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El profundo malestar de nuestro tiempo (I)

JORGE ALVAREZ FUENTES

Los días, semanas y los meses de la pandemia transcurren lentos, inciertos y agitados. El devenir del tiempo, el vértigo de la globalización se ha tornado ominoso, amorfo, inasible. Se contarán por decenas de miles y millones los seres humanos, que sin deberla ni temerla, se habrán contagiado o habrán fenecido víctimas del nuevo virus. O bien aquellos que están siendo arrasados por un quebranto económico global sin precedente, a merced del extravío y la rivalidad en las relaciones de poder. ¿Por qué resulta tan difícil comprender lo está pasando en el mundo? ¿Cómo es que llegamos hasta aquí, a un mundo tan incierto, enfermo, falaz y peligroso? Muchos preferirán desconocer o ignorar que la humanidad ya venía siendo vapuleada, a bordo de una nave agobiada por otras crisis previas, habiendo claras y audibles señales de alarma sobre la gobernabilidad y sustentabilidad de la embarcación. Como si de pronto, nos encontráramos perdidos, inmersos en un extraño estado de ánimo marcado por una profunda incredulidad. Como si en medio de las marejadas y el pasmo, repentinamente, hubiéramos sido lanzados como actores de reparto en un pésimo rodaje de un film de masas, cuyo guión y producción nos son ajenos; como si súbitamente nos encontráramos, atrapados sin remedio en una sala de cine a la que creíamos tener la certeza de no haber entrado, evitando formar parte de una película funesta. Para los mayores, no sabemos bien a bien, porque nos ha vuelto a tocar vivir esta otra crisis, pasajera permanente de viaje que anuncia en forma recurrente las sacudidas del tiempo histórico, según mis recuerdos, desde los años cincuenta.

Como quien sufre de una pesadilla, nos sentimos atrapados, expuestos, atemorizados ante unas perspectivas desconocidas. Nos encontramos confundidos y alarmados, conectados como estamos con las múltiples dimensiones visibles del mundo; híper comunicados desde el encierro que nos aísla y separa de los enfermos y los muertos, mientras otros son obligados a dar la dura batalla diaria en las calles para preservar vidas. Nos inquieta lo que escuchamos, los mensajes recibidos, intentando saber a tientas lo que ocurre. Nos preguntamos cómo vamos a transitar y a salir avante en medio del profundo malestar de nuestro tiempo, sin poder advertir con claridad, ni de cerca ni de lejos, el presente y el futuro, sin entender cómo ha venido a ocurrir este naufragio, inesperado parteaguas del siglo XXI.

Es como si la huidiza sensación de realidad de un mundo, de tiempo atrás surcado de problemas, nos hubiera jugado la peor de las partidas, hasta provocar un auténtico engaño colectivo, con tan mal fario. Estamos viviendo un extraño estado de ánimo colectivo, el sentir de una época distorsionada, que quizás pudiera parecerse a la que debieron experimentar nuestros abuelos con la primera guerra mundial y la gripe española, desgracias que trajeron otros tiempos, extraordinarios y alocados. Ahora, para todos, este es el peor y el mejor de los mundos posibles, por partida doble.

Si no, cómo explicarnos que la propagación de la epidemia haya frenado la locomotora y los vagones de la economía mundial, en tan sólo seis meses, tornándose un descalabro global, impactando el bienestar de miles de millones de habitantes del planeta tierra. No se trata ahora de un nuevo desarreglo financiero, de una desaceleración cíclica de la economía capitalista. Si no, cómo entender que el mundo carezca, casi en todas las latitudes, de líderes preparados, confiables, íntegros y visionarios capaces de guiar y sacar a la humanidad de este nuevo atolladero, muchos de los cuales más bien aprovecharán el pánico del público en escena para imponer su autoridad, hasta figurar cínicamente en el teatro electoral, mientras atizan con arengas de combate la polarización, invocando nuevos y añejos conflictos, guerras de toda índole, en contra de enemigos imaginarios, amenazas externas, incluidas aquellas que atribuyen a sus propios gobernados, manteniendo adversarios según su conveniencia.

Por qué no nos sorprende y subleva que Trump esté considerando ordenar al ejército estadounidense salir a las calles armados, para combatir la engañifa del terrorismo interior, hasta tomar el control de las ciudades sujetas a toques de queda, en donde miles de ciudadanos han llegado al límite y se niegan a tolerar más discriminación y violencia racial, y que continúen los abusos del poder. Si no, cómo dar cuenta ante los jóvenes del porque cada día están siendo relegadas e ignoradas las reglas de la coexistencia pacífica entre pueblos y naciones soberanas, socavados los anhelos de solidaridad internacional, vulneradas las obligaciones derivadas del respeto y buena fe de las negociaciones multilaterales, fincados en acuerdos, convenciones y tratados, que tomaron décadas edificar mediante compromisos honrosos y solemnes para cooperar y salvaguardar la paz y el desarrollo mundiales para bien de las futuras generaciones, mientras la ONU, la OMS y múltiples organizaciones internacionales sufren una dislocación sin precedente. ¿Dónde iremos a recalar si se derruyen y se vuelven irrelevantes las instituciones destinadas a impulsar el diálogo y la concertación, entre quienes tienen la obligación y la responsabilidad de gobernar los destinos del mundo? En medio de la crisis sanitaria global, posponer o intentar celebrar reuniones cumbre para atender la emergencia climática y económica, o permitir la ausencia deliberada y el notorio desdén de los líderes de algunos de los países más poderosos, pretendiendo llevar a cabo, una reunión urgente del G7, en forma presencial, en Estados Unidos, hasta reventarla, son, en verdad, muy graves despropósitos.

@JAlvarezFuentes

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Escrito en: Editorial Jorge Álvarez Fuentes

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