La humanidad está en apuros. Llegó una pandemia, desconocida y más grave que las anteriores, -para la que, por increíble que parezca, no estábamos preparados-, en medio de una prolongada crisis global, -que algunos líderes quisieron hacernos creer que sería una fase más de las recurrentes crisis y oportunidades de entre siglos- y, en unas cuantas semanas, el curso de la actividad humana en el planeta y la vida cotidiana de miles de millones de personas debió paralizarse. El mundo se enfermó. La angustia del presente y el temor por el futuro se instalaron entre nosotros. Pero el globo terráqueo sigue y seguirá su curso. En efecto, "el mundo", ese espacio construido cada uno y por todos, a lo largo del tiempo, ya no es el mismo, ni lo será. En un vuelco inesperado de la historia, a los más de 8 mil millones de seres humanos nos apremia, en el desconcierto, encontrar salidas verdaderas. Nos asaltan múltiples interrogantes, nos preocupan innumerables y graves situaciones de conflicto, la devastación económica, la erosión laboral, el declive moral, la proliferación y regresión de la pobreza, mientras los intentos de respuesta, de encontrar soluciones mediante políticas ortodoxas o contra cíclicas, parecen insuficientes disolviéndose rápidamente con el proseguir de las semanas. ¿Cómo superar el profundo malestar de nuestro tiempo? ¿De qué manera y en qué condiciones saldremos unos y otros, las masas y las elites, quienes están obligados a luchar para sobrevivir y quienes tienen posibilidades de vivir y aprovechar las oportunidades que ofrece esta crisis sanitaria, económica y política de alcances globales? El mundo cosificado, ajeno, separado de la voluntad y la acción colectiva, atrapado en una globalización que se reafirmaba imperturbable, parece haber llegado al límite. ¿Será acaso este el inicio de la desglobalización? Yo sigo pensando junto con otros que otro mundo es posible. Que en el otoño de la vida, tendré la posibilidad, quizás, de contribuir a vislumbrar y edificar, de nueva cuenta, otra trayectoria para la vida humana en la tierra, aun cuando sea en una micronésima parte.
¿Qué no desde los 70s habíamos comenzado a discutir y tratar de entender que el crecimiento tenía límites, que debíamos actuar en consecuencia? ¿Que no, desde entonces, creímos confiados que podríamos despejar la ecuación relativa al aumento de la población y la dimensión finita de los recursos naturales? De cara a los extraordinarios desarrollos tecnológicos, retrocesos de crecimiento y avances de conocimiento ocurridos en las décadas previas a este naufragio ¿por qué nos sorprende, ahora, y nos resulta tan difícil explicar la quiebra de la economía, la zozobra de la sociedad, de la naturaleza, de la cultura? Ante este cúmulo de inesperadas interrogantes es momento de formular algunas convicciones existenciales para tratar de dar un sentido de dirección hacia donde debiera dirigirse la familia humana. Como en otros momentos fundacionales, auténticos parteaguas en la marcha de la humanidad, la pregunta obligada que atisbamos es ¿qué hacer? ¿ahora, hacia dónde? Corresponde a los jóvenes, las mujeres, los revolucionarios, los inconformes, los científicos, los indígenas, los migrantes, los filántropos y los pensadores intentar responder. Estoy convencido que fracasarán los políticos mentirosos, los líderes inescrupulosos, los publicistas sin ética, los falsos gurús de la comunicación, quienes, en su inmensa mayoría, han fallado estrepitosamente en la conducción y ejercicio del poder público, habiendo traicionado el mandato de gobernar depositado en ellos, o incumplido las responsabilidades de servir con la verdad al bien común, en favor de los demás.
Frente a los funestos panoramas que atestiguamos desde marzo, estamos obligados cada uno de nosotros a dar cauce a la inteligencia, a la innovación, al pensamiento crítico y a la solidaridad, para adentrarnos en forma acelerada, sin que se nuble el camino, en los resquicios de una visión idealista y constructiva para salir de esta encrucijada. En mi opinión y experiencia, habrá que convocar juntos a una larga marcha hasta conseguir la paz universal, no obstante los obstáculos de la violencia, el racismo, la inequidad y el desorden criminal y las notorias insuficiencias institucionales; recorrer un camino sin demora ni claudicaciones para asegurar la sustentabilidad planetaria, hasta mitigar y revertir la emergencia climática; emprender un retorno decisivo a las localidades hasta conseguir gradual, solidaria y creativamente una transformación auténtica de la interdependencia global; ir de una vez por todas, los habitantes de las ciudades, valles y montañas, hasta los litorales, para salvar la diversidad biológica en la tierra y los océanos, y, al final, hacer todos un compromiso personal y colectivo para en educar y reeducar para la vida a la humanidad entera, en forma incluyente permanente y creativa. ¿Cómo tornar estas convicciones en acciones?
Empecemos por cambiar la gobernanza global mediante la eficaz y pronta refundación de la ONU, los organismos y foros internacionales, hasta conseguir otra organización mundial eficiente, transparente y democrática. Instaurar de nuevo, paralelamente, pero de distinta manera, la cooperación internacional, la resolución de los conflictos y la obligatoriedad del derecho internacional, baluartes irrenunciables de la convivencia entre pueblos y naciones. Sólo así podremos los ciudadanos del mundo conseguir que queden proscritas las amenazas, las sanciones, las decisiones unilaterales y autoritarias, acabar con el chovinismo que amenazan la paz y la seguridad internacionales. Si hemos de edificar otro régimen multilateral de seguridad, de desarrollo y de comercio, urge lograr, por lo pronto, que la producción y distribución de la vacuna contra el COVID -19 sea equitativa.
@JAlvarezFuentes
