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Tragedia y trivialización

Urbe y orbe

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

México vive una tragedia cotidiana desde hace años. Tal vez sea más preciso decir que este país sufre un conjunto de tragedias producto de lo que como Estado hemos dejado de hacer. Esas tragedias tienen que ver con las muertes, evitables y prematuras, de cientos de miles de mexicanos y mexicanas. Bajo la estadística, atroz por sí misma, está la realidad de miles de familias que han sido mutiladas en un proceso gradual pero constante de descomposición del espacio social y de desgaste de las instituciones públicas.

La muerte, que en la cultura mexicana posee un trasfondo sagrado y festivo, se ha convertido en las últimas dos décadas en la realidad cotidiana de la República. Acumulamos muertos, que no deberían serlo, en hospitales, morgues y fosas, como se acumulan las lágrimas en los ojos de los deudos en su mayoría invisibilizados. Pero detrás de esas cifras hay historias, rostros, vidas perdidas, sufrimiento, heridas abiertas de quienes no encuentran explicación ni consuelo por la ausencia de los suyos en medio de una evidente trivialización de la tragedia. Porque, hay que decirlo, la tragedia en este país se ha trivializado al grado de que es posible encontrar de manera más común de lo que creemos expresiones como "lo o la mataron porque se metió en donde no debía", "andaba en malos pasos o con la persona equivocada", "no hizo caso a las recomendaciones", "fue su culpa". O escuchar voces de partidarios del oficialismo o de la oposición defendiendo lo indefendible o justificando lo injustificable. Pero más allá de las críticas merecidas o inmerecidas que se puedan hacer a los Gobiernos de los distintos órdenes y partidos, es momento de detenernos, parar la sinrazón y mezquindad, y reflexionar sobre el daño que nos está haciendo como sociedad esa trivialización de la muerte que está ocultando una de las principales causas de nuestra incapacidad como país: la falla y debilidad de las instituciones.

Es imposible no ver en el manoseo político electoral de la tragedia uno de los factores de dicha trivialización. Observemos el panorama de los últimos tres sexenios, incluyendo el actual, y démonos cuenta de lo absurdo del proceder de la llamada clase política en general. Cuando estuvo Calderón y comenzó este baño de sangre, los priistas y obradoristas aprovecharon la situación para intentar ganar votos culpando al entonces presidente de todo lo ocurrido, mientras los panistas lo defendían. Cuando llegó Peña Nieto, montado en el oportunismo del descontento social por la mala gestión del calderonato en seguridad, el problema no solo no se resolvió, sino que se agravó, y los panistas y obradoristas se lanzaron contra el Gobierno peñista, mientras los priistas lo justificaban. El hastío por la violencia y la corrupción llevaron a López Obrador por fin a la presidencia y, nuevamente, en vez de que la violencia se frene, va en aumento, lo cual es usado por priistas y panistas para atacar al Gobierno actual, mientras los partidarios de AMLO asumen la misma posición oficialista que asumieron los defensores de Calderón y Peña Nieto en su momento. Los tres grupos políticos principales de este país han fallado a la hora de fortalecer las instituciones y librar a la República del gran cáncer en el que se ha convertido la delincuencia organizada. Porque, aunque a algunos no quieran verlo, el hampa y no el Estado es quien controla amplios territorios en las entidades federativas y no pocas zonas de las ciudades. Y, con todo y militarización de la seguridad pública -o tal vez precisamente por eso-, el baño de sangre continúa: según cifras oficiales, entre enero de 2007 y junio de 2020 cerca de 330,000 personas fueron asesinadas en México, de las cuales alrededor de 53,000 corresponden al sexenio en curso. Sobre la base de esta última cifra, en el país cada día son asesinadas en promedio 93 personas, de las cuales 10 son mujeres, lo que refleja que la violencia de género también es un grave problema que no se ha logrado frenar. Mención aparte merecen los 72,000 desaparecidos reportados en los últimos tres sexenios.

Y en medio de esta realidad brutal, nos golpea la pandemia de COVID-19. Y en ella también contamos muertos, alrededor de 44,000 desde que se registró el primer caso oficial en México, hoy hace precisamente cinco meses. Estamos hablando de un promedio de 293 defunciones al día, tres veces más que las causadas por la violencia. Aun así, no son pocos los que minimizan la gravedad de la pandemia o se atreven a defender la gestión del Gobierno federal, máximo responsable de la salud pública del país, incurriendo en argumentos que van desde lo absurdo hasta lo mezquino. Pero la realidad es que México ocupa hoy la dolorosa cuarta posición en número de muertes por COVID-19, incluso por encima de países que tienen más casos confirmados de contagios (India, Rusia y Sudáfrica) y/o mayor número de habitantes (China, India, Rusia, Pakistán y Bangladesh). Más allá de los números y las comparaciones (siempre odiosas para el poder en turno), lo central es que, al igual que la tragedia de la violencia, se trata de vidas humanas, historias de personas y familias mutiladas. Resulta desesperanzador ver cómo los mismos planteamientos usados para minimizar y trivializar las consecuencias de la inseguridad y la mala gestión de los Gobiernos -de todos los ámbitos y partidos, insisto-, son utilizados ahora para minimizar y trivializar los efectos de la pandemia y el mal manejo de la misma por parte del Gobierno. Planteamientos, o mejor dicho despropósitos, que van desde el señalamiento de la exclusiva responsabilidad individual o familiar, hasta la frase insensible e irresponsable de "mueren más personas de otros padecimientos". Contra este último absurdo baste decir que el COVID-19 supera ya en más de 15,000 casos el total de muertes provocadas por influenza y neumonía en todo 2018 (última cifra oficial disponible), y que ya es una de las cuatro principales causas de muerte en México, solo por debajo de las cardiopatías, la diabetes y los tumores malignos. La trivialización no solo está impidiéndonos ver la dimensión de estas tragedias, sino que también nos está obnubilando para encontrar soluciones efectivas, y sanar y procesar como comunidad las profundas heridas que el desgaste emocional y la pérdida humana están dejando en cada uno de nosotros y nuestras familias.

Twitter: @Artgonzaga

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