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Días de contraste y zozobra

Urbe y orbe

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

El sábado 30 de mayo de 2020 se realizó con éxito el primer vuelo espacial tripulado a bordo de una nave propiedad de una empresa privada, con el cual se abre una nueva era en la astronáutica que tendrá como objetivo el viaje a Marte, muy probablemente financiado con el dinero que se recaude con el programa de turismo espacial que lanzará la compañía SpaceX, del innovador y multimillonario Elon Musk. Este hito de la ciencia y la tecnología, de alcance cósmico, contrasta con la crisis y zozobra que genera en buena parte de la población mundial una pandemia provocada por un microorganismo que ni siquiera puede considerarse un ser vivo, para el que no existe vacuna aún y contra el cual la comunidad internacional se enfrenta de forma descoordinada, caótica y, muchas veces, poniendo en duda la evidencia científica. Sí, estamos viviendo días históricos, de alto contraste, confusión y contradicción. La sensación de que la historia se está acelerando es cada vez más común. Y es natural en medio de este vértigo sentirnos extraviados en la incertidumbre. Pero el primer paso para superar esta incertidumbre es asumirla, tratar de comprenderla. Una mirada reflexiva sobre los últimos acontecimientos globales que, lo creamos o no, nos guste o no, terminarán por impactarnos a todos, nos permite apreciar que el desorden mundial actual se debe en gran medida al desastroso y vergonzoso repliegue de una potencia hasta hace poco hegemónica, Estados Unidos; a la desconfianza que provoca el ascenso de otra potencia hasta hace poco emergente, China; al desconcierto que causa el proceder ambivalente y desestabilizador de una vieja potencia que se resiste a retroceder, Rusia, y a la fragilidad de otra potencia en ciernes que, en medio de sus propios problemas existenciales, no se decide a tomar un papel más relevante en el mundo, la Unión Europea.

Veamos el cuadro completo de las dos superpotencias hoy enfrentadas. La pandemia de COVID-19 ha puesto a la globalización en cuarentena y a la economía mundial de rodillas, y ha exhibido las fallas de nuestra forma de vida y las taras severas de la política en los países democráticos o semidemocráticos. EUA, de la mano de Donald Trump y con una complicadísima elección presidencial en puerta, ha renunciado escandalosamente a sus compromisos de líder del llamado "mundo libre", golpeando el multilateralismo, dando rienda suelta a políticas populistas y xenofóbicas, despreciando a sus antiguos socios y aliados, renunciando a la diplomacia tradicional, minando la confianza pública con absurdas teorías conspiracionistas y culpando a China del desastre que ha sido la gestión de la pandemia en territorio estadounidense. Todo esto en medio del avance del COVID-19, la multiplicación de muertes, una crisis económica que ya ha dejado a más de 40 millones de norteamericanos en el desempleo, y las protestas sociales más fuertes en años debido al asesinato de un afroamericano a manos de un policía en Mineápolis. Del otro lado, una China que al mismo tiempo que se niega a asumir su responsabilidad como origen de la pandemia y como Gobierno que no actuó oportunamente ni de forma transparente para frenar el brote, intenta mostrarse al mundo como potencia que ayuda a los países que necesitan recursos para enfrentar la enfermedad mientras presume haberla contenido en su territorio. Hacia adentro, la China de Xi Jinping endurece su liderazgo vertical, autocrático, fortaleciendo el control social y político en el territorio continental, posando su mano sobre Hong Kong, y extendiendo su sombra hacia Taiwán, en una clara maniobra geopolítica que aprovecha el caos internacional provocado por la pandemia. Estas acciones despiertan cada vez más desconfianza entre otros actores internacionales que no logran descifrar aún el rol que China quiere jugar en realidad, con todo y que ahora se asuma como la nueva potencia guardiana del multilateralismo y de la Organización Mundial de la Salud tras el abandono de EUA.

Resulta sumamente preocupante y desesperanzador ver que los dos países con mayores capacidades financieras, comerciales, industriales, políticas, culturales, científicas, tecnológicas y militares usen su fuerza para competir y no para colaborar y liderar la recuperación que necesita el mundo tras esta devastadora pandemia. Pero aún más desesperanzador es ver que ninguno de ellos camina hacia ser una alternativa coherente y viable para un mundo más democrático y justo. La contradicción e incongruencia en ambos es la norma. El presidente Trump fustiga al Gobierno de Xi por su censura y falta de respeto a los Derechos Humanos dentro de China y ahora en un Hong Kong que reanuda sus protestas contra Pekín, mientras instiga públicamente a disparar contra manifestantes que denuncian el abuso policial racista que mató a un ciudadano afroamericano, y propicia con sus ataques verbales a la prensa la agresión a periodistas a manos cuerpos de seguridad. El Gobierno chino, por su parte, denuncia el desastre de la gestión de la pandemia por parte del Gobierno estadounidense, mientras muestra reticencia para esclarecer lo acontecido con el brote epidémico en su territorio, y se observa más preocupado por apuntalar sus posiciones en territorios que considera bajo su esfera de influencia. La ruta que ambas naciones están siguiendo en este pulso incesante tiene ya tantos frentes abiertos que el riesgo de una guerra por errores de cálculo es cada vez más alto. Pero haya o no conflicto bélico, el mundo ya padece los costos enormes de la contradicción y el choque de trenes de China y EUA. ¿Qué papel pueden jugar Rusia y Europa en medio de esta incertidumbre? De eso hablaremos en otra ocasión.

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