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Seguir padeciendo

No hagas cosas buenas...

ENRIQUE IRAZOQUI

El panorama quizá haya pasado de la incertidumbre al desánimo pleno. Cuando en marzo se decretó la jornada nacional de la Sana Distancia y que precipitó el parón en casi toda la actividad económica del país, las primeras reacciones se centraban por un lado en el daño que el COVID y su pandemia producirían en todo el aparato productivo y la destrucción de capital en gran cuantía para algunos, y por el otro, y más grave, en la pérdida de millares de empleos que a la postre se produciría con las consecuencias que esto traería.

Por desgracia el pronóstico del desempleo se ha cumplido con creces y la cuenta de personas que se han quedado sin trabajo asciende ya a la cifra de dos millones de ciudadanos. Si los individuos que perdieron su fuente laboral son cabezas de familia, quiere decir que alrededor del 5 % de todos los hogares del país están en medio ya de la zozobra de que se ha perdido el sustento. Y esto solo si se habla del empleo formal, pero si el cálculo se extiende al plano informal, que es más incluso que la economía documentada, multiplica al doble el problema. Son aproximadamente 4 millones de hogares sin empleo en un universo de alrededor de 37 millones que existen en México (el cálculo se obtiene del Censo Nacional de Vivienda ejecutado por el Inegi en 2015 y aplicándole la tasa de crecimiento de 14 %, que fue la que se produjo entre el 2010 y el propio 2015), lo que quiere decir que más de un mexicano entre diez no tiene en este momento trabajo, no tiene de dónde obtener recursos para que su familia tenga sustento. De ese tamaño es el problema en cuanto a lo económico. Y esto no es lo peor.

El punto principal de todo ser humano primariamente es la salud, y allí la cosa está cada vez peor. Es fácil recordar cuando el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, informaba la cantidad de contagios reportados y estos rondaban los mil quinientos. La esperanza en ese entonces era que se llegara al achatamiento de la curva para que en primera la diezmada capacidad hospitalaria pública nacional no se viera saturada por una avalancha de contagios masivos que colapsaran la red de nosocomios, y lo peor: que se presentaran muertes por COVID simple y sencillamente porque el Estado no pudiera siquiera darle una cama de atención médica.

Cierto es que aparentemente se ha logrado evitar que se agote la disponibilidad de camas para atención médica. Las autoridades federales reportan que la ocupación promedio ha rondado el 50 % y que las camas con disponibilidad de respirador artificial para el caso de que el paciente requiriese de un proceso de intubación presentan una disponibilidad al día de ayer del 62 %.

El problema es que a estas alturas sería hasta ingenuo creer en los datos que se presentan en la conferencia de prensa de las 7 de la tarde todos los días. Los medios cada vez documentan más historias donde pacientes con graves síntomas de COVID son rechazados u obligados a realizar inhumanas esperas en las afueras de los nosocomios para ser atendidos.

Más que nunca la gente que tiene que acudir a solicitar un servicio médico al sector público se encuentra con tratos abusivos si no es que crueles del personal de los hospitales, ante la carencia de recursos para atender la emergencia que ha traído el coronavirus.

Así pues, si en un principio la expectativa es que la pandemia durara en su etapa más grave doce semanas, que comprendían del 12 de marzo al 9 de junio, hoy, a 17 de julio, nadie puede prever en este país cuándo se podrá volver a una nueva realidad, como ya ocurre por ejemplo en Italia o España, que la sufrieron duro, pero que con medidas sí de prevención están recuperando una vida poco más regular.

No así en México, que vio pasar la primera semana de junio y nada, la cosa de los infectados está peor y ya vamos en la semana 17. Para continuar en ese mal ambiente, los gobernadores de Coahuila y Durango han descartado el regreso regular a clases en agosto, lo que prolongará la estancia de niños y jóvenes en casa, impidiendo el necesario roce social, académico y deportivo que se debe vivir en las escuelas.

¿Qué hacer entonces? Aguantar y prevenirse. Usar cubrebocas, lavarse bien y seguidamente las manos y evitar aglomeraciones. No hay de otra. Y en lo económico, ser creativo para sobrevivir a esta tragedia.

Ojalá pronto llegue la vacuna o la cura, pero, por lo pronto, a seguir padeciendo.

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