habiendo provocado un incremento en los costos y precios, y una menor capitalización de las empresas. EUA busca que muchas empresas globales muevan sus operaciones fuera de China y regresen a EUA, prohibiendo inversiones estadounidenses en activos chinos. Pero la interrelación es intrincadamente compleja. Basta solo recordar que China es el segundo tenedor de deuda de EUA, solamente después de Japón. China actúa hoy de manera asertiva, ejerciendo pragmáticamente su poder multidimensional, mientras Estados Unidos debe reconfigurar apresuradamente las premisas fundamentales del tablero geopolítico de los últimos 30 años.

@JAlvarezFuentes

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Escrito en: Editorial Jorge Álvarez Fuentes

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