Columnas Social

CONTRALUZ

MARÍA DEL CARMEN MAQUEO GARZA

REGLAS CLARAS, ACCIÓN CONJUNTA

La pandemia se ha instalado sobre el territorio nacional como esas pesadas nubes plomizas de tormenta, a las que ningún viento parece mover. Nos hallamos en una danza de cifras, reajuste de estas, reglas cambiantes, medidas contradictorias… Lo único real es que, pese a que cambie el color del semáforo, seguimos en gran riesgo, y más vale que así lo creamos.

En nuestro país una serie de elementos culturales han venido a complicar más las cosas. Aquí enumero algunos de ellos:

No deja de influir el pensamiento mágico, ése que dice que, aunque me encuentre en zonas de alto riesgo, no me contagiaré. Ya sea por invocación a la Virgen de Guadalupe, a la Santa Muerte, San Judas Tadeo o un mantra sagrado. Ya sea porque atiendo a la recomendación presidencial y me cuelgo un escapulario, o porque considere que mi naturaleza me hace inmune contra cualquier mal.

En lo que alguna vez fue Tenochtitlan desciende de los cielos cada 6 años un Tlatoani totipotencial. Lo hemos visto a lo largo de nuestra historia, desde épocas virreinales. Que el Tlatoani en turno no atienda las medidas de protección personal contra el coronavirus, envía un poderoso mensaje a sus fieles: Si nuestro dios no usa cubrebocas ni guarda la sana distancia, es porque no se necesita. Al presidente López Obrador le falta tomar conciencia de la responsabilidad que tiene frente al pueblo bueno y sabio, por el que se manifiesta tan preocupado.

Otro elemento que influye en los anteriores es la escasa cultura médica. Muchos creen que el virus no existe, razón por la que no asumen las medidas de prevención. Es por ello que se infectan y van a dar al hospital. Ahí llegan exigiendo a la ciencia milagros; si éstos no suceden y el paciente se agrava o muere, buscarán hacer responsable al personal sanitario por el desenlace lógico de su conducta previa.

Hay un elemento más, al cual quiero hacer referencia en esta columna y se llama "falta de coordinación". Ahí les va la historia: Hace unos cuantos días un familiar abordó una unidad de transporte foráneo que le llevaría de Piedras Negras a Monterrey, en un viaje de aproximadamente 6 horas. El autobús que abordó mi familiar iba ocupado al 100% y para acceder al mismo no hubo filtro alguno: Ni toma de temperatura, ni gel antibacterial, como tampoco se exigió el uso de cubrebocas a quienes abordaban. En ese horario de medianoche viajan pacientes oncológicos del Sector Salud que van a quimioterapia o radioterapia, lo sé bien como médico y porque alguna vez yo fui una de tales pacientes. En esta unidad detecté al menos dos pasajeros con dicho perfil, por cierto, una de ellas con arcadas frecuentes. En el asiento posterior al de mi familiar iba un individuo con el cubrebocas de adorno, de color muy vistoso, pero debajo de la barbilla. Dudo mucho que lo haya acomodado como debe de ser una vez que tomaron carretera. Otros dos camiones iban llenándose en condiciones sanitarias similares. Paradójicamente, dentro de la central camionera sí hay gel y marcas en el piso, para guardar la sana distancia. La pregunta lógica es: ¿Por qué en el inmueble sí y en las unidades no?

Estas inconsistencias tan evidentes como nocivas se suman al resto de elementos de la fórmula, para obtener como resultado el panorama que estamos viendo: Una curva que no cede (en la realidad, no de palabra), tasas de contagio y letalidad muy elevadas, y cada día más cerca de convertirnos en el puntero mundial de mortalidad por COVID-19.

¿Dónde está la regulación sanitaria para unidades de transporte de pasajeros? ¿Quién es responsable de que se cumpla como debe de cumplirse? Es muy doloroso suponer que se maneja a los enfermos de COVID-19 como números fríos en una gráfica, y no como seres humanos que sufren, que tienen familia, que albergan esperanzas, y que cuentan con todo el derecho de ver garantizada su seguridad. ¿Cómo es que en tiendas, salas de cine o restaurantes sí hay asignación de asientos, mientras dentro de un camión, donde (además) viajan enfermos inmunodeprimidos, no existe evidencia de regulación?

México se merece algo más que un gobierno manejado por inspiración, sin una verdadera sistematización en sus procedimientos. Nosotros, como ciudadanos, estamos en obligación de cumplir con las reglas que nos corresponden, para que esto funcione. No compete a nosotros, los gobernados, ejercer las funciones de los gobernantes, a quienes pagamos con nuestros impuestos por hacer su trabajo. Ciertamente, sí podemos ejercer presión social frente a quien no acata las reglas. Como dice el dicho, para que haya caldo de conejo, primero necesitamos el conejo. Si las reglas no son claras, se vigilan y se hallan a la vista del público, no hay manera alguna de reclamar su cumplimiento.

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