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PEQUEÑAS ESPECIES

EL VETERINARIO DE MIS HIJOS

M.V.Z. FRANCISCO NÚÑEZ GONZÁLEZ

Me atreví a usurpar las funciones de la medicina humana con todo el respeto que me merece esa profesión, solo en casos de emergencia, exclusivamente con la familia y sin cobro alguno claro está.

Con mis cuatro hijos me convertí experto en inyectarlos, siendo pequeñines cuando enfermaban, sobre todo en invierno y a media noche, ardían en calentura, la tos era intensa y no veía respuesta a los medicamentos orales que había recetado el pediatra, fue entonces que decidí inyectarlos, una hermana médico cirujano me hizo una amplia explicación de cómo hacerlo, pero notaba que el pánico de ellos era la jeringa, el llanto de mis hijos me ponía nervioso, así que se me ocurrió la técnica que utilizaba al inyectar a mis pacientes, sobre todo los equinos que son más sensibles que nosotros en lo que respecta a la piel, antes de inyectarlos le daba ligeras palmadas en la tabla del cuello, después pellizcaba la zona para insensibilizarla momentáneamente, aplicaba alcohol y luego sin que me observara introducía la enorme aguja con un movimiento firme y rápido que no se enteraba el animal de quinientos kilogramos que lo había "picado". Lo mismo hice con mis hijos, y en la mayoría de las ocasiones ya había aplicado la inyección en su glúteo cuando todavía sollozando esperaban el pinchazo de la aguja y les decía, ¡ya te inyecté! sonreían en vez de llorar. Y así me gané la fama de tener "buena mano" y cuando alguien de la familia requería de una inyección, preferían que yo la aplicara en lugar de mi hermana o mi padre que eran médicos, pues se quejaban de ser muy dolorosas sus inyecciones. La primera de mis hijas Carolina, desde que nació visitaba al pediatra cada mes por cualquier problema que encontrábamos en su salud, éramos un matrimonio joven sin ninguna experiencia en las enfermedades de los niños, después llegó Alejandra y se hicieron más esporádicas las visitas al doctor, empecé administrar medicamentos para problemas sencillos y frecuentes que ya conocía, después llegó Paco, solamente veía al médico cuando necesitaba de alguna sutura en la cabeza, era extremadamente inquieto, a sus cuatro años ya era un paciente muy conocido en las emergencias del hospital, por último vino Sofía, la más pequeña, casi no conoció los doctores, era tal mi experiencia que con ella hasta me atreví en una emergencia a extraerle un vidrio de la planta del pie, le apliqué anestesia local y le suturé la herida. En una ocasión estábamos de vacaciones en Mazatlán, mis hijos eran pequeños y Paco presentó en la madrugada un dolor intenso abdominal, afortunadamente siempre llevo un botiquín y le inyecté analgésicos y antiespasmódicos, pasaron unos minutos y no mostró mejoría, lo llevé al hospital temiendo una apendicitis, los doctores descartaron esa enfermedad, le iban a inyectar algunos medicamentos y les recordé lo que había aplicado y se contuvieron, pues era lo mismo que había inyectado, después de unos minutos desapareció la molestia, resultó un simple dolor estomacal. También en Mazatlán después de comer un suculento pescado frito, Sofía se quejó de que le picaba algo en la garganta, le dije que una espina era algo muy delicado y doloroso, se quedó callada pero no dejaba de llevarse las manos al cuello y en el camino continuó quejándose, le decía que probablemente era la garganta irritada, solo una sensación, al llegar al hotel seguía insistiendo en su molestia, hasta que la revisé cuidadosamente con una lámpara y efectivamente tenía una pequeña espina de pescado incrustada en la úvula (campanilla), afortunadamente llevaba en mi botiquín pinzas hemostáticas y extraje la espina, su tratamiento fue; Helado de limón y dos horas en la playa… Presentó mejoría de inmediato.

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