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La virulencia política

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RENÉ DELGADO

El virus ya contagió a la política y su devastador efecto ha llevado al presidente de la República a romper el confinamiento sin usar tapabocas ni gel desinfectante alguno. Como quien dice, lo obligó a salir a la brava de Palacio, echando bronca a quien se deje, con tal de no hablar de la crisis que lo reconcome.

No es para menos. A más de un año de su gestión no había conseguido dar marco jurídico a su proyecto ni diseñar, coordinar e instrumentar bien varias de sus políticas y programas, como tampoco doblegar las resistencias. En contraste, agotó el repertorio de acciones más emblemáticas que sustantivas. Y, en el colmo de la adversidad, ahora el bicho amenaza con echar abajo todo.

Como todos los infectados, el Ejecutivo requiere de oxígeno y ese respirador no está al alcance de la mano, sino en las elecciones del año entrante. Si conserva la mayoría parlamentaria y acrecienta su fuerza conquistando nuevas posiciones podrá jugar el segundo tiempo de su sexenio. Si no, sólo le restará administrar el desastre que enmarcará su fracaso o, peor aún, ser devorado por su propia criatura: la revocación del mandato. (Claro, siempre y cuando, la oposición salga del marasmo de su propio enredo, deje de bailar al ritmo del son presidencial y canalice el malestar antilopezobradorista).

Ahí se explica por qué el mandatario prefiere hablar del año entrante y no de éste; del pasado y el futuro, pero no del presente. Y, ahí, también se entiende por qué abre tantos frentes y emprende o anima pleitos en apariencia innecesarios. El punto es no encarar la circunstancia que lo asfixia.

De no hacer eso, se vería obligado a hablar de enfermos, muertos, desempleados, pobres, secuestrados y ejecutados. Un discurso digno de ser acompañado con música de réquiem.

***

Si aun antes de la epidemia, la administración patinaba sobre los ejes de su propuesta original -abatir desigualdad, impunidad e inseguridad- por el mal diseño e instrumentación de la estrategia, la pésima y simplona explicación de ella, así como por las zancadillas puestas, ahora el virus vulnera la posibilidad de dominar la administración, anclar los ajustes hechos y pasar a la conquista del gobierno.

Así como el mandatario confundió elección con revolución, velocidad con prisa, inteligencia con fuerza, escritorio con atril, paso firme con trajinar, bisturí con machete, comunicación con información, voluntad con realidad, revocación con ratificación y cadencia con arritmia, ahora, no sabe cómo domar la epidemia ni reajustar a la baja su plan. Llegó a creer, incluso, que el virus le venía como anillo al dedo para afianzar la transformación pretendida y, por la vía de la necesidad urgente, asegurarla, dándole mejor cauce, sobre la base de acelerarla y radicalizarla. No fue, ni es así.

Queriendo apretar el paso, el Ejecutivo trastabilla.

***

A la vuelta de los cien días del inicio de la epidemia, el mandatario tiene clara una cuestión: llegará con malos resultados a los comicios del año entrante y, por lo mismo, le urge anticipar y polarizar el juego electoral. Conservar y ampliar su base social, denunciando un complot que, en la narrativa presidencial, es un atentado contra el pueblo e instando a formar filas en uno u otro bando, sin andarse con medias tintas. De ahí, la estigmatización del adversario como golpista, conservador, politiquero, corrupto con disfraz demócrata... Requiere asegurar y amarrar cuanto voto pueda desde ahora.

La semana que hoy concluye fue elocuente de la compleja circunstancia que el país afronta y el mandatario sufre. La epidemia no cede, la crisis económica cobra cuerpo, el secuestro de un general de brigada y la ejecución de un juez de distrito exhiben la impunidad criminal; los abusos policiales evidencian la ausencia de una política al respecto y el peligro de un estallido social; la pérdida de atractivo del país para los inversionistas ahonda el problema; la pobreza hace estragos y ofrece un ejército de reserva al crimen y, como extra, el pleito al interior de Morena, así como la renuncia de tres colaboradoras en solo un día, hablan de una crisis al interior de la administración y su partido.

Mejor precipitar el concurso electoral e ir por el oxígeno para intentar, pese a la adversidad y en el segundo tiempo, la pretendida transformación nacional.

***

A favor de la idea de huir hacia adelante, el Presidente cuenta increíblemente con un aliado insospechado: la oposición panista y perredista, acompañada de la ausencia priista.

Esa oposición es, pese a la queja oficial, una fortuna. Sin querer, el panismo y el perredismo hacen lo que el mandatario les pide sin decirlo. Si aquel precipita el juego electoral, aquellos saltan de gusto y respingan e, incluso, abren sus cartas con enorme inocencia. Se enganchan con cuanto asunto el Ejecutivo los provoca y, resistiéndolo, lo apoyan.

Si el mandatario denuncia sin pruebas la constitución de un bloque opositor, Marko Cortés lo formaliza hasta que, con elegancia, Movimiento Ciudadano le pone un tapabocas. Y, a su vez, el perredismo corre a quejarse al instituto electoral del uso propagandístico de la conferencia matutina presidencial, regalándole un bombón a quien le quieren agriar la vida.

Esa feroz oposición es un minino, come cuanta croqueta le da el Ejecutivo y maúlla de gusto.

***

A año y medio de haber iniciado la gestión y a uno de someterse a la prueba de las urnas, el Ejecutivo se divierte desde el poder y divierte a la oposición, habla del pasado y el futuro eludiendo el presente, precipita la elección y ensaya, así, replantear su proyecto en la segunda mitad del sexenio.

Hoy, por lo pronto, la virulencia política cobra fuerza y no hay tratamiento seguro ni vacuna.

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